OPINION

La importancia de celebrar: de la cabalgata de Reyes a Paquita Salas

Paquita Salas
Paquita Salas

No es la retransmisión más vista de la Navidad, pero sí una de las más queridas por los trabajadores de TVE. Se trata de la cabalgata de los Reyes Magos de Oriente. Cada año, la cadena pública realiza una gran despliegue de equipos y unidades móviles para retratar todo su trayecto por una autopista madrileña llamada Paseo de la Castellana. Por un día, los atascos dejan hueco a la ilusión infantil.

Y TVE también corta su programación para emitir ese candor de los más pequeños y hacerlo con toda la relevancia que merece. Desde los Nuevos Ministerios hasta el Palacio del Colón, los profesionales de la televisión despliegan sus cámaras y, no menos importante, sus torres con grades focos. Las grises farolas (de autopista) que hay en la Castellana dan una añoja luz naranja apta para la contaminación lumínica pero no apta para la tele.

La cita se prepara minuciosamente. Incluso se ensaya en la noche previa. Hasta las tantas de la madrugada. Todo debe estar bien listo para retransmitir la ilusión. Al fin y al cabo, ese es el superpoder de la Navidad: la ilusión que viene de la mano de celebrar. Llenar la casa de luces sin mesura, preparar las reuniones familiares con la elaboración imposible del solomillo Wellington, rebuscar el regalo perfecto para sorprender a aquellos que quieres, planificar esos propósitos por cumplir en el comienzo del nuevo año. Aunque nunca los llegues a cumplir del todo.

Las celebraciones, tan denostadas en ocasiones, son ejes fundamentales para seguir viviendo, para seguir avanzando, para ser un poco más felices. Porque las celebraciones rompen con la rutina. Son la excusa perfecta para pararse, coger aire, tomar impulso, sonreír a boca llena e incluso atreverse a crecer.

Poco a poco, cada uno a su ritmo, aprendiendo más de la cara de ese niño que ha abierto hoy su regalo que de las aspiraciones gigantes que marca una competitiva sociedad adicta a sobrevalorar el éxito y fracaso de cara a la galería. Pero, en la cotidianidad de las pequeñas celebraciones del día a día, están los verdaderos éxitos diarios. Los que nos animan a continuar.

Y ahí, probablemente, estriba el éxito real de 'Paquita Salas'. La serie de Javier Calvo y Javier Ambrossi ha sido una revelación porque ha conectado con la sociedad de la empatía en tiempos de una asfixiante simplificación de todo: desde la política, desde los medios de comunicación y desde las propias redes sociales. Todo es blanco o negro, cuando todo siempre será una tonalidad de colores infinitos entremezclados y cargados de contextos y sus circunstancias.

Paquita Salas, como su público, se revela contra todo eso. Y sigue reivindicándose... celebrando. Quizá se ha percatado de que no hay que obsesionarse tanto con metas estratosféricas y hay que intentar abrazar más esas ilusiones que se presentan en el día a día. Y, a veces, ni siquiera vemos.

Al final, Paquita Salas no habla de una representante de actores que ha pasado de moda.  Su identificable mérito es que, en realidad, esta ficción cuenta la existencia de una representante de actores que está entendiendo que en relativizar e intentar exprimir las oportunidades de lo cotidiano está la llave que permite seguir progresando. No es sencillo, pero es un buen antídoto contra la enfermedad social de las vidas centradas en las expectativas por un éxito contrarreloj mal entendido que impide la felicidad de celebrar el recorrido. Celebremos más, pues, mejor aún si es recuperando parte de esa ingenuidad perdida de aquellos niños que, en una noche como la de hoy, dejaban preparado un buen vaso de leche a sus majestades los Reyes Magos (y sus camellos). 

Borja Terán.

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