OPINION

La homofobia de los responsables de 'Barrio Sésamo' con Epi y Blas

Epi y Blas.
Epi y Blas.

Epi y Blas nacieron en un tiempo en el que la homosexualidad se disfrazaba de amistad. La sociedad culpaba y odiaba la diferencia, por la ignorancia que generaba el miedo a lo desconocido.

En los años setenta, ochenta y noventa, era imposible dar cabida en un programa infantil a un personaje gay. Menos aún, a dos personajes gays. Todavía peor si compartían habitación. Así que mejor que durmieran en camas separadas.

Así que Epi y Blas dormían en camas separadas, pero con una complicidad que iba más allá de la amistad, lo que otorgaba a los personajes un subtexto que con el tiempo se convirtió en icónico. Este subtexto ha sido ahora reconocido por el guionista de Barrio Sésamo Mark Saltzman esta semana. El escritor televisivo ha explicado que pensaba en Epi y Blas (Ernie y Bert en la versión original) como pareja a la hora de dar forma a los diálogos y que de hecho se inspiraba en su relación con el montador Arnold Gassman.

Se notaba, y a los niños no les importaba. Porque los niños entienden el amor sin esos prejuicios que luego, cuando crecen, van incorporando tóxicamente al chocar con viejos temores sociales a la diferencia cuando, en realidad, la diferencia es lo que nos enriquece.

Pero, tras las declaraciones del Saltzman, han saltado las alarmas en la factoría de Barrio Sésamo. Quienes producen el programa ha corrido a negar de forma oficial que Epi y Blas hayan sido alguna vez pareja, metiendo de una patada a los dos protagonistas en el armario.

Esa innecesaria explicación pública de Barrio Sésamo sólo define un peligroso miedo a la libertad que todavía sigue acechando en la sociedad y que propicia la discriminación y el bullying que aún seguimos viviendo. Porque con esa negación pública -primero por parte del creador de estos teleñecos, Frank Oz, y, después, por la propia compañía de Barrio Sésamo- dan a entender en cierto sentido que es peligroso dar por hecha la homosexualidad. Como si tuviera importancia alguna y, lo que es peor, de forma latente, excusándose como si se tratara de algo malo.

Para salir del atolladero, los responsables de Barrio Sésamo se han justificado por un galimatías de eufemismos: "Como siempre hemos dicho, Bert y Ernie son mejores amigos el uno del otro. Fueron creados para enseñar a los niños de preescolar que las personas pueden ser buenas amigas de aquellos que son muy diferentes. Aunque sean identificados como personajes masculinos y posean muchos rasgos humanos, como la mayoría de las marionetas de Barrio Sésamo, son  marionetas y no tienen orientación sexual".

Pero lo cierto es que mienten, porque sus marionetas sí tienen sexualidad. Porque hasta las marionetas tienen sexualidad. De hecho, sus marionetas Peggy y La Rana Gustavo han tenido una historia de amor. Aunque, claro, son heterosexuales. Ellos sí tienen sexualidad. Epi y Blas no, no vaya a ser que esa sexualidad moleste a alguien. Ahí está el miedo de Barrio Sésamo, contaminado por la homofobia social predominante, que es cortapisa a la libertad y que todavía hoy considera más problemático ser homosexual que ser heterosexual. Y no hablamos de países tercermundistas, sino de Estados Unidos, donde se creó el programa.

Barrio Sésamo podía haber callado y reído con la explicación de su guionista, tomándosela como lo que es: un necesario guiño a la visibilidad y la representatividad también en los shows infantiles de toda la vida. Sin embargo, ha salido a evidenciar que todavía hay miedo a que en los programas infantiles se pueda visibilizar una sexualidad diferente a la predominante, cuando son los niños los que mejor entienden la diferencia y aprenden de ella. Algunos reaccionarios dirán que personajes homosexuales en series infantiles "no, por favor, que influirán a los niños". Mentira, sólo los harán mejores, más abiertos y más tolerantes, y no insultarán al que no es como ellos. Pero la sexualidad sigue siendo un tabú que mejor no tocar a no ser que sea una relación de un príncipe buscando poner un castillo a su princesa, claro. O una rana con una cerda, pero siempre que la rana sea un hombre.

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