ANÁLISIS

'El Desafío': claves de un show olvidable

El efecto novedad ha convertido este estreno en un éxito. para Antena 3.

Pablo Motos cantando en 'El Desafío'
Pablo Motos cantando en 'El Desafío'
Antena 3

Antena 3 ha estrenado este viernes 'El Desafío'. Se trata, supuestamente, de un gran show. Pero, paradójicamente, no lo parece. El motivo: no es un espectáculo acogedor de ver. La dinámica del formato es llevar al prime time lo mismo que hace Pilar Rubio en 'El Hormiguero'. Ahora, famosos como Agatha Ruiz de la Prada, David Bustamante o Pablo Puyol intentan superar las pruebas de dificultad física o mental que les proponen. En este sentido, el concurso recuerda al mítico ¿Qué apostamos? Sin embargo, en vez de contagiar épica transmite frialdad. 

La debilidad de 'El Desafío' está en que le falta liturgia televisiva. Para empezar, el estudio no tiene un concepto escénico. El decorado transmite la gelidez de una nave industrial atrezada con unas pantallas de led colocadas a lo loco y cuatro paneles low cost con el logo del programa. De esos que te puedes encontrar en cualquier feria o congreso. No existe una identidad visual única, tampoco sonora. Las fanfarrias musicales que dan ritmo al devenir de la gala remiten demasiado a 'El Hormiguero'. El show intenta animar lo desangelado de la grabación con los ruidos machacones de los shows de los años 2000, pero ni con esas: el resultado es arrítmico. El espectador de la noche de los viernes está ya en otro punto de consumo donde es más importante la atmósfera que la intensidad, que favorece el recurso de los soniquetes constantes. 

Al final, 'El Desafío' es una sucesión de pruebas en las que no se construye el contexto de la complicidad. En otros programas de maña como '¿Qué apostamos?' o '¡Mira quién baila!' se entremezclaba la fuerza de la imprevisibilidad del riguroso directo (esto está grabado) con la habilidad de tener tiempo para calentar motores. Había una sintonía propia característica, había una larga introducción para crear la atmósfera de gran acontecimiento y había un objetivo narrativo final muy claro en el que el propio público se sentía partícipe -la ducha que podían sufrir los presentadores si no superaban la apuesta del público-. Y siempre a través de personajes que tenían cierto discurso. Tamara Falcó, jurado de 'El Desafío', no lo tiene. Para qué nos vamos a engañar. 

A diferencia de '¿Qué apostamos?' con una estructura muy marcada, 'El Desafío' es un ir y venir de pruebas rápidas en la que no se cimenta ninguna expectativa de manera naturalista. El espacio se queda en el golpe de efecto de la prueba pero no la explica bien. Ni a mayores. Ni a los niños, público que es clave para levantar el share de estos programas. De ahí que '¿Qué apostamos' cuidara siempre una dirección artística colorista para cada prueba. Aquí el negro predomina, hasta en las tristes vestimentas de los participantes: todos vestidos de luto. Menos Agatha. 

Con esa malentendida oscuridad general, el espacio no entra nada por los ojos. Hasta los primeros planos son feos, pues la nave industrial no está iluminada con la textura de la teatralidad televisiva que proyecta la aureola de experiencia acogedora en la percepción de la audiencia. El plató está iluminado sólo como, eso, una nave industrial. Y, como consecuencia, la espectacularidad a la que aspirar se transforma en sentir que se está asistiendo a algo más amateur. 

'El Desafío' no transmite color, ni siquiera fiesta. Lo que recuerda que para trascender y transmitir en televisión no basta con meter en una batidora los trucos básicos de manual de hacer un programa: movimientos desquiciados de cañones de luz, músicas rimbombantes de película de acción, rótulos que inciden por debajo de la pantalla en lo que va a suceder, golpes de efecto impostados y un puñado de famosos dispuestos a superarse con su capacidad jamás vista. Todo esto combinado no sirve de nada por si mismo. 'El Desafío' se ha olvidado de lo más importante para un programa de estas características: la comedia que transforma al espectador en tu compinche, junto a la iconografía que envuelve con mimo el espectáculo. Así se fomenta un universo imaginativo propio, perfecto para conectar con los niños y sus abuelas. Pero para eso hay que pensar más desde el humor que sabe reírse de sí mismo que desde la cultura de la competitividad de la superación constante. Da la sensación que se ha pensado bastante más en esto último, vista la aparición de Pablo Motos -productor del programa-  cantando 'Nessun Dorma' completamente en serio. 

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