OPINION

Destripando el bote de Pasapalabra: cuando el spoiler es crucial para arrasar en audiencias

Bote Pasapalabra
Bote Pasapalabra

¿Os imagináis que en el Un, dos, tres... responda otra vez nos hubieran chivado un día antes si los concursantes iban a ganar el apartamento en Torrevieja o las doscientas cajas de cerillas?

¿O si en El precio justo nos adelantaran cuál de los participantes se llevaba El Escaparate final?

¿Qué hubiera pasado si se anunciaran con antelación los famosos que iban a asombrar a su mayor fan en Sorpresa, sorpresa?

¿Qué emoción tendría entonces ver la subasta de Mayra, el “¡a jugar!” de Joaquín Prat o los paseos entre la grada del público de Isabel Gemio? Ninguna. Ninguna gracia. Porque interiorizaríamos que no pasaba nada realmente relevante si las cadenas no nos lo anunciaban antes.

Es lo que ha sucedido esta semana. Telecinco ha anunciado el lunes que Francisco González se llevaba este martes los 1.542.000 euros acumulados en el bote de Pasapalabra. Mediaset lo comunica para que todos los medios de comunicación lancen la noticia y, así, se dispare la audiencia de la gran conquista del 'rosco' del veterano concursante.  Incluso adelantándolo en sus informativos como acontecimiento de calado.

Una vez más, se ha cebado con la anticipación suficiente el día y la hora en la que se entrega tal premio para que nadie se lo pierda y, de paso, derribar a un rival fuerte, como es Boom en Antena 3 con Los Lobos. Aunque sólo sea durante una jornada.

Estrategia perfecta para elevar la cuota de pantalla. Pero, en realidad, se trata de una estrategia controplacista que representa la sociedad en la que vivimos donde se priman intereses propios a corto plazo que no analizan las consecuencias en el porvenir del canal, la tele y su audiencia. Sucede lo mismo en la actual política y en otros ámbitos de gestión.

Por arrasar con un mayor share en un día, devaluamos la fidelidad cotidiana del espectador. Una fidelidad que se afianza con ayuda de uno de los grandes pilares de la televisión: la imprevisibilidad del pensar que cualquier día puede pasar. El creer que, en cada programa, estamos asistiendo a una emisión especial, genuina, emocionante. El sentir que en cada emisión alguien puede llevarse el bote. Esa es la gracia perdida.

Pero esa magia de lo imprevisto ya no sucede. El espectador ya sabe que si no se anuncia antes, no se entrega el disputado premio. Entonces, ¿de qué sirve ponerse a ver cada tarde Pasapalabra o Boom si el público ya conoce que nadie se llevará el bote porque no lo ha desvelado la cadena correspondiente con un buen comunicado oficial?

Así nos estamos quedando huérfanos de ese adictivo y apasionante suspense de lo inesperado, que nos ha regalado desde siempre la pequeña gran pantalla y que genera vínculos de fidelidad del televidente con el programa. Así estamos matando la propia ingenuidad del espectador y, como consecuencia, mermando la experiencia del intenso disfrute televisivo. Si no te avisan de que sucederá algo notorio, ya sabes que no pasará nada relevante y, de esta manera, el concurso pierde fuelle persuasivo por sí mismo. Todo sea por subir unas décimas de share. Aunque sean unas décimas infieles de share. Consecuencias de los cortoplacistas tiempos que vivimos.

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