OPINION

Del despido a dar las campanadas: ya es muy difícil creerse 'Sálvame'

Lydia Lozano llora en Sálvame.
Lydia Lozano llora en Sálvame.
Lydia Lozano llora en Sálvame.
Imagen dramática.

Lo llaman el tiempo de la postverdad. Pero, en verdad, es simplemente la era de la mentira sin remedio. Que la verdad no te aborte una buena trama, en el caso de que existiera ya algo de verdad en televisión. Y en esto del show de la verdad mentirosa, Sálvame ha creado su particular tendencia en el panorama televisivo actual. Lo ha logrado con el hábil talento de disfrazar de autenticidad un magacín-reality con mucho de fábula.

Hace una semanas, cuando la tarde de La Sexta se disparaba en audiencia por el procés catalán, Sálvame se sacó de la manga un despido de dos de sus más queridas colaboradoras, Lydia Lozano y Terelu Campos. El formato exprimió al máximo la posible pérdida de empleo de sus trabajadoras. Incluso emitió, desde detrás del cristal de un despacho, una supuesta reunión de las afectadas con la cúpula del formato. El magacín necesitaba un nuevo drama para engatusar a su público fiel y especuló con un asunto que, por cierto, es un drama nacional: el desempleo. Pero da igual, el show es el show y Sálvame es una comedia surrealista.

Tan surrealista, que sólo un mes después de jugar con los despidos, esos dos mismos nombres, que se especuló en directo con que iban a ser despedidos, darán las campanadas de Telecinco desde la Puerta del Sol, el próximo 31 de diciembre.

Terelu Campos -que también este sábado ha protagonizado un hilarante polígrafo en el Deluxe- y Lydia Lozano se comerán las doce uvas en directo junto a María Patiño, Mila Ximénez y Kiko Hernández. Es más, el programa ha creado su propio reality para calentar motores al cotarro de fin de año. Así han invitado a la audiencia a votar qué rostro de Sálvame debería estar en el balcón del kilómetro cero en el comienzo de 2018.

Nadie recuerda ya que Terelu y Lydia no eran las favoritas del programa y se especuló con que no seguirían trabajando. Eso es lo de menos, pues en Sálvame saben que estamos en este tiempo en el que lo siguiente hace olvidar lo anterior a una velocidad frenética.

Todo pasa, casi nada queda. Más aún a través de una televisión que va más rápido que nunca, fomentando un consumo de usar y tirar en determinados formatos de entretenimiento que son sólo un ir y venir de impactos para evadir. Es el camino fácil para una televisión fácil.

Y Sálvame evade como nadie. Su mérito tiene, llevan desde 2009 llenando cuatro horas diarias de televisión con conflictos que no se acaban nunca. Pero, cuidado, los buenos culebrones también deben de ser coherentes con sus giros dramáticos. O el público terminará por no creerse nada y acabará aburriéndose del bucle de peleas de unos colaboradores dispuestos a (casi) todo por no perder su trabajo. Valga la redundancia. 

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