OPINION

El mejor playback de la historia del 'Un, dos, tres'

Mayra Gómez Kemp, 'Un, dos, tres'.
Mayra Gómez Kemp, 'Un, dos, tres'.
Mayra Gómez Kemp, 'Un, dos, tres'.
Mayra Gómez Kemp presentando un playback para la posteridad.

El Un, dos, tres dejó grandes actuaciones musicales para la posteridad. Prácticamente todas dignas de estudio. Muchas con coreografías grandilocuentes y efectistas, aunque existe una propuesta, pequeña y humilde, que, probablemente, sea el mejor playback de la historia del mítico concurso de Chicho Ibáñez Serrador.

La protagonizaron Carmen y Antonio Morales, hijos de Rocío Dúrcal y Junior, que acudieron a cantar Sopa de Amor al programa el 31 de diciembre de 1982. Se trata de un tema con el que triunfaron en los ochenta gracias a un disco de canciones infantiles que, en realidad, contenía letras de más calado de lo que aparentaban.

Dos famosos niños, hijos de dos cantantes populares, y un simple playback, que podía pasar desapercibido en un especial navideño del formato de TVE. Sin embargo, Chicho Ibáñez Serrador huyó de gastar tiempo de su programa en una actuación de promoción sin más y decidió quitar los habituales pies de micro del escenario. Es más, apostó por crear una historia con la excusa de la canción. Así que el realizador plantó a Carmen y Antonio Morales en un decorado que representaba un restaurante, dirigió su papel en la escena -jugando con sus miradas a cámara y entre ambos- y aderezó todo con una coreografía imposible de camareros, donde destacaba un delirante metre.

Consecuencia directa: la simple canción se convertía en un magnético sketche que atrapaba el interés del espectador pero, también, de los dos propios críos que estaban interpretando su Sopa de amor. Ellos mismos miraban de reojo el delirio al que estaban asistiendo. Lo hacían con una ingenuidad que traspasaba la pantalla hasta acariciar la emoción de un televidente que vivía ese momento como un evento único.

Ese es el entretenimiento televisivo más brillante, el que invierte tiempo en un creativo guion que devuelve al espectador a esa ingenuidad que creía haber perdido. Y si, además, los propios protagonistas también lo están disfrutando in situ, sorprendidos, se consigue transformar un simple playback promocional en un magnético sketche para la posteridad. Otra lección de Chicho Ibáñez Serrador, que sabía la importancia de contar una historia en cualquier segmento de sus programas, por pequeño que fuera.

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