OPINION

Derechos deportivos: ¿una trampa económica para las cadenas?

alonsito
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El fútbol, la Fórmula 1, las motos, el tenis... Todas las cadenas se disputan los derechos deportivos. A veces, incluso hipotecan el resto de la programación para poder adquirir la competición de turno. Lo hacen sabiendo que el deporte no es el mejor aliado para atraer a un público fiel que se identifique con el canal. Y se quede enganchado al resto de programas de la emisora.

Porque los deportes no fidelizan espectadores (factor clave para que una televisión goce de buena salud). De poco sirve tener un 36,4 por ciento de share durante el ratito de una millonaria retransmisión, si al terminar la Fórmula 1 el público huye y la media mensual se queda estancada, como sucedió en los inicios de La Sexta.

De ahí que en el lanzamiento de Cuatro se optará por evitar los eventos deportivos para, así, construir una imagen de cadena más fuerte y rentable: con un público fiel que no necesitaba la dosis de la costosa competición.

Sin embargo, las grandes compañías televisivas siguen disputándose los acontecimientos deportivos. Los necesitan. No pueden vivir sin ellos. ¿Por qué si pueden terminar convirtiéndose en una ruina económica para la emisora? Por cuatro claves fundamentales:

1. AUDIENCIA. Aunque no logren público fiel, sí elevan su media total mensual de espectadores, con la que se vende la publicidad. Y, además, debilitan el share de su canal competidor directo.

2. IMAGEN. Los deportes completan su oferta de contenidos y potencia la marca del canal como fuerte cadena generalista que tiene de todo y para todos, y que invierte dinero en que el espectador no tenga que pagar por su competición favorita.

3. PUBLICIDAD. Con las grandes competiciones se atrae a anunciantes que no suelen comprar espacios publicitarios en la parrilla diaria del canal pero que sí invierten con fuerza en la Fórmula 1 o Moto Gp, por ejemplo.

4. EL RIVAL. La máxima de los directivos televisivos es ‘mejor tenerlo yo, a que lo tenga la competencia’. La estrategia del mal menor que obliga un gran desembolso económico pero que se puede ajustar gracias al equilibrio de la rentabilidad de toda la programación de la emisora.

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La dificultad de La Sexta

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