EN PERSPECTIVA

Detrás de Paco Martínez Soria

'La ciudad no es para mí' en su escena frenética inicial
'La ciudad no es para mí' en su escena frenética inicial
Flixole

73 millones de pesetas recaudó La ciudad no es para mí, la película más taquillera de la historia del cine español en 1966. Paco Martínez Soria sabía que triunfaría, pues era la versión en celuloide de su gran éxito teatral. De hecho, en su papel de Agustín Valverde es como se quedó el mítico actor grabado en el imaginario colectivo: el cateto de pueblo que llega a la gran urbe. Perdido, paleto, pero más avispado de lo que parece, ya que el aragonés sabía retratar con habilidad el país que éramos y que nos ha traído hasta aquí.

El público español de la época conectó con Martínez Soria porque este guion de Fernando Ángel Lozano, seudónimo en el que se escondía Fernando Lázaro Carreter, palpaba la emoción de la España de mediados de siglo XX. Una España en blanco y negro. Perdida, paleta, pero más avispada de lo que parece.

Pedro Lazaga dirigió esta cinta, producida por Pedro Masó, que en su primeros minutos sugestiona con destreza al espectador en el estrés de una gigantesca Madrid. Y es en la Glorieta de Atocha donde se rueda el primer gran choque entre el personaje de Agustín Valverde y el bullicio de la capital.

Un cruce de tráfico perfecto, justo delante de la rotonda con la desaparecida fuente giratoria -sí, los chorros giraban-. Una espectacular fuente ornamental, demolida en los ochenta, que con tanto movimiento de surtidores móviles de agua, junto con el ir y venir de tráfico, era ideal para generar más angustia de jaleo de gran metrópoli en el fondo de la secuencia.

Una secuencia que esconde un detalle más. Si no nos quedamos sólo en el diálogo del personaje de un Martínez Soria que no sabe seguir las instrucciones de un semáforo y que saca de quicio a un guardia de tráfico, y nos fijamos en lo que pasa en la parte trasera de la acción. Entonces, veremos a esa cándida España de la época que mira, cautivada, a un famoso y querido actor trabajando en plena calle.La figuración de la película en esa rotonda era real. Eran coches y motos que pasaban por ahí de verdad. Copilotos y conductores, motoristas sin cascos. Porque entonces no se llevaba casco. Todos, en el fondo de plano, desviando sus ojos a cámara. Y, emocionados, porque ¡ahí estaba Paco Martínez Soria!

Figurante en moto en 'La ciudad no es para mí', mirando a cámara
Figurante en moto en 'La ciudad no es para mí', mirando a cámara
Flixole

Madrid ya era una gran ciudad pero, todavía, no estaba inmune a esa inocencia de cruzarse delante (o detrás) de un rodaje y quedarse mirando. Y hacerlo sin ningún disimulo. Aunque fueras conduciendo. Había que ver a Paco Martínez Soria bien, aunque fuera sólo un segundo. Porque España estaba en blanco y negro, perdida, paleta, pero más avispada de lo que parecía y, así, está película nos retató como éramos y aquellos figurantes casuales forman ya parte inmortal de nuestra descriptiva historia. Su ingenua forma de mirar a cámara habla de nosotros mismos.

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