OPINION

El caso Julen y los límites del espectáculo de la información

Caso Julen TV
Caso Julen TV

Hace ya mucho tiempo que las televisiones caen en la tentación de convertir los trágicos sucesos en un reality show. Sobre todo cuando no se trata de contar un suceso puntual, sino que aparece un detonante que necesita una resolución que puede alargarse durante días.

Entonces llega el reality show al completo, con sus personajes protagonistas y secundarios, sus giros y su necesidad constante de actualización para que los espectadores continúen enganchados. Y ya se acrecienta el interés si hay un lugar al que apuntar con las cámaras en riguroso directo, si está bien localizado el escenario donde está ocurriendo todo. Es el "aliciente" para el espectáculo de la información que ha contado el terrible caso del pequeño Julen, que ha elevando las audiencias a récords con retransmisiones infinitas de las cadenas de televisión que miraban a la ladera del pueblo de Totalán. Incluso incorporando ventanitas en pantalla, durante la emisión de programas no informativos (como Ahora Caigo o Sálvame), con la señal "en directo" de la imagen de la montaña en la que se desarrollaban los trabajos de búsqueda del niño de dos años. Aquella imagen no aportaba nada de información, pero era crucial para que el espectador sintiera que si sucedía algo nuevo, la cadena en cuestión lo iba a contar al momento.

"La vida en directo", que decía Gran Hermano, pero llevada a una cruda realidad. El público demanda una información constante sobre un suceso en el que no hay nada nuevo que contar, pero hay que dar vueltas sobre esa "nada" o la audiencia se irá a buscarla a otro canal. Así, las cadenas de televisión optan por rellenar abundantes horas de programación, con programas especiales si hace falta y con constantes carteles en pantalla que rezan 'última hora' cuando no hay ninguna 'última hora'. Y ahí, en esa necesidad de informar sin información, es cuando surge la especulación que difumina el periodismo.  

Pero no sólo la televisión, también el resto de la prensa cae en la trampa de la sensiblería que olvida que la información no es especular con milagros, es explicar lo que ha pasado. Pero, a veces, se fuerza mantener ese resquicio de emoción del posible final feliz, como sucede en las series de ficción o en la tele-realidad. Y pocos parece que querían explicar con expertos que, desgraciadamente y por duro que resultara, no había posibilidades de que el pequeño, de dos años, se mantuviera con vida tras trece días. Probablemente, como eufemismo de la buena intención tiene sentido, pero es cuestionable si el verdadero interés de algunos medios era mantener la expectación de la trama hasta el final, para evitar que el público se desenganchase.

Y que así cadenas como Telecinco se sacaran de la manga un especial de tres horas para un viernes por la noche, que además lideró las audiencias y de cuyo dato alardeaba Ana Rosa Quintana en su cuenta de Twitter a primera hora del sábado, con el niño ya encontrado. Sin duda, perturba que el triunfo de un dato de audiencia se anteponga a un mensaje de pésame. 

Porque la realidad no es una trama. Es sólo una realidad, tremendamente injusta en muchas ocasiones. TVE, a través de los Telediarios, ha realizado la cobertura más periodística, centrándose en los datos y los motivos, sin saltar la línea del drama que sólo aporta el morbo de la especulación, donde es tan fácil que todos caigamos. Porque a todos nos atrapan las historias. Más aún si esas historias se narran en tiempo real y, además, suceden cerca, son reconocibles y despiertan nuestra empatía. Pero es ahí donde el periodismo y los medios de comunicación deben poner los límites, y discernir entre lo que es información y lo que no. Lo que has de contar y lo que ya no puedes estirar más a base de elucubraciones que sólo hacen un daño extra innecesario.   

La audiencia está compuesta por seres humanos. Y es por eso que es precisamente humano que esos espectadores demanden más que información objetiva y contrastada, que tengan curiosidades morbosas, que quieran saber detalles íntimos o contemplar el dolor ajeno. Ya sea en el caso de un niño caído a un pozo o en el de una mujer desaparecida. Y lo más probable es que esa audiencia responda y eleve el share si le brindas horas y horas de programación, más aún con la tensión añadida de una cuenta atrás hacia una resolución de una trama, aunque no se aporte nada nuevo ni riguroso. Sencillamente, hay necesidades que el periodismo no debe satisfacer. Ahí está el límite. Porque cuando no hay nada que informar, el resultado no es periodismo: es el espectáculo del culebrón del morbo que, para justificar su credibilidad, se suele disfrazar de periodismo.  Circunstancia con un interés bien diferente.

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