Análisis

La censura viejoven: el efecto boomerang del nuevo puritanismo

La merma de la libertad, consecuencia del tiempo de la simplificación de la compleja realidad.

Lo que la censura disfrazada de moral no se puede llevar.
Lo que la censura disfrazada de moral no se puede llevar.
Borja Terán

Borrar el pasado impide entender el presente y mejorar de cara al futuro. Sin embargo, la simplificación de la moral a la que asistimos cree luchar por unos derechos a la vez que merma la osadía que permite crecer en libertades. Paradojas de un tiempo de extremos, tal vez.

La última polémica al respecto la ha protagonizado HBO Max, que ha decidido retirar el clásico 'Lo que el viento se llevó' porque contiene un mensaje racista y no quiere ofender a nadie. La plataforma ha decidido que recuperará la película pero con un cartel al inicio para avisar de que su contenido no es moral. Y aquí se abre un peliagudo problema en dos actos para el arte en su máxima expresión.

Primer acto. El cine y las series, como un libro, una pintura o una escultura, son fruto de su tiempo. De hecho, hay ficciones que con el paso de los años cobran un valor documental imprescindible para analizar la historia desde la perspectiva del paso del tiempo y el avance social. Pero parece que en el presente estamos perdiendo los matices que otorgan esa perspectiva. Como si hubiera algunos defensores de la moral, que quieren tutelar al público sin dejarle la libertad de contemplar por sí mismos las realidades que existieron y que existen. La historia demuestra que el espectador es mayormente inteligente y que la ficción nos retrata como somos. Hasta nos sonroja por mostrarnos como somos, como fuimos y, en muchas ocasiones, dejando en evidencia que no hemos cambiado tanto como creemos.

Segundo acto. ¿Cada novela, pintura, escultura o película deberá ir entonces acompañada de rótulos si contiene elementos "inmorales"? Porque entonces habría que poner un cartelito en más del noventa por ciento del cine y la televisión. Del arte en general. Porque la ficción, las historias y los conflictos se construyen con personajes con prácticas que no suelen ser muy morales que digamos. Pasa hasta en los dibujos animados. Pero lo que es peor en este discurso es que parece defender que ya no se pueden crear historias que incomoden, que desafíen y que incluso radiografíen realidades tóxicas. Historias donde los malos puedan ganar o no ser castigados. Como pensando que así no se reproducirán. Esto, al final, termina siendo una forma de dogmatizar.

La ficción debe poder hablar de todo y de todas formas. Y eso mismo hará mejor a la sociedad porque se enfrentará a todo. E incluso podrá mirar más allá con el pensamiento crítico que se adquiere a través de la educación y la cultura. Sabiendo discernir entre realidad y ficción, entre lo que está bien y lo que está mal, sin esperar que un cartelito te lo aclare.

Si no, ¿qué ocurrirá ahora cuando se produzca ficción de época? ¿Qué pasará si otra película decide contar una historia ambientada en el sur de Estados Unidos en el siglo XIX antes de la Guerra de Secesión? ¿Se negará que los personajes blancos veían la esclavitud como algo normal? Como si el espectador no entendiera los contextos históricos. Estamos creyéndonos más tontos de lo que somos. 

Y, lo que es peor, esta forma de argumentar sin argumentos, solo intentando erradicar lo que vemos discriminatorio, favorece que los que discriminan pierdan sus complejos, se sientan acorralados sin entender nada y surjan populismos preocupantes que sí que suenan a una involución en el tiempo.

El cine, el arte, existe para retarnos retratando, retratándonos. Y debe retratar con libertad para ir más allá, para hacernos pensar sin las tutelas que, al final, limitan, empobrecen y coartan la diversidad social integradora. Porque educar no es eliminar lo terrible que quieres que quede atrás, al contrario. La educación en las casas y en las escuelas es la que debe asegurarnos que nadie verá una historia con personajes racistas sin detectar que esos personajes son racistas. O machistas. U homófobos. Sin necesidad de que se lo diga un cartelito paternalista. Cuyo condescendiente efecto, por cierto, será nulo en quien ya es racista e innecesario y hasta insultante para quien no lo sea ni tenga la más mínima intención de serlo.

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