Como su propio nombre indica, 'El Jefe Infiltrado' es un programa en el que un supuesto alto directivo se infiltra entre sus supuestos trabajadores para ver supuestas debilidades y supuestas fortalezas de su supuesta empresa.
Para lograr tal cometido, disfrazan al mandamás para que simule una identidad falsa. Y el resultado puede producir más incredulidad que credibilidad. Aunque los guionistas se esmeran en explicaciones para que el espectador interiorice que lo que sucede es verdad.
Sin embargo, en 'El Jefe Infiltrado', de principio a fin, hay muchas situaciones que se ven demasiado forzadas. Es difícil creérselas. Hay que poner trabas a unos empleados que se busca que la pifien para, después, enfrentar sus errores a un sensiblero desenlace que pretende un final feliz con lágrimas y una limosna de regalo.
Un tipo de formato en el que o fuerzas las situaciones comprometidas o los responsables del docushow se quedan sin conflicto. Que si ensuciar de más el baño antes de ir a limpiarlo, que si romper una mesa para fastidiar al encargado del tema... cualquier trastada es buena para crear trama y giros dramáticos.
Pero en el último capítulo emitido por La Sexta chirriaba ya hasta el propio jefe infiltrado, pues se trataba de Josema Yuste colándose en teatros que gestiona su compañía. Y, claro, al disfrazarlo para que no pareciera él parecía más él.
Hemos visto tantas y tan míticas veces caracterizado a Josema Yuste de todo tipo de personajes que cualquier disfraz más que ocultar su identidad traslada al espectador a una identificable estampa de sketch de Martes y Trece. Imposible no reconocerlo y las redes se quedaron a gusto criticando el show.
Josema Yuste en #ElJefeinfiltrado es como cuando tu madre se disfrazaba de Papá Noel y disimulabas para no estropear el momento y asegurarte los regalos.
— Nydia con ene (@nydelrey) July 12, 2019
Inverosímil el resultado del último programa de 'El Jefe Infiltrado'. Pero retrata la sociedad en la que lo inverosímil es un éxito porque no crea indiferencia, genera conversación que promociona lo que ofende y, al final, se multiplica la influencia del formato en cuestión. Porque el público habla de lo que le indigna más de lo que respeta. Cosas de la era de las redes sociales, donde lo que te enfada sube el share en televisión y hasta los votos en política.
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