OPINION

Eurovisión: lo que tiene que aprender de 'Fama, a bailar'

Fama, a bailar
Fama, a bailar

El éxito incontestable de 'Eurovisión' está en que ha sabido adaptarse con inteligencia a las nuevas formas de consumir televisión con el paso de los años. Ya desde sus inicios, en 1956, su estructura de programa contaba con unos mimbres para un éxito sin fecha de caducidad: la dinámica de concurso va al grano, está ordenada -postal que presenta a cada país y actuación- y cuenta con mucho ritmo. No da tiempo a aburrirse.

Además, sobre todo desde los años sesenta, los países comprendieron que no bastaba con cantar, había que narrar un relato en escena. Mejor aún con un buen golpe de efecto para hacerte recordar sobre tus rivales.

Pero las técnicas visuales que envuelven la gala final, y donde también 'Eurovisión' ha contado con el ingenio de adaptarse a las nuevas tecnologías, necesitan una nueva revolución para generar otro atractivo impulso al ADN del eurofestival o empezará cierta decadencia.

Una vez más, 'Eurovisión' necesita romper con sus propios clichés. Quizá hasta puede mutar su estructura clásica de 'escenario principalp' y enriquecer su contenido quitándose protocolos de 'gala'. Incluso mostrando durante la emisión más nervio de las bambalinas de tal complejo despliegue de técnica, profesionales y artistas. Aunque lo que está claro es que 'Eurovisión' debe crecer a nivel de imagen y pegar un salgo en su dirección de fotografía.

En este sentido, en España tenemos el interesante referente de 'Fama, a bailar', que ha concluido esta noche su segunda edición en Movistar Plus. El concurso de baile ha demostrado que la televisión comercial no es incompatible con coreografías a la vanguardia. Al contrario, son claves para potenciar el interés por cualquier actuación. Porque estas coreografías no se quedan en lo obvio y engrandecen la experiencia del consumo televisivo con belleza, armonía, sorpresa, esfuerzo y una historia que transmite, te deja pensando o imaginando. Y eso, también, siempre ha sido Eurovisión, aunque el tópico festivalero que planea sobre la competición musical entre televisiones europeas nos haga creer otra cosa. Y acabemos haciendo pasos de baile básicos en escena.

Pero, sobre todo, la lección televisiva que deja 'Fama' y que es un aprendizaje para el resto de los talent shows, de la dimensión que tengan, y programas musicales en general, está en que ha sabido fusionar la realización clásica de un espacio televisivo con las nuevas narrativas de consumo de vídeo que se establecen en las nuevas plataformas.

Así el programa ha favorecido una rotulación sin complejos, atenta a las tendencias del diseño, de rotundo color y enérgica implantación en imagen. Tampoco el programa abusa del movimiento de cámara. El nuevo espectador, como el público de antaño, quiere ver a través de encuadres limpios, sin florituras gratuitas que sólo eran excusa para tapar errores.

Eurovisión se ha mecanizado demasiado y ha ganado frialdad

Además, en 'Fama, a bailar' se deja respirar los momentos cruciales de cada emisión, cuando se despiden los concursantes y se abrazan fuertemente, por ejemplo, no se tiene prisa para acabar o ir a otro tema. Esto es una debilidad que 'Eurovisión' ha sufrido en los últimos años. El 'eurofestival' no se da margen para potenciar los climas emocionales, no hay 'aire' para que respiren los puntos álgidos de la emisión. Está todo tan milimétricamente calculado, que todo se tuerce en mecanizado y, por tanto, más frío de lo que debería ser. A veces, de hecho, parece que no hay mucho margen de maniobra para reaccionar.

En 'Fama, a bailar', producido por Zeppelin TV, sí se cuida ese último plano de la emisión que traslada la emoción al espectador y, además, se mantiene el tiempo que la circunstancia del clímax demande.  No sólo informa de lo que pasa, contagia la expresividad de las sensibilidades que están aconteciendo.

El público premia la mirada de autor que coordina el resultado y que escucha lo que está pasando en escena para trasmitirlo de la mejor forma. La propuesta de una buena historia que está bien plateada pero, al mismo tiempo, está atenta a lo que sucede en directo siempre triunfa en televisión, sea en un programa de entretenimiento, un reality -por eso arrasa 'Gran Hermano' o 'Supervivientes'- o un concurso musical. Así se crea un acontecimiento, como es 'Eurovisión', y ese acontecimiento también debe adaptarse a un ojo que ya no ve la televisión como antes.  Ahora valora la coherencia de diseño, la fotografía que amplifica la imagen y una dirección artística integradora que no se cuida en España lo suficiente, pero que es decisiva para que brillen más o menos los programas. Visualmente y artísticamente, 'Fama, a bailar' ha contado con todos estos elementos desmontando el 'talent show' convencional. España debe aprender de ellos para lucir sus candidaturas con esa modernidad que atrapa en 'Eurovisión' y representa la cara más sugerente de cada país, pues huye de la obviedad, se sustenta en proyectar con cristalina claridad la belleza del talento y las emociones que transmite.

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