ANÁLISIS

Cómo realizar una gala de aniversario de un canal autonómico sin ser un hortera

Màxim Huerta y Maribel Gil recogiendo su premio.
Màxim Huerta y Maribel Gil recogiendo su premio.
A punt

Lanzar una cadena de televisión en estos tiempos no es sencillo. Primero porque la televisión no sólo se ve ya por la televisión y debe competir con multitud de impactos audiovisuales que dificultan la consolidación de cualquier contenido por muy innovador que sea. 

El canal autonómico valenciano, À punt, nació justo en un momento raro para aparecer en escena. Encima bajo la sombra del clausurado Canal 9. De hecho, al principio se intentó romper por completo con cualquier parecido con Canal 9, aquel canal de 'Tómbola' y una programación que, al fin y al cabo, retrataba la Valencia de los delirios de grandeza de finales de los noventa. 

À punt, en cambio, llegó para intentar reflejar la cultura valenciana. Sin embargo, al principio le costó llamar la atención de la ciudadanía. La cadena aterrizó más en su ideal de canal utópico que tocando la imperfección de la calle. Con el rodaje, À punt ha intentado remediar tal circunstancia, ya ni siquiera teme recordar lo popular (y bueno) de su predecesora Canal 9. Pero, de repente, toca organizar una gala para celebrar los tres años del canal. Y frente a autoridades y profesionales. ¿Cómo organizar una ceremonia sin que parezca 'Murcia, qué hermosa eres' a lo valenciano? El gran acierto de À punt es que ha optado por un festival de premios a las mejores imperfecciones de la pequeña historia del canal, a esos gazapos que dejan huella y te acercan al público. No han hecho una gala de autobombo pedante, han optado por jugar a cierto espíritu crítico.

À punt ha aprendido a reírse de sus imperfecciones, que es lo que la acercan a su pueblo. O eso parece. Y, al final, la tele se construye con caras, caras empáticas que no son perfectas. La historia de una cadena de proximidad la marca la cercanía de personas. En el caso de À punt, un buen ejemplo es Carolina Ferre, que ha reinventado, por cierto, las retransmisiones de las fiestas populares. Antes eran más oficiales, ahora son más imprevisiblemente gamberras: como los que están en la fiesta. Ella fue protagonista de esta noche de premios peculiares en la que también destacó la risa de Màxim Huerta, que ahora presenta las tardes del canal con un programa que intenta tocar lo cotidiano de los rincones de la Comunidad Valenciana con esa calidez del hogar.

Otros nombres como Pere Aznar se echaron de menos en esta gala zaping, presentada por Àlex Blanquer y Lluís Cascant, que recuerda que en televisión lo mejor es no imitar. No emules unos Oscar cuando puedes crear tus antipremios haciendo de la necesidad virtud.

Quizá ahí está el secreto de cómo lanzar una cadena de televisión moderna hoy. No se puede emular una parrilla televisiva de los noventa, que en cierto sentido es lo que hizo À punt en su primer año, un canal con un nombre que no cala porque no siempre se entiende, no se asocia a una televisión. 

No hay que tener complejos a la hora de abrazar el lenguaje de la calle y plasmarlo a través de formatos que descubran, divulguen, retraten, relativicen y a la vez interesen, que se puedan ver en directo en la parrilla tradicional y, al mismo tiempo, sean sencillos de consumir 'a la carta' bajo demanda. Difícil dar en la tecla en un momento en el que creemos que tenemos acceso a todo lo que queremos audiovisualmente hablando pero, en realidad, la cultura próxima puede ser más invisible que nunca.

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