TWITTER SIGUE LA ESTELA

El antídoto de 'Club House' contra la crispación, la app en la que todos hablan

Las cuentas de Twitter más demagógicas ahora crecen en seguidores con más rapidez que las rigurosas. Contraindicaciones de la época de comentar y compartir todo en tiempo demasiado real.

Imagen de 'Club House' que para diferenciarse ha huido de un logo clásico y ha optado por una foto.
Imagen de 'Club House' que para diferenciarse ha huido de un logo clásico y ha optado por una foto.
Club House

Club House es una nueva aplicación en la que cualquier usuario puede ejercer su propio debate radiofónico en directo. Sólo hay que abrir una sala y charlar de manera pública. O privada, pues también se pueden crear 'reuniones' controlando la privacidad. La gran baza de esta app es muy sencilla de utilizar. Basta el micrófono del móvil para dialogar con el mundo. 

Rápidamente los usuarios han creado programas de toda temática. Hasta este fin de semana Ivan Ferreiro ha protagonizado el primer concierto en Club House, apadrinado por profesionales de la radio y el podcast como Xavi Martínez. Pero, sobre todo, el gran potencial de esta red social es que cualquiera puede improvisar una programa de radio y conversar sin prisa con los que allí se encuentre.  

Todas las redes sociales miran con interés los pasos que va dando Club House en su paulatina implantación, que ha empezado por aquellos que tienen iPhone. Twitter ya está desarrollando un sistema similar: Twitter Spaces. Su dinámica es similar, pero con la ventaja de que se puede compartir, a golpe de tuit, un enlace de la sala de charla. Lo que propulsa la proyección de la conversación al estar integrada en una red de uso más popular. 

Este no es un experimento menor, pues la conversación en directo es una gran oportunidad para las redes sociales ante la problemática creciente intensidad de la crispación en su uso. En la escritura abreviada de un comentario en una plataforma como Twitter se pierde gran parte de los matices, sobre todo si se consume el flujo de comentarios desde la susceptibilidad del cabreo colectivo. Como consecuencia, el choque de ofensas en el que están inmersas determinadas redes sociales favorecen un consumo trepidante del contenido en el que queda poco margen para intentar entender y empatizar con otros usuarios. 

En cambio, escuchar la voz de una persona es encontrar los rincones y las texturas de la argumentación. Lo que convierte al intercambio de ideas en más próximo y menos furioso. Al final, un 'tuit' detrás de un perfil no humaniza a la persona tanto como la conversación de viva voz. Así que con esta evolución vocal, que requiere más tiempo para los usuarios, Twitter puede de encontrar una válvula de escape para crecer y salir de la espiral del protagonismo de la indignación en su día a día. Cada vez más, los tuiteros escriben más para reafirmar ideas propias que para ilustrarse con espíritu crítico. Y los medios de comunicación se contagian de ese clima en vez de relativizarlo. Esa debería ser su función para que la simplificación de lo complejo -en unos pocos caracteres a la caza del retuiteo- no desvirtúe la realidad y distraiga de lo verdaderamente relevante. 

Ahora sólo falta que los usuarios se atrevan a utilizar estas aplicaciones de conversación de forma más popular. A su favor está en que es muy intuitivo el uso. Cualquiera puede idear un programa de radio en directo sin ningún aparato técnico, sólo necesita un smartphone y ganas de hablar... o jugar. De hecho, la conexión es prácticamente más sencilla que una propia llamada telefónica. Interactividad sin complicaciones. Los propios medios de comunicación deberán indagar en estas herramientas para acercar a sus referentes al público general. Y así ser todavía más próximos. 

La intimidad que otorga una conversación con el móvil -sin la cam encendida- propicia un vínculo especial para la confesión tranquila y, sobre todo, escuchándonos de viva voz es más fácil construir puentes. El hándicap del audio es que no se puede leer a un simple golpe de vista y el manejo de las redes sociales prioriza el galope visual. Por eso mismo, se subtitulan ya casi todos los vídeos que se cuelgan en Twitter para que su visibilidad se multiplique. Los bulos lo aprovechan y, manipulándonos con estas técnicas, se expanden con sencillez: el usuario consume impactos a tal velocidad que es fácil picar en el anzuelo de la desinformación o el mensaje incendiario, pues la pasión gana a la razón. Si hay vídeo, ni siquiera se escucha al completo. Con una frase subrayada que indigne y haya sido vista al vuelo es suficiente para mover el mensaje. Aunque no sea cierto. Porque se promueve más lo que ofende que lo que aporta y, así, a veces, muchas veces, se publicita aquello que se denuncia. Porque nos ha cabreado. Porque nos enfada.  Porque es polémico.

Las cuentas de Twitter más demagógicas ahora crecen en seguidores con más rapidez que las rigurosas. Contraindicaciones de la época de comentar y compartir todo en tiempo demasiado real. Pararnos a encender el auricular y abrir el micrófono desde cada perfil para atrevernos a escuchar y dialogar, quizá sea un buen paso adelante. Nos recordará, al menos, que en la vida cotidiana en la calle somos mucho más educados. Incluso aprendemos del prójimo. 

Mostrar comentarios