El fútbol no es sólo fútbol

La 'Superliga europea': el fútbol busca su revolución y necesitará a la TV en abierto (aunque quizá no lo sepa)

Florentino Pérez con Pedrerol
Florentino Pérez con Pedrerol
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"Los jóvenes ya no tienen interés por el fútbol, tienen otras plataformas donde distraerse y el fútbol se tiene que adaptar", explica Florentino Pérez a Josep Pedrerol en 'El Chiringuito de Jugones'. Ocho años después de su última entrevista en este programa, el presidente del Real Madrid vuelve a ser entrevistado por Pedrerol porque necesita convencer a la opinión pública de que es buena la decisión de crear una 'Superliga europea'. Dice que esta propuesta intenta recuperar la atención por el fútbol con una competición en el que sólo se produzcan encuentros estelares entre los equipos más grandes, que son los que siguen reuniendo las masivas audiencias.

Se nota que Florentino Pérez ha estudiado el sector. No sólo el futbolístico, también el televisivo y mediático. En su discurso, planea el cambio de consumo audiovisual de las nuevas generaciones. No están conectadas con el fútbol como antes. Y parece que la decisión ha sido optar por una gran liga que genere sólo el espectáculo de super-partidazos para retener la atención con más fuerza en tiempos de tantos impactos y géneros audiovisuales. El mensaje es claro: el mundo cambia y hay que seguir adaptándose.

Pero, ¿el problema del desinterés del fútbol sólo está en las nuevas plataformas interactivas o, también, en que los clubes se han ido desconectando de la realidad social? En este dilema entra el poder de la televisión tradicional en abierto. Los deportes masivos, que se quedaron fuera del escaparate de las cadenas de siempre, han ido perdiendo influencia social. A medida que los derechos televisivos fueron creciendo, su elevado coste propició que el fútbol dejara de rendir para las cadenas generalistas. Y es que este tipo de deportes cuentan con un problema: el público va en masa al encuentro en sí pero, después, se marcha corriendo del canal. Por tanto, el fútbol, las motos o la fórmula 1 no fidelizan espectadores y son muy caros. Resultado: no crean la rentabilidad de afianzar una comunidad de audiencias fieles en el canal que asume la gigante inversión.

Como consecuencia, el fútbol, las motos y la fórmula 1 encontraron cobijo en las plataformas de pago. Hay una parte de los aficionados más fieles dispuestos a pagar, pero otra gran masa de público no se mueve del directo que ofrece el abierto. Es el superpoder de los canales clásicos, que se mantiene: sus parrillas de programación siguen siendo un escaparate perfecto para descubrir oferta, su infraestructura instalada en la cotidianidad social es el lugar idóneo para potenciar la percepción de acontecimientos únicos. También con los emocionantes partidos de fútbol, que en cadenas generalistas suman todo tipo de espectadores. No sólo la afición que siempre está.

El terremoto del negocio de los derechos futbolísticos arrastró a prácticamente todo el gran fútbol al pago y, así, se ha invisibilizado una parte de su fuerza para gran parte de la sociedad. Lo que recuerda la importancia de la televisión tradicional a la hora de marcar citas en las audiencias masivas que no son equiparables a los éxitos de las plataformas. Quizá ahí está otra de las debilidades del fútbol actual: la batalla económica ha ido engullendo el lado más aspiracional que tenía este deporte en la población. Esa sensación de que los clubes los hacía la superación de la cantera y no sólo el mercado de grandes fichajes. 

Los consumos han cambiado. Pero también parece que los clubes creyeron que la afición futbolística era un sentimiento que se iba heredando de manera automática de una generación a otra. Y no han sabido acercar bien ese fútbol a los lenguajes de las nuevas generaciones. Incluso se han quedado en la pelea por el rédito de unos derechos de emisión de una televisión que ya es pasado. Porque las grandes plataformas televisivas de canales temáticos, en las que el deporte rey se ofrecía por pago por visión, ya es una mecánica superada. Para conquistar al espectador masivo no sólo basta un gran partido, hay que despertar la percepción de un frenético evento único dentro de una oferta constante y asequible. Es lo que parece pretender esta Superliga europea, pero ahí también necesitará acuerdos sostenibles con la televisión convencional. O el espectador masivo, de verdad, no acudirá a un fútbol que será muy efectista pero que, al convertirse en rutinario, se puede observar frío, distante y, lo que puede ser peor, repetitivo. Así no existirá esa percepción de acontecimiento especial. Todo puede parecer ya visto anteriormente en un círculo vicioso del show de grandes equipos jugando entre sí. Es la grandeza de los equipos pequeños: sacan del área de confort, movilizan e incluso humanizan a la élite de los gigantes.

De hecho, en cualquier formato de entretenimiento -y esto es un deporte con mucho de show de entretenimiento- es fundamental implicar y crear vínculo con el público. Es otro factor que se ha ido diluyendo en los últimos años y la Superliga europea de salir adelante debe evitar, pues se puede sentir demasiado lejana y poco tangible en comparación con la liga con la que te sientes partícipe porque pisa tu ciudad. Casi la puedes tocar, participar en ella y vivir como tuya. La Superliga europea, en cambio, quizá solo la puedas soñar.

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