Último análisis de 'OT' (por ahora)

El final de 'OT 2020': crónica de un adiós de un formato que vuelve a estar en la cuerda floja

Sin sorpresas, Nía ha ganado los 100.000 euros de la última edición del talent show de Gestmusic y TVE

Un momento de la final de 'OT 2020'
Un momento de la final de 'OT 2020'
TVE

'OT 2020' ha terminado esta noche. Aunque en la final daba la sensación de que el talent show ya había acabado hace tiempo. Como si lo vivido en las últimas semanas fuera un largo epílogo. O lo que es peor: un trámite para dar una conclusión más o menos digna a una temporada que se quedó paralizada por la crisis sanitaria que paralizó los planes de todos por el bien común.

Lo primero que ha dicho Roberto Leal es que se presentaba "una noche muy emocionante". Pero lo emocionante no se anuncia, se demuestra. Y no ha sucedido. A 'OT 2020' le ha tocado diseñar una final que parezca un acontecimiento apoteósico. Como deben de ser las grandes finales de un talent show. Pero qué difícil es lograr este clima sin público en el estudio. De hecho, el comienzo del programa parecía un refrito de archivo al ser introducidos sin ninguna presentación los cinco finalistas cantando la primera canción que interpretaron sobre el escenario de 'OT de nuevas pero entre vídeos editados con momentos estelares. Esta introducción tenía mucho ritmo, iba picadita, con un finalista tras otro cantando entre lo mejor de la edición, pero, más que proyectar en la audiencia la percepción de la energía del directo, parecía un zaping de cosas ya vistas. 

Es el principal problema que ha sufrido el desenlace de 'OT': en la gala no estaba la épica de lo inesperado, ni una mínima tensión sobre qué pasaría. Una tensión que en esta edición ha brillado especialmente por su ausencia. En este gala final, se han repetido las frases hechas ("todos somos ganadores"), los temas naifs recurrentes de la convivencia de los participantes y prácticamente todo el mundo daba por hecho que la ganadora era Nia, incluso las promociones del programa, la colocación de sus actuaciones tras la de sus compañeros, cual colofón de estrella invitada, o su conversación con Noemí Galera. Como diciendo, vale, que sí, que es la mejor, que es la ganadora. Vete a otro canal, que aquí ya sabes lo que va a suceder. Lo que es hasta un regalo envenenado hacia ella.

Si vuelve, las galas de 'OT' deberán realizar una renovación más profunda para que no estén tan alejadas del ambiente espontáneo y próximo de la academia. Hay que quitar corsés a las galas y añadir otros protocolos para que el concurso gane rituales y competitividad. El exceso de vídeos de resumen debe sustituirse por más interacción de profesores y de la directora de la academia, Galera, que están implicados en la evolución de los concursantes con lazos emocionales más poderosos que los que consigue crear, a duras penas, el presentador con ellos en las desangeladas entrevistas en las que los chicos apenas se implican. Porque no están acostumbrados a lo feroz de un prime time. Así, el interés del público puede ser más incesante, porque atiende para ver y entender los avances de los concursantes a través de la visión y la experiencia de sus maestros que, además, conocen las necesidades televisivas.

Por otro lado, también el programa debe arriesgar más en el evento que suponen las puestas en escena de cada número. No basta con fondos con animación y atrezo sin un concepto contundente. El espectador está inmune ya ante bonitos escenarios llenos de flores, cajas de luz o pasarelas forradas de terciopelo si no son un elemento clave para contar la canción y retar al espectador. Esto supondría también un reto para los concursantes que hace más impredecible el talent y, por tanto, más atractivo.

Pero esta noche, todo ha sido pronosticable. Demasiado vídeo para intentar vender y "mitificar" antes de tiempo a los concursantes, al estilo de un documental sobre el programa emitido años después de su emisión. En cierto sentido, el confinamiento ha desvirtuado tanto la percepción del tiempo que, sí, parece que han pasado años desde que la vida de la academia transcurría con esa ingenuidad de quienes estaban incomunicados con el exterior, ajenos al hecho de que el formato se comentaba más por polémicas varias que por la música.

Aunque 'OT 2020' no ha destacado en audiencias tradicionales, no ha sido un fracaso en términos generales. Su audiencia online y el consumo en redes sociales han otorgado a TVE una muy interesante y nada desdeñable influencia en el público joven. Otra cosa es que Televisión Española capitalice este aporte más allá de las galas tradicionales. 

El programa en redes sociales sabe hacer al público partícipe del show. También los concursantes han vuelto a la academia entendiendo lo decisivo de compartir sus vivencias con sus espectadores. Aunque no les vea. Si las galas de La 1 no han crecido con ímpetu es porque han sido aburridas. Muy aburridas y frías. El propio profesor de interpretación Iván Labanda ha dicho en la final "es que la gala es muy larga" (a la 1.45 de la madrugada aún no había acabado, medida desesperada de estirar la duración para que el poco lucido resultado de share sea más alto). Para más inri, con un jurado incapaz de añadir ningún nervio al show. Nina, eso sí, con su instinto de la televisión se puso el traje que llevaba en la gala cero de OT1, por aquello de reivindicar de dónde venimos.  Tal vez, cerrando el círculo de vida del show. Simbología bonita. Porque en la tele es crucial la simbología. 

Pero esto es OT 11. Y, a pesar de que tienen talento, lo han intentado y han sabido volver al plató para disfrutar de una oportunidad televisiva ya conociendo que esta temporada no es un fenómeno social, los concursantes no han calado con rotundidad este año fuera del círculo de fans del show. Y, sin público, el silencio en plató ha evidenciado más la falta de frescura en las entrevistas. Menos mal que el público por videollamada en los leds ha aportado sacando pancartas, poniendo caras y animando un poco el vacío.

Noche rara, final rara. OT se ha ido con Roberto Leal sabiendo que no volverá y que ya está en otro canal. Parecía desconcertado cuando ha tenido que promocionar los próximos estrenos de TVE pensando que ya es imagen de Antena 3. Su adiós ha sido de lo más sensible y honesto (recordando el valor de la generosidad de intentar ser de verdad en televisión, tan difícil y tan sencillo) de una extensa noche en la que Nía ganó pero ha dado un poco igual, no parecía que hubiera ganado nadie. Aún no estamos para celebrar demasiado.

¿Qué pasará con OT en el futuro? Eso, al menos, sí que es impredecible e intrigante. El programa cierra etapa sin brillar lo suficiente. Pero quién sabe... Porque estamos ante la máxima expresión de un formato capaz de morir y resucitar ya varias veces. Lo que le hace identificable en la audiencia, porque todos nos caemos y nos levantamos varias veces. Ha sobrevivido a éxitos irrepetibles, saturaciones del mercado musical, himnos intergeneracionales, cambios de cadena, cancelaciones, años de ausencia, infinitas polémicas, nuevos consumos audiovisuales, reencuentros catárticos y, ahora, hasta a una pandemia mundial. Y esto, quizá, a estas alturas lo hace único. E indestructible.

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