ANÁLISIS

La tele creada para ser odiada

Jorge Javier Vázquez en Telecinco
Jorge Javier Vázquez en Telecinco
Borja Terán

Hay un (gran) sector de la audiencia que disfruta viendo programas para poder criticarlos. Se trata de un público que se indigna pero, al mismo tiempo, no puede dejar de ver aquello que le horroriza.

No sólo sucede en la televisión, también en las redes sociales e incluso con los líderes de los partidos políticos. En general, el volumen de cabreo parece que multiplica la influencia social del emisor que indignó.

Ya a finales de los noventa las cadenas se percataron de que destacaban contenidos a los que el espectador asistía con cierto sentimiento de supremacía. El público se siente superior a las cobayas que participan en el show, comparten sus miserias o son utilizadas para reírse de ellas. Como consecuencia, ese mismo televidente se siente mejor consigo mismo y se evade de problemas personales al gastar fuerzas torpedeando un mero entretenimiento que sigue desde la lejanía de una pantalla.

A la vez, predica el daño que realizan a la sociedad tales espacios. Hasta incidiendo en la mala educación que dan a las nuevas generaciones. Sin embargo y paradójicamente, no deja de verlos y gasta mucha energía en opinar sobre sus odios. Hasta transformarse, sin percatarse, en el mayor fan, pues sus comentarios favorecen la visibilidad del show y su cuota de share.

Ese tipo de televidente ofendido, a menudo, genera una dependencia con este tipo de programas que detesta: depende de ellos para socializar, para digerir la frustración personal, para canalizar la ira, para no afrontar desafíos reales. Para sentirse mejor consigo mismo. Porque la vida sin nada que reprobar para algunos es más aburrida.

La pandemia tampoco cambiará el éxito que produce odiar. Por momentos, incluso da la sensación de que la incertidumbre ha provocado una mayor intensidad de radicalismos. Pero, a la hora de consumir todo tipo de contenidos audiovisuales, la perspectiva de la vida real es tan demoledora que la gran parte de la sociedad ahora no ansía una vía de escape para lanzar sus iras desde la superioridad de antaño, ahora quizá necesita más proyectos de información y entretenimiento en los que sentirse útil como parte de una colectividad, sentirse acompañada, sentirse menos sola.

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