OPINION

El servicio público esencial de los titiriteros

Ana Milán directo en Instagram
Ana Milán directo en Instagram

Apostar todo a tu vocación cultural. Es la elección de cientos (miles) de actores que pelean por su sueño. Aunque los años pasen, aunque la economía atosigue, mantienen esa prioridad vital por encima de lo demás, incluso rechazando la posibilidad de crecer profesionalmente en otros ámbitos. Se sacrifican. Eligen mantenerse a base de trabajos, muchos de ellos precarios pero con horarios particulares, no vaya a ser que les impidan estar disponibles para realizar un casting que surja. Mejor permanecer, por ejemplo, en empleos de media jornada con esa flexibilidad que facilite compatibilizarlos con un microteatro, un personaje episódico en una serie o un cortometraje. Siempre a la espera de la gran oportunidad que les permita vivir únicamente de su pasión artística.

La pasión siempre gana en prioridad, aunque la posibilidad de sobrevivir en el mundo actoral sea, en muchos casos, una utopía. Es lo habitual en un oficio desprotegido, constantemente en la cuerda floja de la intermitencia. Sólo unos pocos logran colocarse en un lugar de estabilidad profesional, algo que termina convirtiéndose en un hecho casi inaudito, posible solo para unos cuantos nombres. La mayoría vive en la incertidumbre, pero su implicación con la cultura, al final, termina fructificando de un modo u otro. Aunque pasen los años, aunque el gran público nunca descubra su talento, crear es una necesidad para los artistas, capaces de anteponer el arte a su estabilidad próspera.

Sin embargo, la cultura se plantea siempre como personaje secundario en los requerimientos imprescindibles de la sociedad. No es así, pero si lo fuera, la vida tampoco tiene sentido sin personajes secundarios. Ni en la ficción ni en la realidad. Los personajes secundarios son los que permiten que avance la trama, que tenga sentido. La crisis sanitaria del coronavirus Covid-19 ha puesto en valor a esos aparentes secundarios que en realidad son protagonistas pero a quienes los focos no suelen apuntar: los dependientes de supermercado, los cuidadores de las residencias de ancianos, los servicios de limpieza… Nunca tienen papeles protagonistas pero son decisivos cabezas de cartel para que la vida sea mejor. También ocurre con los artífices de cultura. Algunos sí cuentan con la atención de los focos.y los aplausos, pero tras ellos existe una descomunal retaguardia construyendo valiosísimo patrimonio.

Y el confinamiento también ha demostrado que la cultura, toda ella, nos cobija, nos protege, nos inspira, nos desafía, nos acompaña abriéndonos la mente a otras realidades, nos hace viajar aunque estemos encerrados en casa... Y nos entretiene, en el más poderoso sentido del verbo entretener, que a veces se usa de forma peyorativa. Olvidan quienes lo hacen que entretener es el primer paso de cualquier camino que nos lleva a convertirnos en lo que somos.

En plena cuarentena, lo hemos comprobado con cantantes, autores literarios, directores de cine, guionistas y artistas de todo tipo. Pero también, con esos mismos creadores que suelen ser la base de la pirámide pero sin los que la pirámide no tiene razón de ser: los actores. Son los comunicadores últimos de las historias ante el público, y han salido a contarlas. Desde sus balcones o desde sus redes. Reconfortándonos. Generando tramas que enganchan. Sin pedir nada a cambio. Simplemente ejerciendo su implicación intrínseca con el arte y la sociedad. Los están haciendo de múltiples e imaginativas maneras. Yendo más allá.

El arte no nos ha dejado solos en el aislamiento. De los brillantes monólogos repletos de adictivas anécdotas, que son una clase magistral de improvisación, de Ana Milán a los cortos sobre el confinamiento que no se quedan en lo evidente e intentan narrar la diversidad de las otras historias de la vida dentro de casa, como ha rodado a distancia el director Roberto Pérez Toledo de la mano de actores como Rubén Bernal o David Mora. También nos ha hecho reír la comedia de Miguel Ángel Martín, con su diario del confinamiento. O las muchas obras de teatro que han llegado gratuitamente a la red con el beneplácito de sus intérpretes. La Joven Compañía o Teatro Kamikaze han subido sus funciones a YouTube, donde, por ejemplo, RTVE ha realizado hasta maratones de ‘El Ministerio del Tiempo’.

Todos a una. La creación siempre está ahí, comprometida con su sociedad y las adversidades. Aunque no haya aplausos y la remuneración económica no sea la justa. Es la compañera que nos inspira y nos hace olvidar, al menos un rato, la soledad, los quebraderos, el miedo. Es la compañera que nos permite tomar un respiro. Da igual si es en la tele, en plataformas bajo demanda, redes sociales o en los balcones: la cultura y los intérpretes se abren camino entre nubarrones grises, iluminando el sendero hacia un futuro incierto en el que, pase lo que pase, nos quedará la inspiración de las ideas y las historias. Y aquellos que nos las cuentan. Vivan los titiriteros.

@borjateran

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