OPINION

Los 6 fracasos de la televisión en 2018: estas son las lecciones que dejan

El Continental.
El Continental.

2018 ha sido un año soso televisivamente hablando. Ni siquiera han existido grandes fracasos. Las cadenas han optado por una programación continuista que representa a la sociedad actual en el que se mira a todo a corto plazo, en busca de la rentabilidad menos arriesgada y más instantánea, descuidándose el atrevimiento a esa creatividad que rompe moldes.

Fracaso 1: 'El Continental'

El Continental.
El Continental.

Pocas veces la prensa ha sido tan unánime a la hora de denostar una ficción. Nadie entendió nada de El Continental. Ni siquiera el motivo de que TVE diera luz a este proyecto que se derrumbó hasta minúsculos datos de audiencia porque era imposible comprenderse algo de la trama. Todo era vacío. Nada contaba nada.

Un caprichoso caos argumental que firmó el creador de Dreamland, Frank Ariza, al que se le ha dado una nueva oportunidad de crear un delirio amateur para una gran cadena. Fenómenos paranormales de nuestro tiempo. Más aún, cuando la serie no tenía ni siquiera de arranque un guion con un arco que contar y era evidente la "inspiración" sobre Peaky Blinders. Pero inspiración desorientada, porque aquí solo había una ensoñación antitelevisiva con actores con peinados hipsters y un mal decorado que decía reproducir Madrid y más bien parecía Londres en la revolución industrial.

Un ir y venir de incoherencias sin talento. No había solución: el público se esfumó ante tal locura sin pies ni cabeza. Los datos de audiencia fueron peor que malos. Increíble que este proyecto pasara los estándares de calidad de una tele pública en la que su dirección de ficción deja constantemente fuera excelentes proyectos.

Fracaso 2: 'Mi madre cocina mejor que la tuya'

Mi madre cocina mejor que la tuya
Los chefs de 'Mi madre cocina mejor que la tuya', junto con el presentador Santi Millán y el jurado Juan Echanove.

Telecinco probó suerte en verano con un formato de cocina que pretendía reproducir el boom de los talent shows culinarios en prime time. Pero pinchó porque contaba con una mecánica compleja de comprender. Cocineros enseñaban a hijos -mayores- a hacer una receta y luego esos hijos -mayores- debían enseñar a hacer la receta a su madre. Aunque, en emisión, este objetivo del programa no estaba nada claro y, lo que es peor, ver a estos participantes cocinar era desagradable.

En televisión el desastre de la receta fea funciona, -recuérdese el León-come-gamba-, pero fea graciosa o fea entrañable. No fea asquerosa. Porque si todo se ve desordenado, caótico y hasta sucio en imagen, el grado aspiracional de la cocina en televisión salta por los aires e invita a cambiar de canal. Es lo que sucedió a Mi madre cocina mejor que la tuya, un programa que no fue del todo agradable de ver. Es más, estresaba y no resultaba nada creíble. Menos aún con un casting que buscó personajes excesivamente extrovertidos. Lo eran tanto que parecían malos actores sobreactuados. Fatal para una tele que funciona cuando transmite con la autenticidad de la verdad. Aquí, de eso, no hubo. Y, como El Continental, sólo debieron entender de qué iba el programa sus creadores.

Fracaso 3: 'Bailando con las estrellas'

David Bustamante y Yana Olina, ganadores de 'Bailando con las estrellas'
David Bustamante y Yana Olina, ganadores de 'Bailando con las estrellas' / EUROPA PRESS/ DAVID OLLER

Por primera vez, llegaba a España la versión original del talent show de más éxito internacional de bailes (de salón). Lo hacía con un casting atractivo -Rossy de Palma, David Bustamante, Merche...- y con Roberto Leal al frente, maestro de ceremonias perfecto tras la eufórica percepción social de Operación Triunfo 2017. Sin embargo, más que el aterrizaje español de Dancing with the stars, en el público dio la sensación de que regresaba un mal revival de Mira quién baila con similares propuestas visuales de hace una década y con un problema añadido: Bailando con las estrellas ha sido, sin eufemismos, un programa literalmente incómodo de ver por una sobredosis de iluminación, que espantaba al público.

La elevada frecuencia de desordenados haces de luz, junto con recargadas proyecciones en el suelo y las pantallitas de leds en los fondos, propició una saturación que, más que impulsar el atractivo del cada coroegrafía, incluso, en ocasiones, dificultaba la visibilidad de los propios bailarines y, constantemente, creaba sombras en los rostros de los protagonistas. Así se generó una frustración en el público a la hora de intentar disfrutar un programa que tampoco sorprendió en propuestas escénicas que generaran curiosidad social o interés extra por los famosos participantes y la competición.

Lástima, pues el formato es una propuesta de juego muy interesante con mucho de show y también de reality por los conflictos que surgen por parejas de concursantes formadas por un bailarín profesional y un celebrity aprendiz, fomentándose tramas interesantes: ya sean de superación semanal, de conflicto por la competitividad que se genera o de amor. Pero, en cambio, en España esa fuerza de la premisa se ha quedado nublada entre tanta luz. Lección aprendida: en épocas de televisión en alta definición y entusiasmo de tecnología led, cuidado... se puede perder la perspectiva y que la explosión de luz deje de ser aliada hasta transformarse en estrés innecesario, que impide ver como es debido a los protagonistas. La propuesta lumínica debe estar incorporada con minuciosa coherencia con el concepto artístico de cada actuación.

