OPINION

La lección que han dado los niños concursantes de 'MasterChef Junior'

Exposición “Gloria Fuertes. Centenario” en Bilbao
Exposición “Gloria Fuertes. Centenario” en Bilbao
Europa Press

En la tele siempre han funcionado los niños prodigios. Primero sorprendían por la gracia sin complejos con la que cantaban o interpretaban, ahora incluso por el salero con el que se desenvuelven mientras cocinan.

Y en la tele ya no cocinan con plastilina, no, consiguen platos de primer nivel en MasterChef. Porque los niños prodigios de la tele ya no son como los de antes, han nacido con más plataformas en las que alimentan su poderosa curiosidad y, claro, aparecen en la tele más resabiados. Y es que han crecido viendo la tele, aunque no vean la tele a través de la tele.

Pasan los años, evoluciona la televisión -y la sociedad- pero, en realidad, la fuerza natural de los más pequeños de la casa en prime time sigue intacta: su espontaneidad sin filtros. Lo ha vuelto a demostrar MasterChef Junior, que ha cerrado su sexta edición con Josetxo (11 años) como ganador y un viaje semanal en el que los niños, una vez más, han enseñado a los adultos: en apostar por la creatividad a la hora de afrontar la vida -a través, en este caso, de las recetas-, en capacidad de relativizar los problemas en cada reto que se les ha propuesto y en inteligencia para reírse de los avatares que surgen con esa valiosa dosis de ingeniosa travesura con la que salen  airosos de las situaciones porque aún no han desarrollado el "virus" del miedo al ridículo.

Y estos inspiradores ingredientes de la ilusión infantil los combina a la perfección el montaje que propone cada semana MasterChef Junior. Un programa con el que niños y mayores se entretienen mientras se ilustran de cultura gastronómica. Pero, al mismo tiempo, también esos mayores deberían inspirarse de lo mejor de la ilusión infantil.

De hecho, gran parte de la poderosa empatía que despierta en la audiencia el jurado de MasterChef está en que Pepe, Samantha y Jordi sí atesoran mucho de esa picardía infantil en su función de jueces en el programa. Son responsables y se hacen respetar, pero eso no lo hacen incompatible con tener ese punto de travesura infantil, tan importante para abrazar la complicidad con el público.

Al final, eso es MasterChef: la responsabilidad de aprender jugando. Y los creadores del formato mezclan muy bien en la masa televisiva estos tres alicientes -responsabilidad, aprender y jugar- con la emoción, épica y agudeza que necesita una emisión larga que debe sentirse corta.

Lección de MasterChef que recopilar en el último día de Eva González al frente del talent show y que también podría ser un buen estímulo para ella misma de cara a los directos de La Voz: la travesura espontánea de cuando éramos pequeños siempre será un motor clave en el entretenimiento televisivo.  La mejor televisión es la desacomplejada, la que se toma en serio, pero no demasiado en serio. Como los pequeños grandes concursantes de MasterChef Junior.

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