ANÁLISIS

Dani Rovira y el crecimiento de 'La Noche D', un camino para TVE

Dani Rovira en el último programa de 'La Noche D'
Dani Rovira en el último programa de 'La Noche D'
RTVE

Uno de los grandes problemas que sufre la TVE actual es que ha perdido la capacidad de crear citas en su programación. La mayoría de los espacios que conectan con el ADN de una emisora pública necesita margen de tiempo y encaje en la trama de su programación: para ser descubiertos, para ser ubicados y, también, para encontrar el tono en el ecosistema de la cadena sin necesidad de acudir a la polémica u otros reclamos del marketing instantáneo que no siempre fideliza espectadores como se cree. Menos todavía en La 1 de Televisión Española.

'La Noche D' de Dani Rovira representa ese crecimiento en prime time. El programa llegó con un vaivén acelerado de propuestas  y, poco a poco, ha ido encontrando su compás en emisión. Atesora una buena mezcla de creadores detrás, uno de los cómicos más emocionalmente apto para todos los públicos, Dani Rovira, y dos de los grandes creadores de la historia de nuestra televisión, Daniel Écija y Andrés Varela. Esta mezcla de autores para el éxito aterrizó con excesivo ritmo en prime time pero, cada semana, ha ido encontrando su fortaleza en la relevancia de la conversación que se desengrasa con la picaresca del humor.

Y la corporación de TVE necesita formatos de entrevistas que sirvan para retratar y divulgar nuestra sociedad desde una charla con el espíritu crítico que, por ejemplo, dota la comedia que este programa, 'La Noche D', pretende de forma amable. Al final, se trata de un gran show de entretenimiento a la vieja usanza que es como una gran reunión de amigos en la que puede suceder de todo. De pruebas delirantes a apariciones estelares de Pepe Viyuela o Antonio Resines. 

Ahí el espacio ha ido progresando hasta abrazar un compás acogedor, cubriendo un hueco en el que La 1 tiene que indagar más. Pero para destacar todavía mejor en la programación espacios como 'La noche D' deben de osar en más entidad. Desde la escenografía, que consigue un universo más propio y único, a la dinámica del show en sí, con una premisa más contundentemente reconocible que defina la cita en la memoria colectiva. En este sentido, 'La Noche D' ha flojeado porque, a priori, ha sido un batiburrillo de elementos atractivos para consumir por separado pero que piden a gritos un armazón con algún objetivo narrativo hacia alguna parte. 

Dani Rovira ha sido el armazón. Con muchas tablas en monólogos, con una valiosa admiración a grandes profesionales de nuestra historia televisiva que contagia (como evidenció en la entrega de la semana pasada con Emilio Aragón) y, a la vez, con mucho aprendizaje por delante en un plató vivo. De ahí que su evolución ha sido visiblemente exponencial con el paso de las semanas. Y esa imperfección también funciona en televisión. Si bien, ha faltado una documentación previa con la que las entrevistas lograran ir un poco más allá de lo repetitivo que ya se sabe de cada invitado, lo que impide atraer públicos mayores. ¿Cuántas veces se ha contado ya que Emilio Aragón hizo un casting para presentar 'Un, dos, tres'? Unas cuantas, aunque nunca está de más recordar, hay entrevistas de este programa en las que florece la sensación de que te quedas a medias y con ganas de indagar más entre tanta apasionada interrupción y gag que intenta movilizar la curiosidad por el show pero que cuando la irrupción está muy arriba de intensidad sobreactuada puede, a la vez, expulsar el interés.

Pero Rovira entremezcla rapidez de reflejos del cómico, que ha lidiado con tantos escenarios, con la honestidad del tímido presentador del que te fías. Hasta casi te dan ganas de abrazar. Aunque no se pueda. Así el formato ha ido haciéndose más grande y se ha convertido en lo que probablemente buscaba: en un show distinto, en un show propio, en un show útil desde TVE. Pero sobre todo en un show que recuerda lo importante que es intentarlo, equivocarse, probar, crear e ir aprendiendo para mejorar.  Siguiendo la estela de esos programas de los ochenta y noventa en los que la gente estaba cómoda aunque les hicieran juegos y bromas pringosas, porque su trasfondo estaba en cuidar a invitado y espectador desde el entusiasmo de la creatividad, no en vender a nadie por unas décimas de share.

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