OPINION

El espontáneo 'tuit' de Amaia que resume el problema que acusan las redes sociales

Amaia de OT
Amaia de OT
Amaia de OT
Amaia, maestra de influencia.

Ha ganado Operación Triunfo, pero también está ganando en intuición a la hora de utilizar las redes sociales. Amaia es Amaia también en Twitter o Instagram, donde disfruta haciendo directos en los que no duda a la hora de abrir su emisión a seguidores que le lanzan peticiones de videollamada. Y, ella, con una apabullante naturalidad, acepta. Como si fuera Raffaella Carrá hablando con sus espectadores en Hola Raffaella con aquel teléfono fijo. De hecho, en algún que otro 'direct', incluso ha habido algún usuario de Instagram que le ha colgado a Amaia, como hacían a Raffaella. Probablemente porque no esperaba que la cantante respondiera a su videollamada y se puso nervioso.

Pero uno de los grandes tuits recientes de Amaia es el que atina, sin pretenderlo, con una reflexión de las redes sociales en 2018: "es que cada vez que me meto a las redes me da miedo meter la pata".

Tuit de Amaia
El sabio 'tuit'

Twitter es una plataforma creada en 2006 para fomentar la libertad de expresión mundial. A muchos costó acostumbrarse a ella, como le ocurre a Amaia, pero una vez que dominas menciones y hashtags, Twitter constituye una enorme ventana a la información, la solidaridad, la diversidad, la empatía... Pero, tras los primeros años de tanteo y popularización progresiva, la velocidad con la que hoy los usuarios manejan las redes sociales está propiciando que Twitter se esté convirtiendo también en un hervidero de odio, maluso y linchamientos. Ya es habitual que muchos tuits se malinterpreten o saquen de contexto, que se busquen los tres pies al gato o que simplemente se sufran ataques, opines lo que opines de lo que sea.

Lo sufren especialmente los profesionales más populares, los más expuestos, siempre en el punto de mira para ser insultados, rebatidos violentamente o incluso amenazados. Muchas críticas vienen de gente con nombre y apellidos pero, también y sobre todo, de perfiles anónimos, de los que está plagada la red. Perfiles creados para odiar, vilipendiar o decir cualquier burrada que nunca se atreverían a decir en persona o firmar con nombres y apellidos.

Las redes sociales son una gran plataforma para la comunicación y la interacción, pero también son un ejemplo del 'teléfono averiado', donde se distorsiona la realidad a golpe de un retuiteo. La mentira o bulo, aunque haya sido desmentido, se sigue expandiendo igualmente. Que a nadie le revienten una polémica realidad, aunque esa controversia sea falsa. El frenesí con el que utilizamos las redes lo permite, pues se interactúa de una manera tan instantánea que no siempre el usuario hace una pausa para contrastar o reflexionar sobre aquello que se difunde por el poder de la indignación o por el fulgor de la pasión.

Así crecen las susceptibilidades, así hasta se puede acusar a alguien de afirmar algo que ni ha querido decir. Y, claro, hay personas que deciden, por ejemplo, abandonar Twitter por Instagram, donde una foto no puede ser deformada tan fácilmente como un tuit sacado de contexto. Porque, se diga una cosa u otra, se puede dar la vuelta a ese contexto hasta que el usuario consiga ver lo que ansía ver. Aunque incluso, a veces, el emisor y el crítico o hater estén de acuerdo y defendiendo lo mismo.

Paradojas de las redes sociales, que se han convertido en un imprescindible mirador abierto al mundo pero, como efecto colateral, también en una arma de doble filo en el que el usuario se la juega con cada paso que va dejando rastro en su camino viral. Redes concebidas para construir pero que, asimismo, poseen cierta dimensión destructiva si se utilizan desde la sospecha que no acepta autocrítica.

Las redes sociales deben ser algo más que una plataforma para canalizar una ira con pies de barro. Esa ira que mantiene al usuario entretenido y que, en realidad, sólo se convierte en efímero ruido. 

Las redes sociales serán mejores si se merma la intensidad inmediata y gana la profundidad. Y ahí tiene un papel fundamental el periodismo como profesión que digiere toda la información tóxica y aporta el valor añadido del contexto.

Amaia tiene razón. En las redes es fácil meter la pata. Y no siempre debería ser malo meter la pata. Al contrario, debería ser hasta un elemento enriquecedor para todos, pues al final ya casi todos tenemos dos vidas, la real y la virtual. Y en la virtual, como en la real, también debemos atrevernos a compartir nuestras sensaciones y, también, a relativizar e intentar no dejarnos guiar por impulsos tan efímeros que, al final, acaban creando un ambiente de falsa libertad en una dictadura de susceptibilidades de miras cortas.

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