OPINION

'Lo Siguiente': motivos de los malos resultados del programa que sustituyó a Javier Cárdenas

Raquel Sánchez Silva con Aitana.
Raquel Sánchez Silva con Aitana.

Es evidente. Lo Siguiente no termina de enganchar. El nuevo programa de Raquel Sánchez Silva ha aterrizado en la parrilla de Televisión Española sin aportar nada nuevo. Incluso parece una secuela que repite errores del invisible formato que presentó la propia Silva -sin demasiado éxito- en Movistar Plus, Likes se llamaba.

Lo siguiente tiene un buen nombre, pero es una oportunidad perdida. Si TVE quiere seguir retrasando el comienzo del prime time, la cadena pública debe competir en esa franja horaria con un formato que sea una atrevida alternativa de contenido a sus rivales. No un atropellado ir y venir de secciones de magacine al uso, que es lo que es este programa.

Da la sensación de que Lo Siguiente se denomina Lo Siguiente porque Raquel Sánchez Silva está obligada a estar más pendiente de lo siguiente del folio del guion que de vivir el momento. Todo está forzado porque no hay tiempo para que nada respire. La obsesión por ir rápidos mata cualquier posibilidad de clímax con los invitados. Hasta los despista. 

Porque cada entrega de este programa gira en torno a un invitado, como sucede con El Hormiguero, que se emite a la misma hora. La diferencia es que aquí ni se está en directo ni hay margen ni para el show ni para el invitado. No fluye. Y el montaje de vídeo no ayuda. El programa evidencia que es grabado con una edición de transiciones torpes. Aunque eso es lo de menos.

El principal problema de Lo Siguiente es que no cuenta con un concepto definido. El espacio no atesora ninguna premisa creativa que otorgue identidad contundente al formato. Empezando por la propia escenografía. El decorado podría ser de un magacín de tarde, de un programa de salud, de un debate de La 2 o de un set secundario del mismo Pablo Motos en El Hormiguero. No obstante, el fondo de Lo Siguiente recuerda en ciertas tonalidades a El Hormiguero. Mejor hubiera sido idear una puesta en escena que remitiera a algún contexto imaginativo que, además, sirviera como excusa para crear tramas de guion con invitados, presentadora y colaboradores. 

Porque Lo Siguiente tiene muchos colaboradores. O empezó con muchos colaboradores. Pero ha sido difícil conocer su existencia porque el programa no ha pintado bien sus personalidades. Algunos con perfil muy parecido. No terminan de ser reconocibles por el ojo del espectador porque no tienen una ubicación organizada en la escaleta. No se presenta bien su personaje. Muchos son colaboradores intercambiables. Y eso es lo peor que puede pasar a un colaborador. Lástima, pues todos los participantes tienen mucho potencial y es de agradecer que un formato de estas características apueste por nuevos rostros en el ruedo de la tele generalista. Ahí destacan Marta Márquez, Piqueras, Juan Sanguino y Carolina Iglesias, muy instintiva. También brilla la incorporación de Ana Milán, que siempre es infalible y se agradece cuando aparece en escena. 

Pero Lo Siguiente termina siendo un programa de ajuste de programación, sin concepto. Como una zapping para retrasar el comienzo del prime time, pero que no es zapping.  Al final, sólo se utiliza como arma para retrasar el prime time y no logra atraer por su autenticidad. Es un batiburrillo de secciones que no generan un todo narrativo.

Como consecuencia, este espacio producido por Secuoya no supera a Hora Punta, su predecesor en ese tramo. Es mejor en contenido que el show de Javier Cárdenas, pero es peor formato en continente: genera indiferencia, ya que ni siquiera se aprovechan las entrevistas como plataforma de relevancia. Parece que ni se escucha a los invitados. Como ha pasado esta noche con la presencia de Aitana de Operación Triunfo. ¿No hay posibilidad de salirse del guion de la entrevista de promoción previsible? En Lo siguiente pinta que no. Este miércoles, la cámara ha pillado demasiado a Raquel mirando el folio de ese guion, como pensando en qué había después, qué tocaba lo siguiente. Como si diera lo mismo que dijera una u otra cosa la invitada, lo importante era ir a lo siguiente. Valga las redundancias. 

Y así al público no disfruta, pues cuando el invitado se relaja con un tema se cambia a otro. Y surge un silencio. Es la tele que confunde ritmo con velocidad. Es la tele que no tiene tiempo al tiempo y se queda en la arritmia olvidable, el vacío incómodo y, lo que es peor, dificulta el interés de la escucha. Y los programas con entrevistas no existen sin escucha.

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