OPINION

El poder de la nostalgia como salvavidas de la crisis creativa de la televisión actual

Patricia Conde y Ángel Martín, Wifileaks
Patricia Conde y Ángel Martín, Wifileaks
Patricia Conde y Ángel Martín, Wifileaks
Han vuelto.

Patricia Conde y Ángel Martín han vuelto a la televisión con Wifileaks. No ha regresado Se lo que hicisteis, pero el reencuentro de la pareja de presentadores ha creado un acontecimiento que ha aupado la audiencia de la complicada franja de las 8.30 de la tarde del canal Cero, de Movistar Plus. El poder de la nostalgia ha surtido efecto.

Hace unas semanas, volvió el talent de baile Fama a bailar. También a Cero. Más espectacular, más profesional pero, también, más revival: una resurrección que, a priori, sirve como primer cebo para que pique el espectador. Es más fácil vender un programa que se recuerda bien que inventar un nuevo. Otra vez, el poder de la nostalgia.

En las próximas semanas, resucita la esencia del éxito de Mira quien baila en Bailando con las estrellas. Será en TVE. Más poder de la nostalgia. Aunque, esta vez, presuntamente modernizada.

Sin olvidar el gran éxito de la última temporada, que incluso ha traído a la televisión a unas nuevas generaciones que no tenían interés por la televisión. Ese éxito ha sido Operación Triunfo. De nuevo, la fuerza de la nostalgia. Nostalgia. Nostalgia. Nostalgia. Nostalgia. Y más nostalgia.

La televisión de hoy vive de la televisión del ayer. Parece que el punto de partida para dar luz verde a un programa de entretenimiento tiene que ser la nostalgia o, en su defecto, que remita a algo que triunfó antaño. ¿Añoramos por encima de nuestras posibilidades? ¿Dentro de 20 años añoraremos lo que otros añoraron 20 años antes? ¿Qué volverá entonces?  ¿Y qué nos queda por resucitar? ¿Sorpresa, sorpresa? ¿La clave? ¿Otra vez Caiga quién caiga? ¡Por qué no vuelve El Juego de la Oca! ¿O Lingo con Ramoncín? ¡Dónde está Ramoncín!

La nostalgia en la televisión de hoy es un eufemismo de pánico en el rostro de los responsables de los canales. Nadie se atreve a inventar. Nadie se atreve a arriesgar. Los cambios de consumos de la audiencia y la inestabilidad de unos anunciantes que buscan nuevas ventanas para colocar su publicidad (Google y Facebook están quitando porción de tarta publicitaria a las cadenas tradicionales) viene con el daño colateral de que las cadenas se queden como paralizadas. Atascadas en el recuerdo.

Pero ya es el momento de pararse a analizar el nuevo escenario. Existe un boom de series que, todas, en conjunto son imposibles de digerir por el espectador. Hay series por encima de las posibilidades del público. Mejor, así hay más posibilidad de elección. Sin embargo, en cambio, existe un vacío abierto en los programas de entretenimiento.

Faltan programas de entretenimiento. No sólo con la posibilidad de ser emitidos por las cadenas tradicionales, también como catálogo para ser vendidos a las plataformas bajo demanda como sucede con las ficciones. Hay ahí un nicho de negocio en el que indagar. Si hay seriéfilos, también hay fieles a los programas que no tienen con demasiadas alternativas. Hay que crear una cartera de shows de entretenimiento, de la comedia al talent show, pasando por los concursos a la entrevista.

Formatos acontecimiento con una premisa diferenciada en contenido y continente. Pero la televisión de hoy se inspira todo el rato en referencias, de ahí que hasta casi todos los decorados de los programas parezcan el mismo y las cadenas se olviden de la importancia de crear ambientes creativos para engrandecer lo que se quiere contar y, al mismo tiempo, pillar desprevenido al espectador. Toca dar luz verde a formatos que no se parecen a otros, que no repitan clónicas dinámicas (jurado, canción, jurado, canción). Basta de que todo se parezca a todo. O, si no, dentro de 10 años no tendremos ninguna nostalgia que añorar para resucitar.

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