OPINION

Claves de la audiencia más baja de los Oscar: ¿El fin de las galas de premios?

Oscar 2020 GISELA
Oscar 2020 GISELA

Mínimo histórico de audiencia. La 92 edición de los Oscar  congregó a un 23,6 millones de espectadores. Un 20 por ciento menos que el pasado año con 29.6 televidentes.

De 40 millones de espectadores hace seis años a 23.6 televidentes en 2020. Los datos son preocupantes. Es evidente que los consumos televisivos están cambiando y, ante el alto volumen de oferta audiovisual bajo demanda, una ceremonia tan larga pierde fuelle. Han sufrido el mismo efecto los Grammy y los Emmy, que también han visto como mengua su seguimiento.

Pero, en cambio, en España 'Los Goya' mantienen su cuota de audímetros. Y ahí está la clave de que los Oscars caigan en picado: tuvieron presentador, dos: Silvia Abril y Andreu Buenafuente.

Para aligerar el show, la academia de Hollywood este año ha repetido un espectáculo sin maestro de ceremonias. Así intentan abreviar el prime time pero, a la vez, se quedan sin ese anzuelo que otorga carácter y unidad a todo el desfile de premios. El resultado es más que evidente: sin un gran cabeza de cartel que haga suya la gala, los Oscar 2020 no provocaron ninguna estampa televisiva para la posteridad.

El programa fue soso y aburrido, pues no contenía ningún giro de guion o punto de inflexión que sorprendiera y levantara la atracción por el show. A diferencia de otros años no hubo elementos televisivos que otorgaran relevancia a la emisión, movilizando la conversación social. Como cuando Ellen DeGeneres llamó a un pizzero en directo o realizó el selfie más vip de la historia. O como cuando Jimmy Kimmel infiltró a los viajeros de un bus turístico en plena gala.

En esta edición, todo dependía de la espontaneidad de los premiados. Y tampoco existían grandes reclamos de popularidad entre la mayor parte de los premiados, otro factor crucial para que los Oscar despierten más o menos curiosidad a los norteamericanos. 

Los Oscar parecen más un trámite que un show al renegar de un autor al frente como presentador. Así no sacan todo el pontencial al show televisivo que es. De hecho, este año parecía que detrás del formato no existía una dirección que diera un tono único y en crescendo al sarao. 

El pasado año le fue bien a Hollywood sin un maestro de ceremonias por otros condicionantes colaterales, pero los Oscar no son lo mismo sin alguien visible al frente. El conductor no sólo presenta, también inyecta de su personalidad al show. O, de lo contrario, las galas dependen exclusivamente de la sensibilidad que atesoren o no los premiados con sus discursos de 45 segundos al recoger el dorado galardón.

Pero los discursos ya se pueden ver, sueltos, en Youtube o a través de las redes sociales. No hay que seguir toda la ceremonia. Para enganchar con la adrenalina del directo, es necesario que la gala tenga cabezas de cartel que proyecten la sensación de acontecimiento único que hay que ver en vivo porque atesora un relato con chicha, sentido, contundencia e interacción con los espectadores. Los Oscar no pueden ser sólo una entrega de premios cuando ya van acercándose a los cien años de vida. Entonces, el cine fue hábil a la hora de venderse con el glamour de las alfombras rojas y el márketing de los autohomenajes, pero ahora necesita algo más que estatuillas.

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