OPINION

La lección que deja la contraproducente gestión del Gobierno del PP en RTVE

Rajoy en RTVE
Rajoy en RTVE

La manipulación de la información en RTVE también es corrupción". Lo dijo el nuevo presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante la moción de censura. Esa misma noche, La 1 de TVE programaba un especial 'monocolor', sin pluralidad, con unos tertulianos que parecían querer meter miedo ante un cambio democrático. Y ese 'meter miedo' a un cambio democrático se notaba demasiado. Y RTVE volvía a quedar en evidencia a ojos de los españoles pero, también, desde el prisma de influencia internacional.

Tal vez Mariano Rajoy no se ha percatado, pero su gestión de RTVE ha sido una de sus piedras en el camino, junto a la corrupción que sufrido su partido y que ha llevado al PP a la oposición.

El día que Rajoy tomó posesión como presidente del Gobierno, RTVE venía de un consolidado liderazgo en audiencias y de recibir premios internacionales por los logros periodísticos en sus informativos. Unos Telediarios que habían dejado de ser institucionales para poner el foco en la sociedad. Objetivamente, los informativos de TVE habían logrado la independencia pero, también, habían alcanzando un compromiso con la innovación. Así los TD crecieron en narrativas audiovisuales, evolucionándose al compás de los nuevos tiempos y los cambios de consumos de una televisión que también se ve en el móvil o en la tablet.

Pero, a pesar de que se había logrado un consenso entre los partidos para separar la radio televisión pública del poder, el PP realizó una reforma que reducía el número de consejeros en la Corporación (declarado después anticonstitucional) y para, sobre todo, poder colocar a dedo al presidente de la empresa pública. Adiós, consenso. 

Así, en 2012, la televisión pública entraba en una de las etapas más oprimidas de su historia. Los servicios informativos retornaban a un control de otra época y la programación perdía fuelle con la aprobación de proyectos que, en muchos casos, parecía que no entendían ni la esencia de una cadena pública ni el momento que vive el sector audiovisual ni el instante en el que se encuentra el público.  

En todo este tiempo, RTVE ha desdibujado su influencia global. Dejó de ser una televisión referente para ser vista como un viaje a un pasado de la mala picaresca nacional, donde los informativos hablan desde una desfasada trinchera o se contratan o descontratan programas por la afinidad ideológica. Véase cómo se retiró el espacio de Bertín Osborne por una entrevista a Pedro J Ramírez que podía sentar mal en Moncloa, véase cómo se rechazó a Mercedes Milá por "incontrolable", véase la forma en la que se sigue renovando a Javier Cárdenas cuando su programa sólo es un lastre para la cadena, pues no aporta ni audiencia ni un atisbo de calidad. Simplemente indignación y mucha especulación.

Una época en la que también se ha mareado la estabilidad en emisión y en producción de productos de prestigio y reputación (por ejemplo, El Ministerio del Tiempo), se ha elegido o vetado a invitados según su ideología y, al final, se ha tenido miedo, mucho miedo, a la libertad creativa, que es la razón de ser de una buena RTV pública.

A diferencia de las cadenas públicas de referencia europeas (Reino Unido, Francia, Alemania...), RTVE se ha desdibujado, sus canales no tienen una línea definida (a vista del público sólo se asocia con sesgo ideológico) y, lo que es peor, ha plasmado una imagen de una radio televisión pública que no representa a un país moderno. Sin darse cuenta, la básica estrategia del PP de tomar el control de RTVE como controladora arma de propaganda ha terminado siendo una nefasta estrategia de marketing para el propio PP: flaco favor se hace a sí mismo un Gobierno si no cree en la inteligencia de su sociedad. El burdo control de la información desde un medio público sólo lleva a la desconfianza. 

De hecho, esta manera de gestionar RTVE ha sido también un lastre para el Gobierno a la hora de lograr apoyos en el ámbito internacional, ya que el Canal 24 Horas de información 'nonstop' se ha quedado en el corsé del olvidable resumen de noticias y en el debate de contertulios hablando con consignas localistas centradas en la batalla política del titular básico para ganar votos por el lado emocional. Esa batalla que simplifica el debate a seducir a estereotipos de electores, en vez de explicar lo que sucede con expertos. Lo que ha propiciado que en temas relevantes, como el 'procés' catalán, no se haya acudido a RTVE como referente informativo en el exterior al no contar con argumentos objetivos de peso. Pues, en el grueso visible de la programación, RTVE se ha quedado en la limitada propaganda de la trinchera electoral cañí, y no en la información con recorrido que genera influencia internacional.

Dentro y fuera de las fronteras, la credibilidad de un Gobierno también se construye con una RTVE creíble. RTVE no es una prebenda que se se otorga a nadie por haber ganado las elecciones generales. En un tiempo en el que existen tantas vías de acceso a la información, una cadena pública realmente independiente, en informativos y en contenidos, será la mejor aliada para el propio Gobierno, ya que ayudará a generar confianza de los representantes públicos cuando estos visibilicen que creen, de verdad, en la transparencia con unos medios públicos ejerciendo sus funciones en libertad.

Pero en España no se ha valorado ese activo social del servicio que puede ofrecer RTVE como institución abanderada en la producción propia de historias ya no sólo para nuestro país, también como referencia en el mercado mundial que habla el Español. Al contrario, se suele menospreciar su función con ministros diciendo aquello de que "las series son para pasar el rato". Como si no fuera importante pasar el rato con entretenimiento que enseña e incluso potencia la imaginación. 

Error el de sentir sólo a la cadena pública como un altavoz informativo y no vislumbrar ni por asomo su verdadera esencia. Como hacen los ingleses, como hacen los alemanes, como hacen los franceses, RTVE es un elemento crucial que el PP ha entendido fatal, con su gestión de una era más en blanco y negro que en color. Un oscuro escenario que también le ha pasado factura a Rajoy y su credibilidad.

Todos los representantes políticos deben dejar de mirar a RTVE como un altavoz de viejas propagandas y tener amplitud de miras para entender su valor como inversión social. Más aún en un momento en el que el consumo audiovisual está cambiando y la cultura española no puede quedarse fuera de juego ante la implantación de Netflix o HBO de pago y con otros intereses comerciales que hacen muy necesario el compromiso de RTVE como compañía que retrata nuestra sociedad e idiosincrasia con todas sus consecuencias. Una corporación pública que, además, debe ser un rentable escaparate que da visibilidad a la cultura que se crea en un momento donde la mayor parte de las creaciones caen en el ostracismo si no cuentan con apoyo empresarial o una campaña de publicidad detrás. Porque el deterioro de RTVE no sólo afecta a la calidad de acceso a la información.

Los profesionales de RTVE, que llevan tiempo denunciando los abusos a través del Consejo de Informativos y, además, en los últimos viernes se han visibilizado de luto por la manipulación de la compañía, saben que, como decía la mítica canción de Bernardo Bonezzi, Groenlandia, "el tiempo no puede esperar". Regresar a la RTVE de consenso no es un tema menor, no admite más retrasos: es un asunto crucial para un país que se merece una televisión que le represente. Un país que no es mediocre, que no teme la diversidad, que crece en la pluralidad y que brilla internacionalmente por su creatividad. Y, en los últimos años, la imagen global de RTVE parecía estar en otro país más cuadriculado, menos valiente, menos plural: más miedoso, más invisible, más irrelevante. 

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