OPINION

La eterna duración de un capítulo de una serie española y sus nefastas consecuencias

Fotograma de 'Estoy vivo', uno de los grandes estrenos de la temporada.
Fotograma de 'Estoy vivo', uno de los grandes estrenos de la temporada.
Fotograma de 'Estoy vivo', uno de los grandes estrenos de la temporada.
 'Estoy vivo', serie revelación de la temporada de TVE.

España tiene una oportunidad internacional de negocio: convertirse en referencia de producción de ficción en español. Lleva años exportando series y, cada vez, con más reputación. Sin embargo, cuenta con un enemigo para generar una industria consolidada y competitiva. Se trata de la larga duración de los capítulos de las ficciones por la actual índole del prime time español. Una serie de más de sesenta minutos es imposible de colocar en el mercado extranjero. De hecho, compañías como Atresmedia, una de las grandes inversoras en series españolas, opta por editar los episodios de sus series de éxito para poder vender fuera.

Los guionistas españoles suelen salir airosos de esta particularidad de crear capítulos que duran como películas. Y esto asombra, por ejemplo, a los norteamericanos. No siempre ha sido así, los episodios empezaron a estirarse especialmente a raíz de la dura crisis económica como as en la manga para sacar más rédito a la emisión de un episodio.

La maña está en que con el mismo contenido rellenan prácticamente dos horas del horario de máxima audiencia, mientras que en otros países, esa misma franja, se trabaja con dos o tres formatos diferentes. Asimismo, con este sistema de la picaresca made in Spain, se vende una pausa publicitaria más nocturna a precio de prime time, a precio más caro.

Son estrategias de supervivencia. Gracias a su extensa duración, las ficciones nacionales son más sostenibles y las cadenas más competitivas. Pero hasta ahora, porque esta mecánica se está quedando obsoleta con la popularización de las plataformas bajo demanda. Netflix o HBO aterrizan con una consistente oferta de series con una duración más asequible para el público y más manejable en los nuevos consumos televisivos, donde el espectador premia el contenido breve y castiga el que da rodeos.

spain is diferent

El malabar del guionista español

Los creadores de ficción en España son expertos prestidigitadores a la hora de contar historias con un presupuesto muy limitado. Los guionistas no sólo trabajan pensando en emocionar con sus tramas, también deben lidiar con alcanzar un equilibrio artístico que disimule las constreñidas posibilidades de producción y la larga duración del episodio. No es fácil, pero se logra camuflar esas deficiencias estructurales hasta conseguir dar el pego gracias a una creatividad aún por valorar.

El largo minutaje de las series españolas se empieza a torcer como enemigo de una ficción nacional que ha sabido tomar el pulso a la realidad de nuestro país. Lo han hecho atrayendo a la audiencia masiva con producciones autóctonas frente a las grandes producciones yanquis.

Más allá de la identificable taberna omnipresente en las series, al estilo de Los Serrano, o del reconocible barrio con edificios de ladrillo visto, en el que se situó Aída, las series españolas han congeniado con nuestras singularidades y han logrado audiencias millonarias sin rival extranjero. El espectador se ha identificado con las historias narradas por sus cadenas. La audiencia se ha visto representada en aquellas producciones que tratan sobre el pasado y también en las que radiografían el presente. Series que hablan el mismo lenguaje e incluso saben adaptar fórmulas internacionales a la idiosincrasia propia.

Pero la tendencia de la gran aceptación social de las series españolas puede cambiar ante la mirada de las nuevas generaciones, muy asiduas a las intuitivas plataformas bajo demanda y acostumbradas a series que no estiran su contenido gratuitamente para alcanzar un maratoniano margen de tiempo. Lo que puede mermar la calidad del producto y la capacidad de enganchar a un espectador que no llega hasta el final.

LA VARIABLE DE LA TEORÍA

La excepción que confirma la regla

Más de setenta minutos sólo tiene sentido cuando narrativamente los necesita la propuesta. Así sucede con los noventa minutos de Sherlock o determinados capítulos de Juego de Tronos. Pero no como patrón habitual para rellenar una larga franja horaria, como pasa en la actualidad en la ficción española.

Ahí está el hándicap para las cadenas españolas, que deben remediar a tiempo o tendrán un grave problema: en sólo tres años la principal ventana de consumo de la televisión será a través de las plataformas online. O las series se amoldan a la forma de consumir ficción del espectador en los nuevos soportes o expulsarán a su público.

De poco sirve inflar el resultado de cuota de pantalla gracias a alargar el episodio si, al mismo tiempo, se está desterrando al espectador a otros lares. También a los anunciantes, que se marchan.  Volver a una duración de series más coherente es uno de los principales atajos para evitar perder la batalla a través de dos vías de acción.

Primero evitar perder la batalla en competitividad frente a las efectistas series que vienen de Estados Unidos con multimillonarias campañas publicitarias, pero que no conocen ni retratan nuestra realidad. 

Y, segundo, evitar perder la batalla en no saber aprovechar la oportunidad de construir una exportable industria de ficción en español, que sea referente nacional e internacional. Una industria donde los capítulos de las series no necesiten re-editarse, rediseñarse o directamente amputar su arco narrativo para comercializarse en mercados y plataformas globalizadas, pues en la actualidad cada episodio se estira hasta ser complicado de digerir por el público internacional.  Error, pues el futuro de la rentabilidad de las series también está en que puedan venderse en su versión original, dentro y fuera de nuestras fronteras. Ahí está parte del negocio de la ficción que viene.

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