OPINION

La importancia de la música de fondo en TV: de Ibáñez Serrador a García Ferreras

Ferreras en 'Al Rojo Vivo'
Ferreras en 'Al Rojo Vivo'
Ferreras en 'Al Rojo Vivo'
Ferreras rodeado de periodismo.

La última gala de Los Goya, con Ernesto Sevilla y Joaquín Reyes, tuvo la buena idea (sí, buena) de incorporar músicas de fondo a determinadas apariciones. Por fin, en una ceremonia de tal calado, se recuperaba un elemento clave en la televisión: la sutil banda sonora, que define el estado del ánimo del momento. Sin embargo, la ambientación musical de Los Goya 2018 falló. No fue sutil, la elección de temas fue demasiado obvia. Si Joaquín Reyes recitaba un guion en plan gracioso, una música al estilo de Benny Hill envolvía su presencia.  Tal vez para que no quedara ninguna duda de que aquello iba de comedia... aunque nadie se riera lo suficiente.

Bien por la introducción de músicas como colchón de las presentaciones de Los Goya. Pero, también, hay que saber escoger esa banda sonora para que sea actual y remita al tipo de programa en sí. En estas lides, como en otras tantas, Chicho Ibáñez Serrador fue maestro, trasladando el valor de la banda sonora del cine a la televisión. No sólo en la ficción, también en los programas de entretenimiento.

De hecho, el Un, dos, tres... incorporó la música de fondo como gran truco. El mítico concurso se grababa en dos días y contaba con un proceso de cortes de edición arduo que, en cambio, no se notaban. Nada. El motivo: estos programas se construían a través de una estructura previa muy definida, con todos los elementos del show bien atados: realización, guion… y música. Todo estaba estructurado y todo tenía su cometido. También las bases musicales, que aderezaban cada instante del concurso.

Las músicas de fondo no sólo daban una identidad diferenciada y contundente al show, que lo hacían, sino que también otorgaban sensación de conjunto al programa. De esta forma, no saltaban los cortes de edición (la música de fondo se introducía después y daba unidad a todos los fragmentos cortados y pegados) y, además, esa misma música iba marcando el tono de cada sección del concurso. Una banda sonora que, aunque formaba parte de un todo -el Un, dos, tres- estaba compuesta pensando en cada estado de ánimo que favorecía el juego: la subasta tenía su reconocible tema, la eliminatoria su identificable sintonía, el final contaba con su fanfarria álgida y si aparecía Serrador se metía de base una melodía siniestra. La música ayudaba a definir la personalidad de los personajes que aparecían en escena. También del propio Chicho.

Era la televisión que cuidaba la composición de sus propias bases musicales para ser más reconocible por el espectador. Y que no se parecieran a otro programa, que el espectador supiera que estaba viendo.

Esta estela la siguieron, a su manera, espacios como Sorpresa, sorpresa, con una sintonía muy identificable con diferentes versiones, para marcar, cuando fuera necesario, la emoción de un sensible reencuentro (con un compás más ñoño) o el subidón de la aparición de un inesperado invitado estelar (con otro ritmo más eufórico).

Otro gran formato que tuvo meridianamente claro la necesidad de incorporar músicas para marcar el ritmo del espacio fue Crónicas Marcianas. Jorge Salvador, como mano derecha de Javier Sardá, atesoraba el poder de tener vía libre para lanzar los 'chimpunes' sonoros en cada segundo del show. Con un programa informático, disponía de todas las canciones a mano. Si surgía un momento irónicamente tétrico, aparecía la escalofriante BSO de Psicosis. Si surgía un pico de emoción en el late night, sonaba un buen hit de Whitney Houston, ideal para reforzar la sensibilidad con tal apoteosis sonora. Salvador siempre rápido, con cierta corrosión y jamás permitiendo que el oído del espectador desconectara de las tramas del programa, a golpe de ruidos y canciones. Su contundente sello ha continuado a través de El Hormiguero, access prime time del que es productor ejecutivo junto a Pablo Motos.

Las músicas (y otros soniquetes) son decisivas para definir la identidad de los programas de cualquier género. Hasta Karlos Arguiñano, en su tira diaria de recetas, cuida una base musical que hace que el espectador huela su programa aunque no esté prestando atención al televisor.

Incluso los informativos o espacios de actualidad han incorporado sintonías épicas para favorecer en el subconsciente del espectador una intensidad especial de que está viviendo un momento histórico para la posteridad. O que se lo digan a Antonio García Ferreras y sus maratones de Al Rojo Vivo en el que el elevado volumen de una banda sonora legendaria y gloriosa no descansa en todo el programa. Así esa música tapa los susurros del presentador cuando da instrucciones a su equipo (Ferreras hace y deshace el programa desde la mesa mientras presenta en directo) y, por supuesto, esa misma música pone en cierta tensión al espectador aunque no esté sucediendo nada en emisión.

Y si hablamos de músicas en televisión, no hay que olvidar a Joan Quintanilla que estuvo a los mandos de la ambientación de La Columna, formato que dirigió y presentó Julia Otero en las tardes de TV3. Un espacio que rompió con la estructura cotidiana del magacín vespertino y, por cierto, fue pionero en abreviar las eternas cabeceras, integrando el grafismo -esa aparición del logotipo animado en pantalla- sobre la imagen en directo del plató del programa, lo que otorgaba más viveza al show. Implicando más al espectador en la trastienda del formato.

Con su selección de músicas, Quintanilla dotó de una personalidad más refinada a La Columna y logró uno de los golpes de efecto sonoros mejor hilados de la historia del magacín español. Lo sufrió el mismo Chicho Ibáñez Serrador, que probó su propia medicina al envite de una música de fondo. Porque Chicho siempre supo de la importancia de una canción bien puesta a tiempo en televisión. Mejor si esa melodía contaba con una pizca de fina (o gruesa) ironía. Y eso es justo lo que consiguió Quintanilla, recordando, además, una máxima de los medios de comunicación, que no se cumple tanto como debería: saber escuchar. Es la única manera de hacer brillar más al invitado, a su propia historia y, como consecuencia, al propio programa. Y, claro, en ese instante, Chicho alzó su analítica mirada e hizo una rápida pausa para digerir la buena jugada sonora. Por primera vez, el efectista giro de la conversación no lo creó él como maestro del suspense y de la televisión reverente... e irreverente:

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