PERIODISMO

El reality del Congreso de los Diputados

El programa de Ana Rosa Quintana conecta con el Congreso
El programa de Ana Rosa Quintana conecta con el Congreso
Mediaset

Hubo un tiempo ya lejano en el que la televisión evitaba conectar con el Congreso de los Diputados. Los debates en la Cámara Baja de las Cortes Generales, el órgano constitucional que representa al pueblo español, se emitían por La 2 como servicio público. Sin contertulios apostillando, simplemente como señal institucional para que la sociedad pudiera conectar con lo relevante que allí sucedía en riguroso directo. Después, el 'Telediario' aportaba contexto e información elaborada.

Aún no existía el Canal 24 Horas y se entendía que lo que sucedía en el Congreso no congregaba grandes audiencias. Pero la televisión ha cambiado. La política, también. Es más atractiva televisivamente hablando. Los actuales líderes políticos utilizan los encuentros parlamentarios para colocar su mensaje en las redes sociales y en los magacínes matinales, donde la política se ha ido convirtiendo en protagonista. De hecho, para comentarla, estos programas utilizan prácticamente las mismas técnicas con las que se narra un reality show. En cierto sentido, la política es un reality show en sí mismo.

Y las cocinas de los partidos políticos calculan sus pasos mediáticos sabiendo cómo funcionan los medios en la efervescencia del directo y, a la vez, la pasión que mueve las redes. Así las sesiones de control en el Congreso de los Diputados se han transformado en un juego de pullas pensadas para colocar en las grandes cadenas y que, después, se 'viralicen' en redes. Como consecuencia y a diferencia de antaño, todos los magacín matinales están listos para conectar con la Cámara y debaten, al instante, sobre lo que ven. A veces, sin tiempo para contrastar e incluso pensar. No hay escapatoria.

La teatralización y el Congreso de los Diputados siempre han ido de la mano. Es la esencia parlamentaria, la fuerza de la interpretación es vital en la oratoria desde una tribuna. Pero el problema está cuando el diálogo para la gestión social muta en la liturgia del zasca, como si el parlamento fuera un debate-espectáculo de prime time. La cultura del zasca no suele ser aliada para avanzar, es una herramienta que hasta descontextualiza y desvirtúa la realidad. Y lo que es peor: es manipuladora a la hora de simplificar lo que es complejo.  

Y el Congreso de los Diputados debe representar la complejidad. No quedarse en un ir y venir de eslóganes pensados para colarse en Twitter. Cualquier tiempo pasado no fue mejor, pero quizá deberíamos añorar cuando la televisión generalista no conectaba con el Congreso porque la política era menos efectista y más tediosa. El show puede estar bien para acercar la política a la gente, pero no todo puede ser show y, tal vez, no sea necesario contarlo todo con frenesí del directo, pues nubla la capacidad de análisis reposado, posiciona la especulación  y promueve una exageración de los partidos (y de los propios medios) que, a menudo, es la antítesis del debate útil que permite avanzar y no quedarse enquistados en la batalla de la proclama que aplauden, comiendo palomitas desde casa, los feligreses de cada formación.

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