OPINION

Las redes sociales, un grave problema para los directivos de la televisión

Dani Mateo
Dani Mateo

El buen directivo de la televisión no debería estar en Twitter. O, al menos, no dejarse contaminar de la intensidad con la que se comenta la televisión en las redes sociales.

La presencia de series, programas, cadenas y grupos de comunicación en las redes es vital para su existencia. Twitter, Instagram o Youtube, entre otras redes y plataformas, son herramientas decisivas para crear una poderosa y diferenciada marca de los contenidos televisivos. Es la forma de que el espectador se sienta partícipe de la oferta mediática, sobre todo si se despierta la percepción en el público de que es escuchado cuando las redes sociales interactúan, aportan contenido exclusivo y no sólo se quedan en el autobombo de su programación o enlaces a páginas webs.

Es un hecho. La televisión crece en las redes sociales. Pero se hace más fuerte a través de estas plataformas sólo si logra relativizar la conversación que genera. En Netflix son expertos en aprovechar la visibilidad de Twitter adaptando sus mensajes promocionales a las narrativas de estos contextos sociales. Así esta compañía ha logrado una vigorosa aceptación social: sabe en qué tono habla su público objetivo y no cesa en regalarles comentarios y píldoras televisivas que alimentan esa cercanía cómplice con ellos. Lo consigue sin coartarse ironías y, de vez en cuando, provocando.

Si hay usuarios que se indignan con tal ofensa, Netflix no se preocupa, relativiza. Comprende que no son su público. Sabe controlar el ruido para no empujarlo a una falsa relevancia.

Pero no sucede lo mismo con las cadenas de televisión tradicional españolas. Las grandes televisiones ya han interiorizado que necesitan a las redes sociales para aumentar su influencia pero, al mismo tiempo, desconfían de las corrientes de opinión que generan. Y eso es un grave problema para la creación audiovisual, pues merma la libertad creativa y propicia una nueva autocensura: el a quién se molestará hoy en las redes.  Y todo, absolutamente todo, puede indignar a alguien.

Más aún si el directivo o responsable de un programa o cadena está sumergido en Twitter. Entonces, es fácil que la indignación que fluye por estos canales -aunque sea extremadamente minoritaria- se amplifique, contamine a tal jefe televisivo y afecte a las decisiones del canal, serie y formato. Error: tomar el pulso a las redes sociales es importante pero siempre desde una perspectiva que no olvide que en estas plataformas el usuario se mueve en burbujas de información que no siempre representan una generalidad contrastada y representativa. 

Y lo que es peor: muchas veces, los medios de información no cumplen su función de digerir las falsas polémicas y las amplifican. Sucedió con los 'tuits' que "llamaban" fascista a Joan Manuel Serrat cuando opinó sobre el procés. En realidad, eran unos 'tuis' residuales que los medios convirtieron en una artificial colectividad.

Estas semanas, se ha vivido un intenso debate sobre la utilización como kleenex de la bandera española por parte de Dani Mateo en un gag dentro de El Intermedio. Incluso el programa ha pedido disculpas. Hace unos años, hizo lo mismo Ana Morgade en El Club de la Comedia y la gracia no transcendió. No era El Intermedio, no era Dani Mateo y los medios y los reyes del márketing de la trinchera política no prestaron excesiva atención a los cuatro 'tuits' que se quejaron de tal cosa. 

Esta vez, las redes sociales y los medios de comunicación sí han amplificado un "boicot" que no es de calado real en la sociedad, que tiene preocupaciones más cruciales. Una sociedad que entiende el humor en el contexto del humor, sea bueno o malo, te guste o te espante.  

A golpe de titulares con 'arden las redes' -aunque no ardan- se crean y proyectan falsos climas de opinión que, al final, terminan afectando a decisiones relevantes. Y eso afecta en el día a día de una televisión donde algunos autores empiezan a coartarse creativamente al guiarse por el miedo a que "se incendien las redes" en contra de su obra. Otros, directamente, van desvirtuando -y malogrando- el enfoque de su programa o talent show en función de lo que leen en el frenesí del 'tuit' o el 'retuit'.

Pero el buen director de un producto televisivo debe acotar el tono de la historia que cuenta su formato sin que le desestabilice esa corriente de opinión, que suele ser muy minoritaria y que son los propios medios los que acaban dando notoriedad en la búsqueda del titular efectista y de audiencia rápida. Pero si estás sumergido en la apasionada inmediatez de Twitter puede que sea difícil escapar de la vehemencia tuitera y no dejarte influenciar. Y eso hasta puede que termine desvirtuando la esencia de tu programa. Es la consecuencia de un escenario nuevo, que aún estamos aprendiendo a utilizar, y en el que todavía no hemos pasado el ciclo en donde la pelea viral -con su intensidad, con sus fake news, con sus extremas ideologías a la caza de contaminar, con la pasión de la indignación a golpe de 'retuit'...- puede nublar la realidad para proyectar un clima que no existe en la sociedad.  Los medios de comunicación deben digerir y contextualizar esa farfolla, no picar en el anzuelo del lado tóxico de las redes sociales. O las redes sociales se convertirán en un grave problema cuando tienen los mimbres para ser grandes aliadas.

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