OPINION

El astuto bulo que quiere matar al periodismo

WhatsApp
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Las aplicaciones de mensajería instantánea se han plagado de bulos que crecen con aún más fuerza en tiempos de dolor e incertidumbre. Esta legión de datos manipulados o inventados pueden surgir hasta de manera organizada, pues la desinformación sirve como herramienta para instrumentalizar la tragedia a través de la desconfianza que genera la confusión.

Como consecuencia, en los últimos tiempos y ante las nuevas ventanas de comunicación, como WhatsApp, han surgido en todo el mundo organizaciones periodísticas específicas que trabajan para digerir el tráfico de bulos. Es decir, son especialistas en vigilar para frenar la mentira. En España, Maldita y Newtral son el ejemplo. Una fundación y una productora creadas por profesionales vinculados al periodismo televisivo. Su trabajo ha hecho que empresas internacionales como Facebook (propietaria también de Whatsapp e Instagram) lleguen a acuerdos con estas compañías. El motivo es la necesidad de poner orden a la cantidad de embustes con apariencia de noticia que se comparten desde estas plataformas. Mentiras que se suelen sostener en pasiones ideológicas, estudios científicos inventados, consejos médicos sin fundamento o conspiraciones de película, tan cautivadoras como cero verídicas. La mayoría de las veces estas 'fakenews' buscan que la población se embauque del morboso complot que entierra el espíritu crítico. Que la realidad no estropee un buen titular, vamos.

También, como hacemos los medios de comunicación de siempre, estas compañías desmienten a los partidos políticos y a los gobiernos. El propio Pedro Sánchez lo sufre. En una de sus últimas comparecencias, por ejemplo, Newtral ha desvelado que no es cierto su afirmación de que la Universidad de Oxford haya otorgado a España la puntuación más alta de los países occidentales, 90 sobre 100, en cuanto a rigor en la respuesta a la pandemia. Este estudio ha otorgado mejor puntuación a países como Australia, Francia, Croacia o Italia.

Ningún partido político o institución se libra del 'fact-check', tampoco las redes sociales y las aplicaciones de mensajería instantánea, donde los bulos se abren camino con más facilidad. La velocidad con la que se consume la información propicia un caldo de cultivo perfecto para que fluya y se expanda la manipuladora falsedad. La rapidez de lectura de los usuarios es tan frenética que es sencillo picar, incluso reenviando o retuitenando, aquello que nos impacta. Aunque sea una fábula disfrazada de verdad. Porque leemos, vemos o escuchamos con un ansia que, a veces, impide que nos paremos a pensar si es realmente cierto. De hecho, estos bulos se escudan muchas veces en una premisa emocional para atrapar nuestra credibilidad: “mi hermana que trabaja en un hospital”.

Y Maldita Hemeroteca o Newtral -esta última fundada por la periodista Ana Pastor- se han transformado en las cabezas visibles de destapar los bulos, así que como astuta táctica son los mismos bulos los que van directos contra los periodistas de verificación de datos. ¿Cómo? Atribuyendo a estas organizaciones periodísticas vínculos, conspiraciones y poderes que en la realidad no tienen. La meta final es evidente: desacreditar y anular el periodismo. Así, estos bulos sugieren tramas para que los periodistas parezcan ser censores que dependen del estado. El propio Facebook ha salido a desmentir estas afirmaciones que vinculan el límite del reenvío en WhatsApp a los equipos de verificación con los que trabaja.

El mundo al revés: se intenta generar desconfianza en aquellos que sí contrastan las noticias. También lo padecen cabeceras tradicionales, como Televisión Española que ha sido atacada con trolas fáciles de comprobar que no se sostienen: como que no han emitido imágenes de féretros en esta crisis del coronavirus cuando sí se han emitido. Pero da igual, es mucho más apasionante la conspiranoica trama inventada.

La toxicidad riza el rizo. Los bulos se teledirigen para acabar con el periodismo que desenmascara la falsedad y, así, allanar el camino a la mentira. Una mentira que algunos ya ni se acomplejan a la hora de utilizar en sus mítines políticos o en el propio Congreso porque saben que siempre algo queda en la memoria colectiva. Aunque sea desmentida y denunciada la injuria. Repite, repite, hasta que se quede marcado en el boca a boca cotidiano.

Este es uno de los grandes problemas de la sociedad. La pérdida de valor de la verdad honesta para dar paso al triunfo de la simplificación del todo. En vez de pararnos a pensar quién está detrás del mensaje anónimo, que nos llega por Whatsapp, decidimos creerlo y hasta reenviarlo sin ningún tipo de responsabilidad. Da igual que no sepamos su fiabilidad. Se está olvidado que la verdad no es la que tus sentimientos, miedos o ideología esperan. La verdad ya no importa. Lo que es un grave obstáculo para un futuro mejor.

Por eso mismo son tan importantes los medios de comunicación como mediadores que son prescriptores de confianza. Por eso mismo es tan decisivo volver a la esencia del periodismo clásico. El periodismo que no se queda en la superficie de la sociedad simplificada, el periodismo que se toma su tiempo para elaborar la información desde la perspectiva que divulga y se cuestiona la realidad, el periodismo que no quiere creyentes: quiere ciudadanos críticos.

Decía el escritor, pedagogo y periodista Gianni Rodari que fomentar la imaginación desde la infancia es vital “no para que todos sean artistas, sino para que nadie sea esclavo”. Pues eso, no todos tienen que ser periodistas, pero que nadie sea esclavo.

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