Dirección escénica

El repetitivo problema de España en 'Eurovisión'

Blas Cantó y su gran eurovisiva luna
Blas Cantó y su gran eurovisiva luna
Eurovisión

Todos los años se repite la misma historia en la relación de España y Eurovisión, un evento que no sólo es un concurso de canciones y también es un espectáculo televisivo. Y quizá en esa fusión de términos surge el problema. Las canciones suelen nacer por un lado y la propuesta escénica se crea a posteriori buscando llamar la atención con determinados elementos. Aunque sean inconexos y no representen el trasfondo de la canción. Pero no por mucho rellenar de cosas o golpes de efectos visuales una puesta en escena se mejora el número musical. Al contrario, puede invisibilizar al artista y diluir su talento si se entremezclan mal las piezas del puzle escénico.

Al final, el problema de fondo que esconde esta dificultad añadida de potenciar el talento de artistas en Eurovisión está en que en España se ha dejado de entender en qué consiste realmente la figura del director artístico. Sucede en todos los canales de televisión. En los años setenta, en TVE, ya Miliki, Gabi y Fofó, 'Los payasos de la tele', firmaban sus programas como directores artísticos. Era lo más importante para que funcionara el resultado de la coreografía de todos los elementos creativos de su guion: escenografía, interpretación, música, luz, realización. Incluso el tartazo que iba y venía.

Porque la dirección artística atesora su gran virtud en la creatividad que motiva y coordina los equipos. Chicho Ibáñez Serrador o Valerio Lazarov también ejercían de directores artísticos. Tanto que dirigían la mirada a cámara hasta del último extra en el fondo del decorado. Todo se ataba bien para que todo, después, fluyera en armonía. Porque la dirección artística no sólo es colocar una grandilocuencia sorpresiva, sobre todo es diseñar la atmósfera para que la historia se entienda. Mejor aún si la historia se convierte en una experiencia para el espectador.

Y Eurovisión es justamente eso: historias contadas a través de canciones con toda la tecnología televisiva actual al servicio de cada país. El equipo portugués de Salvador Sobral en el eurofestival de hace unos años calculó muy bien la dirección artística. Lo fácil y errático hubiera sido poner en el gran escenario al cantante rodeado con una pareja de bailarines detrás. Pero no, lo sacaron del escenario principal y fue situado sobre una pastilla rodeada del público asistente. Ese calor del público serviría de escenografía potenciando el carisma del propio Sobral. Al fondo, en las grandes pantallas una leve animación de una especie de bosque para dar movimiento, textura y perfilar con más fantasía la icónica silueta del artista. Así se diseñó un juego de realización que acudía a lo relevante: la expresividad de sus primeros planos y su relación con la emoción del público que estaba a su alrededor y casi intentando tocar al artista. Se creaba una estampa íntima y a la vez inmensa desde un gran auditorio.

Salvador Sobral luego dijo que su música no tenía fuegos de artificio. Era una clara crítica a Eurovisión. Pero, en realidad, él triunfó en Eurovisión porque la delegación de Portugal supo dotar a su 'Amar Pelos Dois' de esos fuegos de artificio que diferenciaban y potenciaban la armonía, expresividad y belleza del arte de Sobral. Esa es la lección a aprender. Sin disfrazarle de nada, pero arropándole con un contexto que enfocaba aquello que le hace especial.

La televisión es trabajo en equipo y, probablemente, se gana mucho camino recorrido si el director artístico está desde la gestación de la propuesta y comprende el punto en el que se encuentra el artista, su canción y la televisión de España con un tono mediterráneo que puede diferenciarnos del resto de Europa. Porque los cantantes probablemente no tiene que saber que la función del director artístico no es sólo poner algo sorpresivo en escena para llamar la atención (este año en la propuesta de Blas Cantó se ha plantado una luna gigante), el cometido del buen director artístico es envolver la canción de una motivación artística, ya sea emocional o incluso surrealista, hasta crear un acontecimiento compacto y contundente que consigue lo más difícil: implicar a la propia audiencia en la historia que no sólo se canta, se interpreta. Se interpreta por el artista y por todos los engranajes coordinados que producen la magia de la tele. De un punto de luz al último primer plano.

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