OPINION

Juan Carlos Monedero: cuando la política participa en 'Pasapalabra'

Monedero Pasapalabra
Monedero Pasapalabra

Juan Carlos Monedero, fundador de Podemos, juega esta semana tres días en Pasapalabra. Y no lo hace como concursante oficial que aspira a llevarse el bote del famoso 'rosco'. Monedero participa en calidad de celebrity invitada. Porque, ya se sabe, para subir la cuota de pantalla el concurso de Chistian Gálvez cuenta con padrinos famosos con caché y todo: actores, cantantes, presentadores... y políticos. ¿Por qué no?

En España no estamos del todo habituados a que los políticos participen en shows de entretenimiento. De hecho, la aparición de Monedero ha levantado alguna suspicacia en Twitter, lugar donde, por otro lado, casi todo despierta actualmente suspicacias. Recelos muchas veces minoritarios, que somos los propios medios de comunicación los que convertimos en noticia de masas. Así que no caigamos en esa trampa. Pero lo cierto es que la televisión made in Spain prefiere no meterse en política para no "molestar" al espectador... o al resto de los partidos.

Siempre que un político aparece en un programa que no es de política, saltan las alarmas. Hace años, Pedro Sánchez, recién elegido -la primera vez- como líder del PSOE, llamó a Jorge Javier Vázquez en plena emisión en directo de Sálvame. Lo hizo para intentar convencer al famoso presentador de que volviera a apoyar al PSOE. Y es que Vázquez, indignado con la fiesta del Toro de la Vega de Tordesillas, anunció por entonces que retiraba el voto al partido de Sánchez si un ayuntamiento socialista apoyaba esta celebración que tortura a un animal.

Con tal inesperada llamada, Pedro Sánchez estaba dándose a conocer al no desdeñable público de Sálvame y programas derivados, que casi no sabían en ese instante ni qué cara tenía. Una carambola política, en directo, en la palestra líder de la tarde de Telecinco.

Desde entonces y con el convulso escenario político en que cualquier voto es útil y necesario para desempatar, los representantes políticos se percataron de que había que acudir a todo tipo de programas. Quitarse corazas y protocolos. Y todos los líderes se pasearon (y danzaron si hacía falta) por espacios como El Hormiguero. Pero aún faltaba la pata de los concursos, que destacan en audiencia, público fiel a diario y, sobre todo, buena imagen. La aparición de Monedero puede ser una antesala a un cambio en este género catódico.

En Estados Unidos y en el Reino Unido es habitual que primeros espadas o miembros de partidos políticos aparezcan en todo tipo de programas: de informativos a entretenimiento. Concursos, magazines, realities, late nights… acuden a cualquier formato como personalidades relevantes.

De hecho, Michelle Obama llegó hasta aparecer en un reality show bastante sensacionalista como es la versión norteamericana de Esta casa era una ruina. Participan activamente y juegan: saben que la tele es clave para hacer llegar su mensaje, mostrarse más cercanos y rendir cuentas.

En España, somos más críticos con cualquier tipo de aparición pública de los políticos en televisión. Muchas veces porque son los propios políticos los que han tratado con cierto desdén a la televisión y, por tanto, han utilizado las apariciones televisivas de los representantes de los partidos, instituciones o comunidades autónomas como arma arrojadiza. O si no que se lo pregunten a Miguel Ángel Revilla, asiduo a programas y talismán de las audiencias. El presidente cántabro sube el share del formato al que acude, ya sea La Sexta Noche o el show de Bertín Osborne.

Al final, con esa hipocresía colectiva se corta las alas de la libertad de los representantes para lanzar su mensaje donde y como quieran. 

Populismo es vender humo barato y con proclamas de fácil digestión.  En la televisión, o fuera de ella. La buena y mala política no va unida a jugar en un concurso de televisión o bailar en El Hormiguero, como hizo Soraya Saénz de Santamaría. Sin embargo, en nuestro país todavía hay desconfianza con estas apariciones con un perfil más lúdico. Es más, suelen ofender. Aunque, tal vez, simplemente deberían denotar un mayor grado de madurez democrática.

Socialmente se ha interiorizado que el buen político debe ser una especie de venerable humanoide seriamente serio, que incluso no sale de su púlpito o no se quita su disfraz, vestimenta al poder ser tono monocolor. Se ha ido asimilado una ejemplaridad política gris, de cartón-piedra, que no define nada y aparenta todo. Y, claro, como la televisión suele ser multicolor y no monocolor, explosiona el prejuicio.

Pero la honorabilidad, reputación y profesionalidad no se traduce en un disfraz, tampoco en salir (o no) por la televisión. Se debería sustentar en proyectos, logros y trabajo.  Pero, en tiempos de marketing, gana el prejuicio. Más aún si participas en un programa de ese aparato maldito donde triunfan concursos "para pasar el rato" como Pasapalabra

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