ANÁLISIS

El error de TVE con Tamara Falcó

El problema del nuevo programa de cocina de La 1.

Tamara en 'Cocina al punto'
Tamara y el chef Javier Peña en 'Cocina al punto'
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Ya ha empezado la emisión de 'Cocina al punto', el nuevo programa culinario de La 1 de TVE que, ahora, está producido por Onza. Lo presentan el chef Javier Peña y Tamara Falcó. O más bien lo sufre Javier Peña, pues el cocinero transmite cierta sensación de soledad en un silencioso plató. El motivo: no cuenta con casi ninguna buena réplica de Falcó. Ella remite más a una autómata que contesta a casi todo con 'vale'.

De hecho, nada más comenzar el primer capítulo Falcó soltó unas frases como aprendidas de memoria mientras miraba más allá de las cámaras. Quizá en busca de la aprobación del equipo. Es un tic de alguien que es nuevo en un plató. Sin embargo, Tamara Falcó no es novata en plató. ¿Qué sucede, entonces? ¿por qué era tan espontánea en 'MasterChef' y aquí no funciona?

Tamara Falcó no es presentadora. En 'Cocina al punto' incluso parece sosa, fría y antipática. Nada que ver con su personaje de pija entrañable de 'MasterChef Celebrity'. El gran error de este formato estriba en que su carisma fluye cuando se pone a prueba a su personaje con el choque de la realidad. Es decir, se graba su reacción en un contexto natural. Al final, 'MasterChef' tiene mucho de docushow: horas y horas de rodaje con pruebas en las que los participantes no memorizan un guion. Son ellos mismos fuera de su área de confort.

En 'Cocina al punto', en cambio, Tamara debe seguir un guion. Intenta ser una comunicadora. Pero no lo es. Transmite cero espontaneidad, está bloqueada y dificulta la labor del cocinero que no tiene buena réplica y debe seguir como si tal cosa. Lo que provoca un glacial efecto dominó en un programa que intenta ser una versión española de 'Las recetas de Julie'.

Como en el formato francés, Javier Peña viaja por España para aprender de nuestras cualidades gastronómicas, después las pone en práctica junto a Tamara en el estudio. Pero al formato le falta el sello diferencial que lo haga entretenido y novedoso. Los reportajes en exteriores en mercados y restaurantes recuerdan al tono de similares en 'España directo' y 'Aquí la Tierra', del que se ha abusado en los últimos años. TVE tiene una saturación de esta fórmula y 'Cocina al punto' debería haberla evolucionado a una calidez más de documental moderno, huyendo del reporterismo buenrollista. Porque en TVE ya se ha visto mucho cómo hacer una paella en un restaurante de Valencia. Más tarde, el chef realiza su propia receta en el estudio, ya con Tamara y algún que otro convidado.

Pero el plató es gélido, en escenografía y en silencio. Falta una música de fondo a más volumen que reste eco al repetido 'vale' a todo de Tamara, que recuerda que la hija de Isabel Preysler no funciona cuando tiene que interpretar. La reflexión de venta del programa de "Tamara Falcó hará gracia" se desvanece rápido. Porque no genera conversación si no tiene recorrido con el paso de las semanas y no aporta sustancia al show. Este formato hubiera funcionado mucho mejor con perfiles como, por ejemplo, Bibiana Fernández y Anabel Alonso, que tan bien encajaron juntas y revueltas en 'MasterChef'. Porque la gente quiere tener una televisión imperfectamente viva, que se moja, que se deja llevar, que es empática por auténtica.

Tamara Falcó no es empática en 'Cocina al punto'. La rígida dinámica del formato y la vacía escenografía no ayuda. No es su contexto, tampoco el de TVE en 2020. Para ser relevante, Televisión Española necesita volver al carisma de lo identificablemente próximo. Menos protocolos de corrección de pijos atados a una simpatía artificial, despegada de la realidad social, y más gente inspiradora gracias a un ingenio hecho a sí mismo porque ha vivido. Y vivido mucho. Esa ha sido siempre la receta del éxito de  profesionales como Elena Santonja o Karlos Arguiñano: nunca preocupados por caer bien a todo el mundo. Al contrario, siempre dispuestos a compartir delante de cámara sus curtidas experiencias. Y hacerlo con la imprevisibilidad de cierta travesura creativa. Pero, claro, para ello hay que estar curtido en experiencias.

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