OPINION

Lo que representa el gag final de los Premios Ondas con Andreu Buenafuente y Berto Romero

Buenafuente y Romero.
Buenafuente y Romero.

Una vez más, Juan Carlos Ortega ha conducido la ceremonia de los Premios Ondas, que entrega Radio Barcelona de la Cadena Ser. Este año, la gala regresó al vibrante Gran Teatro del Liceo para mantener su elegante esencia, toda una lección para las galas de estas características. En un país en la que se suele caer en el síndrome de imitar los Oscars sin medios para ser los Oscars, Los Ondas llevan años estructurando unos inteligentes protocolos para la aligerar con ingenio.

El primer acierto, que es fruto de la veteranía de los galardones -fundados en 1954-, es que los Ondas no cuentan con nominados. La gala arranca ya con el 'spoiler' de conocer sobradamente quién es el galardonado que recoge el premio. Así premiado y entregador sale de detrás del escenario. Todo está ordenado para que nadie se pierda por el patio de butacas y se retrase entre abrazos entre el público antes de subir a agradecer. La audiencia en el teatro -y a través de la emisión (en este caso online)- ve al premiado salir entre bambalinas con un ritmo que no permite demasiadas demoras.

En esta edición, además, los Ondas ha apostado por un elenco de entregadores que representan la esencia de estos premios: la reputación del arte del oficio de contar historias. Rosa María Mateo, Juanra Bonet, Pepa Fernández, Rosa María Calaf, Luis del Olmo, Iñaki Gabilondo, Tony Aguilar, María Teresa Campos, Josep Cuní y Julia Otero. Con estos entregadores, era complicado que nada saliera mal, pues controlan la narrativa audiovisual con un curtido instinto.

Destacaron, especialmente, Bonet -por su rapidez de reflejos para inyectar humor-, Rosa María Mateo -por su reaparición frente a las cámaras manteniendo su capacidad de siempre para transmitir verbalmente y, más aún, no verbalmente-, Luis del Olmo -por salirse del guion para abrazar a Gabilondo-, María Teresa Campos -por su transparente emoción al pisar las tablas del Liceo y volver a estar frente a un auditorio de tal calado- y Julia Otero por su luminosa actitud en escena, que traspasa cualquier pantalla. Sabe colocarse en el atril como pocos, sabe comunicar como pocos. Incluso con su risa, omnipresente en la recogida de premio del equipo de 'La Resistencia', y que sirvió para redondear el gag de Broncano, Ponce, Castella y Grison que recogían su premio a 'mejor programa de entretenimiento' con un medido sketche. Tan importante en los medios de comunicación, la sonrisa y la ironía que genera vínculos cómplices de disfrute y de verdad con el espectador. La sonrisa de Otero aunque no la veas, siempre está dando más texturas a la narración. 

Y también fueron Julia Otero y Josep Cuní los dos 'reputados entregadores' que tuvieron que entregar el galardón a Andreu Buenafuente y Berto Romero por su show de improvisación en la Cadena Ser 'Nadie Sabe Nada'. Pero Andreu y Berto sólo salieron y dieron las gracias. Sin más. ¿Por qué? Porque Juan Carlos Ortega, el presentador y guía que ponía orden en toda la ceremonia, había prometido al principio un exclusivo Premio Ondas en blanco para aquel que diera el discurso más corto. Para medirlo y cronometrar el tiempo, cada galardonado tenía que sufrir a un maravilloso mimo, que interpretaba con una magistral 'socarronez' a un reloj. Con su comedia, el mimo, en realidad, estaba ejerciendo la función de otorgar más dinamismo a los agradecimientos que si se hacen monótonos terminan entorpeciendo el compás del show.

Pero, claro, sorpresa, qué casualidad, fueron los últimos que recogían su Ondas, Buenafuente y Romero, los que consumaron el agradecimiento más breve. Salieron y dieron un simple gracias. Brillante y fundamental: la gala había creado una trama transversal con este juego y la remataba justo al final, con los últimos premiados.

Y es que el buen guion de una gala de premios siempre debe contar con un relato con un objetivo final marcado desde el principio y alimentado durante todo el desarrollo del evento. Así se despierta un interés por el formato en su conjunto en el ojo del espectador. Es más, se marca una expectativa de desenlace para que la audiencia se quede hasta el chimpún. recurso. Y en los Ondas de 2019 existió este gag cruzado y se cerró a lo grande.

Andreu Buenafuente y Berto Romero recibieron -por breves- el otro premio Ondas, el blanco. Se lo entregó el propio Ortega que, con su habitual mordacidad, les invitó, ahora sí, a agradecerlo... Pillines, gag de contraste al canto. Y Andreu y Berto, especialmente Andreu, que para eso es el maestro, empezaron a contar su vida. Empezó desde el año 82, claro. La cosa se alargaba, y se comenzó a desmontar el decorado. Y ellos seguían contando su existencia. Se estaban quedando a gusto. Ya no quedaba nadie a su alrededor. Y continuaban como buenos cómicos que saben que hay que rematar el choque hasta las últimas consecuencias. 

La trama... y el desenlace: vital en cualquier historia, y una gala de premios -como un programa de televisión o de radio- también es jugar con la historia hasta el último crédito y el fundido en negro. Pero eso ya, desgraciadamente, se nos olvida demasiado.

@borjateran

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