OPINION

José María Íñigo, el hombre que retrató la ingenuidad de un país que descubría la TV

José María Iñigo con Uri Geller.
José María Iñigo con Uri Geller.
José María Iñigo con Uri Geller.
José María Iñigo con Uri Geller. Un momento que no se ha olvidado cuatro décadas después.

"El prestigio en la televisión no vale nada, sólo vale la audiencia de tu último programa", decía José María Íñigo cuando las audiencias no importaban aún tanto. Vivió en Londres, aprendió de la televisión internacional y volvió a España con la inteligencia de saber adaptar a la idiosincrasia nacional aquello que había observado en la pequeña pantalla del exterior.

José María Íñigo trajo el late night sin hacer un late night. Estudio Abierto o Directísimo fueron algunos de sus programas en los que supo palpar las demandas de una joven televisión en España que necesitaba mostrar con más destreza la sociedad del momento: la folclórica, la asombrosa y, también, la de a pie de calle.

En los programas de Íñigo se vivieron instantes que han protagonizado el revival televisivo durante cinco décadas. Desde las cucharas torcidas de Uri Geller hasta la pérdida del pendiente de Lola Flores. Sin olvidar el susto de Raffaella Carrá cuando, en plena actuación, sufrió el miedo de ver como a escasos metros se pegaban unos señores del público.

Entre los sesenta y ochenta, todos los programas de José María Íñigo triunfaron porque lograron una transparente y genuina radiografía social de una España que quería salir del blanco y negro para empezar a verse en color. Sus formatos abrían el Estudio 1 de Prado del Rey al costumbrismo pero también al nuevo talento. E Iñigo preguntaba con una rotunda perspicacia en la que no había escapatoria. Ponía en jaque al entrevistado pero, al mismo tiempo, también al espectador.

Así se convirtió en una cita fundamental acudir al programa de Íñigo para llenar teatros. De hecho, Lina Morgan volvió a triunfar gracias a una entrevista de José María Iñigo en la que la actriz encandiló a la audiencia.

También Miguel Bosé debutó, con una coreografía imposible, en un espacio de Íñigo. Fue en aquellas Esta noche... fiesta en las que José María Iñigo y el realizador Fernando Navarrete supieron convertir la sala de fiestas Florida Park en todo un reality: el espectador se colaba a través de las cámaras de TVE en una celebración de la alta sociedad. Porque Íñigo reunía a grandes estrellas en las mesas de tal discoteca e iba mostrando como se divertían ante tal sarao, mientras las entrevistaba sin ningún remilgo (y alguna que otra pregunta ñoña) durante el distendido show.

Así el espectador veía en Esta noche... fiesta como Dominguín se emocionaba ante el debut en la televisión de Bosé. Al día siguiente, no se hablaba de otra cosa. Porque los programas de Íñigo contaban con una intuición para remover la emoción a través de la televisión. No sólo conseguían el momento, también lograban mostrarlo con sensibilidad gracias a planos de reacción de los asistentes y unas propuestas escénicas que, cuando se podía, pretendían la excelencia creativa o el golpe de efecto imprevisible.

A Íñigo no le gustaba que le llamaran "maestro" porque eso suponía la jubilación. Nunca se jubiló y su muerte este sábado, a sólo una semana de ese Eurovisión del que ha sido comentarista oficial en los últimos años, nos ha pillado por sorpresa. En realidad, siempre ha sido un maestro de la sorpresa. Incluso con un punto de provocador. Pero, sobre todo, los programas de sus años dorados dejan el aprendizaje de que la televisión es no olvidar que se está trabajando para el espectador. Él lo tuvo siempre presente. Tanto que, cuatro décadas antes de la existencia de las redes sociales, ya entendía la necesidad de hacer al público máximo partícipe de sus programas. Abriendo las líneas telefónicas sin red y poniendo en ciertos bretes a sus  invitados frente a un respetable que no se cortaba demasiado. O que se lo pregunten a Lola Flores.

Íñigo tenía un punto de periodista y otro punto de malicioso creativo catódico. Esa mezcla explosiva logró una televisión española que ha quedado para la historia, pues logró retratar con cristalina trasparencia la ingenuidad de un país diverso que avanzaba hacia un futuro mejor. Descanse en paz.

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