ANÁLISIS

'La isla de las tentaciones': la crisis de la segunda temporada

La verdad siempre gana a lo gratuitamente desquiciado. Aunque en Twitter no lo parezca.

Sandra Barneda, presentadora de 'La isla de las tentaciones 2', resoplando.
Sandra Barneda, presentadora de 'La isla de las tentaciones 2', resoplando.
Mediaset

Hace menos de un año que se estrenó 'La isla de las tentaciones'. Fue en enero, aunque parezca que ha pasado una eternidad, porque la incertidumbre de la pandemia ha desvirtuado la duración mental de este 2020. Ahora, sólo unos meses después, ha retornado a Telecinco el 'resort' de la infidelidad, aquel reality que se gestó para Cuatro como un producto menor pero ahora se ha convertido en el formato estrella del otoño de Mediaset.

Pero, como cualquier reality, sufre la crisis de la segunda temporada: los participantes vieron la primera entrega y ya saben a lo que van. No son cándidos e ingenuos, sino que están dispuestos al dislate con tal de triunfar en la cadena, lo que equivale a ser la nueva Fani Carbajo y encadenar participación en los realities del año que viene. Así que la timidez y los escrúpulos no han existido desde el minuto uno. Aquí cuanto peor, mejor.

Sin embargo, una de las cosas que más funcionó en la primera edición es que las tramas e infidelidades del programa se gestaron poco a poco. La audiencia, especialmente el jugoso target comercial del público más joven, donde el show tiene mucho tirón, conectaron con las parejas y sus tentadores porque sus relaciones fueron creciendo en creíble intensidad a fuego lento.

La debilidad de esta temporada radica en que todo resulta más falso, más forzado, mucho menos verdadero. Porque el casting del programa está dispuesto a montar gresca a la mínima. Sólo ha bastado un primer vídeo en el que un novio de Melyssa besa a una soltera en la nariz para desatar los gritos y las carreras por la playa, el show que suelen protagonizar aquellos que creen que así lo están haciendo muy bien para contentar al directivo de la televisión.

Así, 'La isla de las tentaciones 2' fuerza la locura del dramatismo desde el primer momento. En cambio, la otra edición fue montada con más sibilina naturalidad. Las tramas estaban hiladas con un astuto realismo que, como en una serie bien escrita, no daba tregua al ojo del espectador con sus giros, sus silencios y sus diversos desenlaces al gusto de todas las tipologías de audiencias. Lo que ocurrió ya en el segundo programa con Melyssa suena a intento desesperado de crear un momento "¡Estefaníaaa!" nada más arrancar. Pero el momento "¡Estefaníaaa!" no habría causado el impacto que causó de haber llegado tan pronto en la primera edición. Llegó en el clímax del relato, cuando ya conocíamos bien al enamorado Christian, a la cruel Fani y al tentador soltero Rubén. Cuando los personajes estaban más que bien presentados y conocíamos sus motivaciones y contradicciones.

Esta pérdida de espontaneidad del formato define la crisis de la segunda temporada habitual en este tipo de realities que llegan sin expectativas y que, al final, termina transformándose en fenómeno. En la anterior etapa, pinta que, como no confiaban tanto en su éxito, hubo más posibilidades de jugar y de respetar su devenir natural. Ahora todo debe estar más dopado para que el share no baje desde el inicio gracias a un despiporre constante. Aunque nadie se crea nada de lo que está pasando. Quizá se ha interiorizado que a la audiencia, especialmente a la más joven, le da igual el artificio o la verdad, pues lo que busca es el meme de usar y tirar.

Lo dirá la evolución de la audiencia de esta temporada. Pero en televisión se generan vínculos más inquebrantables con el espectador si la trama se desarrolla con la fuerza de la empatía y la veracidad. La verdad siempre gana a lo gratuitamente desquiciado. Aunque en Twitter no lo parezca.

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