OPINION

El infalible arte de indignar: de Banksy a Wismichu

Wismichu
Wismichu

El mejor "directroll" de España. Así se ha autodenominado Wismichu en las redes sociales en los últimos días. Wismichu es un youtuber de influencia, con más de tres millones de followers en Twitter. Él mismo ha dicho que "el mundo de hoy se mide por el número de seguidores y no por el talento". Y parece que se ha dispuesto a demostrarlo. Su poder de convocatoria ha propiciado que el festival de Sitges haya abierto sus puertas para la proyección de su primera película, Bocadillo, que también se ha tenido su premiere en la plataforma bajo demanda Filmin. Todo previo paso por la taquilla, en Sitges y en Filmin, junto antes de colgarse en Youtube. Había expectación. El filme venía con su tráiler y todo.

Pero todo era un troleo de Wismichu. Tal vez para evidenciar que lleva razón con su frase "el mundo de hoy se mide por el número de seguidores y no por el talento. La película sólo se trata de una especie de escena de diez minutos que cae en un bucle insoportable durante hora y cuarto.

Una especie de sketche interminable de Cruz y Raya en el que un personaje pide un bocadillo vegetal sin atún ni pollo y el tendero que, no se aclara, se lo quiere poner con atún, pollo o viceversa. Imposible de ver entero tal galimatías. No hay película, sólo una interminable espiral que no va hacia ninguna parte. Y acaba como la simple broma que es. Y, por supuesto, el festival lo sabía. Porque, claro, ven antes las películas que se presentan. Pero han decidido participar en el experimento, pues se traduce en conversación social. Publicidad gratis.

Wismichu, que en realidad se llama Ismael Prego, ha salido del paso diciendo que la película se hará con las reacciones del público que pagó su entrada para ver un filme que realmente no existía. No es la primera vez que en Sitges se hace algo parecido. Ya la saga Rec grabó las reacciones del público durante la premiere de la película de terror en este festival para, después, hacer un magistral tráiler que transmitía con espontaneidad adictiva el pavor de la historia. 

Pero, ya ha pasado una década de aquello y entonces sí que había una historia cinematográfica que, además, caló socialmente, el caso de Wismichu es más bien una provocación en la que todas las partes implicadas -menos el espectador- han interiorizado que estamos en la era de sorprender aunque sea indignando. La transgresión se consigue grabando la cara de ofensa del público. Hace unas semanas, pasaba algo parecido cuando Banksy sacó a la venta en la reputada sala de subastas Sotheby´s una versión original de una de sus más icónicas creaciones para, al final, activar una trituradora en el momento en el que se colocó la obra por 1,18 millones de euros. Sonó la campana y la trituradora se activó. Convirtió en tiras la obra. La compradora anónima se asustó, pero después se percató que se estaba revalorizando su compra. Así que no daba marcha atrás. No sólo ha adquirido un Banksy, también ha comprado un momento viral de Banksy.

Las caras (grabadas) de los asistentes ante el triturado eran un poema. Como Wismichu también ha grabado las caras a la salida de los espectadores de su no-película. Dice que ahora hará un algo con el resultado de lo grabado. Pero, aunque él mismo se denomine directroll, la realidad es que el festival es cómplice de un performance que recuerda que la provocación siempre fue un arte. Pero, ahora, se mide más por su capacidad de hacer ruido en la red, lo que se traduce en dos millones de visionados indiscretos en Youtube sólo unas horas después de colgar gratis la no-película. Así Bocadillo retrata a una generación de poderosos youtubers que han conseguido lo más difícil: hacer lo que les de la gana. Incluso abriendo puertas de festivales que antes eran inacesibles para muchos con talento. 

Bocadillo representa a los graciosos de la clase, y no pasa nada. Pero el problema es que después de la broma para atrapar al espectador hace falta algo más. Porque hasta para transgredir hay que tener talento. Banksy lo demuestra; Wismichu, de momento, lo intenta. Aunque sea con una versión (muy) larga del gag clásico de Cruz y Raya o imitadores.

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