OPINION

El ingrediente secreto de la receta del éxito de 'MasterChef 8'

El ingrediente secreto del jurado de 'MasterChef'
El ingrediente secreto del jurado de 'MasterChef'

'MasterChef', el original, el de anónimos, ha vuelto en pleno confinamiento a TVE. Falta hacía, pues la audiencia ansiaba algún estreno con el que desconectar.  Aunque fuera un ratito. Y el talent show entre fogones tiene la ventaja de que hace la boca agua con un arte tan aspiracional como la cocina. Quien más, quien menos ha intentado un menú sabroso.

Pero, claro, sólo con una competición de recetas no basta para arañar el éxito en el prime time de la televisión. Con los años, y ya van siete, el programa ha conseguido transformar a su jurado profesional en unos empáticos conductores para el show. Los jueces, Samantha, Pepe y Jordi, ya no son sólo los antagonistas necesarios con los que se enfrentan los concursantes. Ahora su papel es mucho más complejo: son entrañablemente duros. Caen bien, son como de la familia. Lo malo es que los jueces no siempre caen bien en la tele. Y estos son simpáticos, a pesar de su dureza. ¿Cómo lo consiguen? Pues, principalmente, porque se entienden bien sus argumentos. De hecho, se comprende tan bien lo que dicen que van guiando cada paso que da el show sin que prácticamente se note.

Porque ahí está el gran secreto del ingrediente maestro de la receta de 'MasterChef 8' que olvidan muchos programas de tele-realidad. Es evidente que el programa ha cosechado una buena foto de casting: son diversos, diferentes y, a la vez, se complementan con salero entre sí. Pero esto sirve de poco si no se dibujan bien sus personalidades en cada emisión y se incide con gracia en los vínculos que van surgiendo entre ellos. Y ahí 'MasterChef' también ha ido creciendo con los años. 

Están todos: el pijo, la abuela que quiere conocer a Cayetano, la típica señora con un columpio sexual, la gitana trans, el seductor del que ya alguien se está empezando a enamorar. Incluso una chica en silla de ruedas. Algo que ya tardaba en suceder en un talent show de nuestro país, con una televisión que arrincona con cierta condescendencia a las personas con discapacidad como si su vida se redujera a la discapacidad. Trágico. Y en esto parece que no cae la organización de 'MasterChef'.

Con destreza, el show va ordenando todo lo que se graba en la competición culinaria para, después, crear tramas de todo lo que se cuece como si de una trepidante serie se tratara. Con bandas sonoras de fondo que dotan de épica los momentos. Y, por supuesto, remarcando los posibles romances a tope. La audiencia quiere amor... o desamor, que también es muy identificable. Los aspirantes ya son personajes. 

Para armar bien el relato, ayudan los hábiles comentarios de guion de los jueces que sueltan mientras van visitando las mesas de cada participante o en cada veredicto. Incluso recalcando con visión detalles en los que ya se ha fijado el espectador y que merecen una explicación o gag. Por ejemplo, los pantalones excesivamente recortados del concursante que abre mucho los ojos y le encanta el picante, Fidel.

El resto, fluye solo: con la pasión, nervios, frustración y emoción de las pruebas. Todos tienen una historia detrás. Pero la historia personal previa no es tan decisiva como se piensa en este tipo de formatos, lo vital es la personalidad que hace más grande el talento cuando el protagonista se deja llevar en la arena del terreno de juego.

'MasterChef' ha regresado teniendo claro el gran secreto de la televisión: la empatía que surge cuando se construye una perfeccionista historia en la que terminas teniendo ganas de abrazar hasta a los que, en principio, eran los resabiados antagonistas. 

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