EN PERSPECTIVA

Las despedidas de Chicho Ibáñez Serrador

Chicho Ibáñez Serrador
Chicho Ibáñez Serrador
Borja Terán

Con una reputada trayectoria en ficción, reconocida a nivel internacional, Chicho Ibáñez Serrador intentaba no fardar demasiado de la autoría intelectual de un nuevo concurso llamado 'Un, dos, tres... responda otra vez'.  Era 1972. Había nacido uno de los formatos más creativamente completos de nuestra historia televisiva.

Completo no sólo porque entremezclaba espectáculo, preguntas culturales, cómicas pruebas de habilidad física, participación desde casa, cuidadas escenografías temáticas y un objetivo narrativo asentado en la picaresca de los trileros durante la subasta final. También porque Chicho impregnaba a la mecánica del show su capacidad para el buen guion de suspense, thriller y fantasía. Todo podía pasar. Ese era el secreto: jugaba a hacer televisión imprevisible, sin obsesionarse con los estereotipos recurrentes de lo que se supone que debe ser a priori un concurso.

La televisión de autor se ejemplificó en el gran Ibáñez Serrador. El director omnipresente. Hasta el último plano tenía su inconfundible sello. Tanto que se atrevió a incorporar un prólogo y epílogo en casi todas las temporadas del emblemático espacio. Él mismo abría y cerraba cada etapa del 'Un, dos, tres'. Es más, sus despedidas rimbombantes son un clásico de nuestra pantalla.

Ahí recalcaba que, en televisión, al igual que en la vida, nada es perpetuo. Entonces, metía literalmente y metafóricamente sus decorados en una siniestra caja y enterraba los iconos del programa en un almacén perdido en Prado del Rey. Lo hacía no sin antes recordar que en los medios de comunicación todo es volátil. Y nadie parece imprescindible.

Con la precisión de su lacrimógeno discurso de adiós dejaba al país desconsolado frente al televisor. Una identificable disertación sobre las rupturas vitales y el temor al olvido que repetía una y otra vez en cada cierre de etapa. "Guarden ojalá un buen recuerdo de nosotros, como se guarda el recuerdo de un viejo y querido juguete que nos acompañó en la infancia y que, luego, alguien tiró", sentenciaba Chicho. A veces, hasta riéndose de sí mismo y su intensidad con la inteligencia del espíritu crítico que planeaba allí donde ponía la cámara. Daba igual que no todos entendieran su emoción. Tenía claro que la mejor televisión es la que no se queda a medio gas. Todas sus despedidas, como en cualquier buen desenlace, debían sentirse definitivas. Aunque, al final, siempre volvía.

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