La generación 'Tik Tok'

Cuando nos daba vergüenza bailar

Espinete
Espinete

La generación que cursó EGB solía temer bailar en público. El sonrojamiento sobrevenía fácil. Tal vez había miedo por evidenciar lo arrítmico que eras y provocar esa maliciosa risa en el repetidor de la clase, que intentaba acorralar con la mofa para hacerse más listo que el resto.

Entonces, la vergüenza nos paralizara. Aunque llevaras en tu interior un rey de la pista de baile. Lo habitual era que la timidez nos frenara. Mejor no dar de qué hablar, mejor no dar nada que especular. Más aún si eras chico, claro, los chicos sólo bailaban en la fiebre del sábado noche de los setenta. 

Era aquella misma adolescencia en la que esquivábamos la mirada del profesor para que no nos sacara al encerado. Mirar hacia abajo cuando se pide voluntarios nunca dejará de estar vigente en un colegio o en un instituto, pero ya no nos da pudor bailar. Algo hemos evolucionado, por lo menos. Aunque, en realidad y en cierto sentido, las redes sociales nos han hecho perder el sentido del ridículo por lo mismo que teníamos antes sentido del ridículo: no defraudar a la aceptación social. Paradojas del destino. Por lo mismo que nos daba vergüenza bailar, los adolescentes de hoy no paran de bailar: sentirmos validados ante una sociedad en la que no queremos quedarnos fuera de juego.

Las redes sociales han dado la vuelta a cierta forma de relacionarnos y han generado nuevas necesidades para sentirnos aceptados. Necesitamos encontrar ese 'like' virtual que no es otra cosa que arañar la atención de aquellas personas que nos importan. O incluso que no nos importan. Con más frenesí si eres adolescente. Así, aplicaciones como Tik Tok introducen a los más jóvenes en el reto constante de calcar coreografías. Mejor si son retos con cuatro pasos de baile fáciles para promocionar la canción del momento. Aunque cuadrar los pasos es casi lo de menos. Lo importante es seducir al personal. Porque todo es una excusa para creer abrazar la popularidad. El giro de tuerca a aquellas películas de institutos norteamericanos donde los chicos deportistas y las chicas animadoras se repartían los roles de fama superficial.

Ahora, independientemente del sexo -menos mal-, cada baile es una oportunidad para sentirte emponderado gracias a la validación de tu video por el resto. Cómo varía el rubor con el paso del tiempo. Los adolescentes de hoy van a tener casi cada día de su edad del pavo inmortalizado a golpe de cientos de grabaciones en redes sociales. Y sí, muchos altamente absurdos. Ahí quedarán para los anales. Dentro de unos años, probablemente, muchas de estas imágenes se tornarán en la vergüenza de 'por qué hacía yo esto'. Habrá arrepentimientos, sí. Pero, por lo menos, habrán dejado atrás miedos al ridículo y hasta habrán aprendido que no pasa nada por danzar. Danzar todo el rato.

Otra historia es que, en el fondo, el sobreuso de estas apps fomente un hedonismo vacío. Ojalá su uso sirva para darnos cuenta de que la vergüenza estaba sobrevalorada. Y que no pasa nada porque no todos sigamos los mismos pasos de baile en cada canción. 

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