ANÁLISIS

Lo que deberíamos aprender de la peliaguda historia viral de las compañeras de piso y el Covid

"Imagina que un día, de pronto, encuentras esparcidos por todo Twitter unos mensajes y audios privados tuyos que no te dejan demasiado bien. Junto a tu nombre". 

Twitter quiere escuchar tu voz: nueva estrategia de la red para combatir la polarización social
Tuiteando

Las redes sociales se han convertido en un altavoz donde intentar denunciar aquello que nos envuelve y que incluso, a veces, no entendemos. Tal vez porque necesitamos reafirmar nuestra posición con la opinión de nuestra comunidad afín de seguidores. Algo en este sentido ha sucedido a la joven estudiante de enfermería Elena Cañizares, que el domingo desplegó un hilo con varios ingredientes atractivos para transformarse en un inmediato éxito viral con trending topics en lo más alto.

Primero, en esta serie de tuits, Elena explicaba que había dado positivo por Covid y la situación en la que se encontraba en su piso. Después, empezó a compartir las conversaciones de WhatsApp con sus compañeras de convivencia. Incluso con el sonido de los audios, a pesar de ser mensajes privados. Estos audios impulsaron decisivamente el interés de la historia. Eran poderosos: evidenciaban una situación injusta de discriminación por Covid que, además, resultaba identificable por parte de todos y, por extensión, radiografiaba nuestra sociedad individualista, que intenta escaquearse en cuanto la realidad se tuerce. Por tanto, el hilo era como colarse en una conversación en la que es fácil sentirse reflejado. Y ponerse en contra de sus antagonistas, claro. 

Rápidamente, los retuiteos se propagaron y la propia Elena se convirtió en la protagonista. Y se multiplicaron los memes humorísticos. Y programas como 'La Resistencia', algunas marcas y diferentes personajes populares empezaron a interactuar con ella. Personajes a los que Elena admiraba desde su anonimato de apenas unas horas antes. El agobio inicial de ella por su situación se tornó en un tuit en el que afirmaba que era "el mejor día de mi vida". Somos así de contradictorios, pero la tuitera anónima no paraba de crecer en seguidores y estaba comenzando a experimentar una peculiar fama viral que, de repente, se engrandeció con marcas publicitarias intentando hacer regalos a la damnificada para aprovechar el tirón del hilo y promocionarse. Hasta regalándole el alquiler de un piso. O lo que se llama subirse al carro para adquirir visibilidad fácil.

Lo que nació como una sincera denuncia de desahogo en redes sociales, por parte de una chica con muy pocos seguidores, se transformó en miles de interacciones y retuiteos que llevaron a la joven usuaria de Twitter a superar los cincuenta mil followers en solo un día y a publicar una captura de su Instagram para que su otra red social no se quede atrás en popularidad. Mientras tanto, los medios de comunicación tampoco tardaron en hacerse eco de la noticia e incluso en entrevistar a Elena. TVE, Telecinco, Cuatro, Antena 3... Su vivencia se había vuelto noticiosa y la audiencia quería ver a Elena en directo, en movimiento. También algunos informativos, como 'Antena 3 Noticias', trataron el asunto y hasta reprodujeron los planos de su piso. La justificación: divulgar cómo actuar en estas circunstancias. La realidad: un cotilleo ajeno que engancha porque el relato del hilo es vigente y jugoso visto desde lejos.

Y ahí empieza la reflexión. ¿Dónde está el límite? Los medios pueden hacerse eco del tema porque ha trascendido su viralidad pero, a la vez, no deben darle más magnitud de la que tiene. Es peligroso, porque se está desvirtuando un asunto complejo en el que los contextos saltan por los aires. De hecho, parece que ni siquiera hay tiempo para contrastar esos contextos y el trasfondo del asunto. Es peliagudo para todas las personas expuestas con el hilo de tuits. La propia protagonista incluida, aunque en este caso sea "la buena". Todas transformadas en carne de meme, risas, linchamientos, como si fueran personajes de ficción. Complicado de gestionar cuando llega esta notoriedad de golpe y a solas, apabullándote, frente a tu ordenador.

Los medios de comunicación nos lanzamos enseguida a la piscina cuando una historia de este calado arrastra tanta viralidad. Es audiencia rápida, de usar y tirar, que enseguida se olvidará pero que hoy puede rellenar horas y horas, páginas y páginas, clics y clics. Son los quince minutos de fama instantánea de los que hablaba Andy Warhol traídos a la era de las redes sociales.

Elena ha borrado el hilo explicando que no quiere que acribillen a otras personas por su culpa. Pero esos tuits han llegado a tanta gente en tan pocas horas, que la toxicidad ya lo impregna todo. El nerviosismo de la situación pudo sacar lo peor de sus compañeras, pero eso no implica que ellas tengan que sufrir ahora un dañino acoso en redes. Y ahí los medios deben saber diferenciar lo que es relevante de una simple anécdota.

Que algo se comente mucho en Twitter no significa que sea noticia. Porque... ¿cuál es la noticia exactamente? ¿Lo que cuenta el hilo o el hecho de que el hilo genere mucho ruido? El periodismo, hoy más que nunca, debe alumbrarnos el camino entre tanto ruido. Y, para empezar, poner el foco en el primer nivel de empatía que despierta esta historia y evitar hacerlo más grande: imagina que un día, de pronto, encuentras esparcidos por todo Twitter unos mensajes y audios privados tuyos que no te dejan demasiado bien. Junto a tu nombre. Y que miles y miles de personas se ríen de ellos, te insultan y hacen memes. Y ahora pregúntate cómo de gracioso te resultaría.

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