OPINION

La toma de control de los algoritmos: el problema de Instagram que sufrirá la TV

Mark Zuckerberg
Mark Zuckerberg
Mark Zuckerberg
Mark Zuckerberg: sonriendo para fuera, maquinando para dentro.

Los algoritmos tienen el poder. O, lo que es lo mismo, la capacidad de las redes sociales y plataformas para mostrarnos lo que quieren que veamos en función, en teoría, de nuestros gustos o afinidades. Eso hacen las grandes compañías, que analizan los hábitos de consumo de sus usuarios. Usuarios que ahora dejan más rastro que nunca.

Facebook se encuentra en el punto de mira por la forma en la que utiliza estos datos, pero también las compañías de televisión bajo demanda saben examinar los intereses de su público. Sin ir más lejos, House of Cards llegó a Netflix porque Netflix estudió el comportamiento de sus abonados. Y a partir de ahí vino todo lo demás, todo lo que es hoy.

El poder de las plataformas sociales radica en la información que manejan de nosotros mismos: de nuestros gustos, de nuestros intereses consumistas e incluso de nuestros quehaceres cotidianos: dónde viajamos, dónde nos alojamos y hasta a quién espiamos. Con tanta información, ¿se puede crear un algoritmo que diseñe el producto televisivo perfecto para el éxito? Mark Zuckerberg, creador de Facebook, tal vez piense que sí, pero, en realidad, su compañía está perdiendo interés entre sus usuarios por culpa de los dichosos algoritmos. Se genera cierta desconfianza de los usuarios, que precisamente están descubriendo que se pueden silenciar contenidos si la plataforma lo desea oportuno, creando un nuevo tipo de censura.

El claro ejemplo es Instagram. Facebook compró Instagram y desvirtúo la esencia de esta red social de fotografías. Se incorporaron cambios inteligentes para favorecer la interacción de los usuarios con funciones más versátiles (como las denominadas stories, que duran 24 horas), que fomentan la conversación a través de mensajes privados, lo que propicia que el usuario pase más horas interactuando y comparta más información a través de esta red social. Pero, al mismo tiempo, también se cambió un elemento crucial en Instagram. La aparición de las publicaciones dejó de ser en tiempo real de publicación. Y el algoritmo empezó a decidir qué interesa antes al usuario en función de aquellas imágenes o vídeos que logran más ¨me gustas¨ y comentarios en menos tiempo.

En resumen, un ente algoritmo todopoderoso decide por el propio usuario lo que quiere (o no) ver. Esto ha conseguido que los rostros populares, personajes más mediáticos, vean como Instagram promociona sus publicaciones, ya que suman gran flujo de 'likes' y 'comentarios' en poco margen de tiempo, mientras que, a la vez, se ocultan los perfiles de personas anónimas, que son las que sustentan la red social. Es decir, se oculta a quienes tenemos más cerca pero no para de mostrarnos las fotos de Aitana o Cepeda de OT.

El algoritmo, más que decidir lo que el propio usuario quiere ver, ha fomentado cierta frustración al sentir que las fotos o vídeos de cualquier persona de a pie no son vistas por sus amigos y contactos como antes. El usuario no logra 'likes', se desmotiva y, por tanto, pierden cierto incentivo para seguir publicando en esta red, lo que se convierte en una contraindicación para Instagram, que ya se ha percatado de ello y va a variar (un poco) esta dinámica. Porque su éxito inicial fue justo lo contrario: un punto de encuentro en el que cada publicación tenía la misma posibilidad de brillar en un círculo de amigos y conocidos.

Sin embargo, ahora un "inteligente" algoritmo decide por nosotros, cree saber quiénes somos y qué nos interesa ver en función de datos y hábitos previos. Pero no todo es pronosticable cruzando nuestros datos privados.

Lo mismo sucederá con los contenidos televisivos, sobre todo en las plataformas donde tienen el poder absoluto para saber qué botón del mando pulsamos en cada momento. Caminamos, pues, rumbo a un futuro donde se diseñarán los contenidos con poco "margen de riesgo", porque tal o cual plataforma sabrá que esta serie o esta película tiene que gustar porque ha gustado otra serie u otra película afín.

Pero la televisión no sólo es calcar, prefabricar o combinar en un cóctel los intereses pronosticables de los usuarios. La mejor televisión es la que sorprende al propio espectador con temas y enfoques que ni se había imaginado sobre asuntos o realidades que ni siquiera conoce. Porque el mejor entretenimiento televisivo va de eso: de pillar desprevenido con el poder de la imaginación. Y ahí los algoritmos (hoy por hoy) tienen poco que hacer. A no ser que empiecen a imaginar, a ir por delante de nosotros. Entonces, tomarán el control y Mark Zuckerberg se convertirá en protagonista de una película de Spielberg, encarnando a ese malo avaricioso que perdió el control al que, al final, siempre le podremos demostrar que el ser humano es mucho más impredecible de lo que cree cualquier algoritmo.

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