OPINION

El último 'Salvados' de Jordi Évole: un programa con motivos para llorar

Jordi Évole, último salvados
Jordi Évole, último salvados

Jordi Évole ya ha dicho adiós a 'Salvados'. Y su despedida ha sido con un programa para llorar. Llorar literalmente. Llorar de emoción. Llorar porque se da voz a los protagonistas de la sociedad, a los verdaderos protagonistas de la sociedad y que, en cambio, tan pocas horas ocupan en un prime time informativo.

Sus historias, sus realidades, que son las de todos, han conseguido un retrato sublime de las personas que sostienen el país. Las que hablan sin eufemismos, las que explican la vida desde una sensatez que nos radiografía lejos de proclamas prefabricadas y conflictos cocinados.

La soledad, los sueños rotos, el machismo, las ilusiones cotidianas, la migración -todos somos migrantes-, la nostalgia sin retorno, el trabajo sin elección, la necesidad de que te escuchen... la verdad que es de verdad, que tanto escasea en televisión.

Jordi Évole llegó a 'Salvados' con la risa como excusa y se ha ido de 'Salvados' con la emoción como trasfondo. Esta vez, desde su barrio, en Cornellà. Allí ha vuelto Évole, donde probablemente empezó a despertarse su curiosidad extensa, que no intensa. Al menos en la tele. De hecho, el programa ha rescatado un vídeo que realizó el propio periodista con 9 años -con ayuda de su padre y un amigo de éste-

Con este material de hace tres largas décadas, 'Salvados' ha jugado a un montaje en paralelo que iba entremezclando las imágenes del periodista en el hoy y en el ayer. Perfecto para cerrar una ciclo. Perfecto para llorar con una catarsis de testimonios universales. Perfecto para poner el foco en lo relevante y no en lo accesorio.

La realidad de lo cotidiano es la gran historia por contar. Siempre. Pero, en este cierre de etapa, los ojos de Évole parecían estar además en una especie de terapia. Él buscando un cambio tras once años en 'Salvados', mientras se ha ido encontrando con vecinos que no tuvieron las posibilidades para pegar ese viraje que, a veces, muchas veces, necesita la vida para no quedarse enquistada.

Personas con nombre y apellidos, con merecido rótulo en el desenlace del programa, pues, aunque no salgan en las portadas de los viejos periódicos, son los cabezas de cartel de una España nuestra que crece porque se fija en las particularidades que nos conectan y nos enriquecen más que en las que nos separan. Y, claro, hemos terminado llorando. Todos. Porque aunque nunca hayas pisado Cornellà, ese barrio es el nuestro, es el de todos, es nuestro pasado, es nuestro presente y, a la vez, es nuestro futuro.

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