OPINION

'Lo de Évole', zona libre de rótulos: claves de una osadía que en TV no todos comprenderán

'Lo de Évole', sin rótulos
'Lo de Évole', sin rótulos

Letreros, rótulos, logotipos, alertas, ¡última hora!, ¡exclusiva!... los programas llenan sus pantallas de exagerados alicientes de grafismo para intentar llamar la atención del público. En los últimos años, incluso las emisiones se han saturado de reclamos visuales para mantener un chute de adrenalina en el ojo del espectador. Porque, supuestamente, así, nadie cambiará de canal. 

Las programas utilizan tácticas casi de las 'tómbolas' para retener al público con impactos instantáneos que, en realidad, provocan un televidente infiel. El motivo: se prima enganchar con un anzuelo de cartel efímero, en vez de centrar todos los esfuerzos en crear adeptos a través del carácter autoral del formato, lo que hace al programa único y, por tanto, mucho más infalible en el largo recorrido. Porque, entonces, el público no te ve por una puntual 'exclusiva', te sigue por el valor cotidiano que aportas en cada entrega más allá de imputs sensacionalistas de usar y tirar.  

De ahí que, de repente, aterrice en La Sexta el nuevo espacio de Jordi Évole, 'Lo de Évole', y destaque en audiencias planteando un estreno con una narrativa libre de rótulos. Sin rastro de ningún letrero. Nada. Ni siquiera para presentar a los entrevistados. No contextualizaron a nadie con su nombre ni cargo. Sólo aparece sobreimpresionado el nombre del programa, a toda pantalla, al final de la propia emisión, justo antes de los créditos en los que sí se cita a todos los participantes. Como en una película.

Si en las series nadie se plantearía jamas recalcar con un cartel escrito en pantalla el nombre de un nuevo personaje que aparece y lo que va a aportar a la trama, quizá tampoco sea necesario que un formato documental sobreexplique determinados contextos por escrito, ya sea en un discreto apunte en una esquina o en un luminoso cartel de neón... Las tendencias están para romperlas y progresar diferenciándose del resto.

Al final, en tiempos en el que la televisión ha optado por dar masticado todo al espectador para atrapar su interés, que el público tenga que realizar un esfuerzo extra para entender lo que está sucediendo se convierte en un aliciente. Es más, el espectador se sumerge más en el tono del formato porque le requiere un poco más de concentración de la que se acostumbra en un prime time normal. Es evidente que está arriesgada apuesta funcionó en el regreso de Jordi Évole a La Sexta. Logró buen rendimiento de audiencia y, a la vez, otorgó más identidad al espacio.

La mayor parte de los espectadores ni siquiera notaron que no había rótulos en emisión. Pero sí se percataron de que estaban viviendo una experiencia especial, con una imagen limpia sin obstáculos ni spam. Como ya era habitual en 'Salvados', visualmente el programa dibuja una atmósfera llena de texturas para narrar mejor la historia. Porque el periodismo en televisión siempre crece si incorpora la valentía de la realización visual. Ahí se nota la mano maestra del jefe de realización de la compañía de Évole, Marc González, y de su director de fotografía, Bernat Sampol. Apuestan por una estética que cuenta en cada segundo a través de los matices de la imagen. 

El primer programa de 'Lo de Évole' demuestra que en tiempos de saturación de oferta audiovisual no siempre es necesario un ir y venir de rótulos que recalquen todo, es más importante la habilidad de sumergir al espectador hasta el fondo de la experiencia narrativa y sensitiva de la historia. Y ahí, a veces, para lograr captar la atención real se necesita que el espectador vuelva a hacer algún esfuerzo. Aunque lo esté haciendo sin percatarse de ello.

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