Fracaso 4: 'La noche de Rober'

Alfred y Amaia en la 'Noche de Rober'
Alfred y Amaia en la 'Noche de Rober'

Antena 3 intentó mantenerse como referencia de entretenimiento en el prime time de los viernes con La Noche de Rober con Roberto Vilar, popular presentador en Galicia. El problema de este espacio es que no tenía ninguna estructura de formato definido. Era un batiburrillo en el que, además, se notaban los cortes de edición. No se sabía si era un programa de entrevistas o un programa de pruebas en el que aparecían invitados, como Alfred y Amaia que acudieron al estreno.

Ni siquiera los colaboradores de primer nivel (Silvia Abril, Jose Corbacho, Anna Simon, Leo Harlem) acababan brillando del todo. Pues todo recordaba a un artificial puzle de ideas grabadas en días diferentes que han sido pegadas con pegamento y que, juntas, no tienen ningún destino claro. Como en los anteriores 'fracasos', fallaba el concepto.

La Noche de Rober era un programa perfecto para arriesgar con una premisa más creativa. No se hizo, se intentaron copiar juegos de shows norteamericanos que ya hemos visto en Youtube pero a medio gas, y como consecuencia, aquello terminó siendo un acomplejado refrito de convencionales entrevistas de promoción en el que todo se sobreexplicaba y en televisión no hay que sobreexplicar: hay que dejar hacer para dejar fluir. Y no fluyó, claro.

Fracaso 5: 'Dicho y Hecho'

Fotograma de 'Dicho y hecho', el nuevo programa de humor de TVE
Fotograma de 'Dicho y hecho, cuando se explica el concepto del programa.

También en los viernes, TVE decidió lanzar Dicho y Hecho, remake español de Taskmaster. Un formato original que emite la pequeña cadena temática de comedia DAVE, del Reino Unido, y que pone a personajes populares a jugar en pruebas con cierto grado de surrealismo. La diferencia principal de Dicho y Hecho con otros espacios del mismo género, como Me Resbala, está en que, en su versión original, el maestro de ceremonia, Greg Davies, es una especie de duro juez, al estilo de un insolente profesor cascarrabias. Así, Davies dicta sentencia sin piedad y con mucha acidez sobre los concursantes, que son cómicos de reputación. Lo hace con la particularidad del humor inglés.

En España se optó por la ingeniosa Anabel Alonso como presentadora/juez, con ayuda de José Corbacho. Dos grandes cómicos con amplitud de miras en el arte del instinto del espectáculo. Pero el formato se desvirtuó. Mientras que la versión británica está muy marcada por la corrosión de la figura cascarrabias del presentador/jefe, en España la premisa del producto se diluyó. No hubo corrosión, ni implacables órdenes o veredictos con esa maldad maquiávelica que da risa floja, como pasa en el formato original Británico o como en nuestro país sucedió con el recordado concurso El Rival más débil.

Tal vez por aquello de que se intentó hacer el programa más familiar, la poderosa idea se deformó y se hizo light. La fórmula maliciosa se resquebrajó y show dejó de tener atractivo identitario. Porque el humor y las travesuras en televisión nunca pueden ser descafeinadas, se tienen que hacer sin complejos.

Fracaso 6: 'Factor X'

Factor X
Factor X / Cordon Press

Aunque ha renovado por otra temporada más, porque Telecinco se ha quedado sin talent shows después de la adquisición de los derechos de La Voz por parte de Antena 3, Factor X no funcionó en su resurrección de este año en Mediaset. Sus concursantes no lograron generar excesivo interés ni conversación social. Sólo aquellos pensados para el momento fugazmeme viral han trascendido, como sucedió en el caso de los creadores de 'Cómeme el dónut'. Pero, ¿quién ganó Factor X? 

Factor X representa a esos programas de televisión que favorecían un guion articulado para lograr el interés del espectador con alicientes melodramáticos (chico/a con problema y sensiblera historia de superación, cantante que lo que menos importa sea que es cantante porque en la audición se va a encontrar a un ex, giro dramático del encuentro sorpresa, aparición del friki...). El programa crecía proyectando etiquetas en sus concursantes. Sin embargo, ahora, estamos en la televisión que rompe con las etiquetas.

Los programas de la factoría de Simon Cowell (Factor X, Got Talent...) han seguido tradicionalmente una estructura de guión férrea en la que los momentazos y el montaje se aglutinan de una manera calculada y efectista. Y este modelo ha arrasado internacionalmente durante años, pero, poco a poco, se ha convertido en previsible a ojos del público que ya se sabe cada truco. En la última década, la televisión ha abusado tanto de remarcar personalidades artificiosas que el espectador ha aprendido a desconfiar y a diferenciar con rapidez entre lo verdadero y lo falso o impostado. Y justo es lo que se ha vuelto palpable en este Factor X.

Cowell, además, inventó el papel esencial de un jurado enormemente protagonista, con los roles repartidos y muchas salidas de tono destinadas a crear conflicto, mofa, instantes ridículos o tremendas ovaciones endiosadoras. En este terreno, da la sensación de que lo hemos visto todo, algo que provoca que estas actitudes de los jueces mediáticos se aprecien hoy más postizas que nunca. Hasta las caras de sorpresa de los jurados ya no nos parecen de sorpresa.

Ya no hay que buscar artistas por su tribu urbana o historia de superación para tener guion, porque entonces igual ni siquiera son artistas y solo son protagonistas aptos para un programa de testimonios. Hay que encontrar talento auténtico y eso es lo que te llevará a tener un vibrante guion. Es difícil, claro. Pero asombrar con el talento es, al final, el único sustento de X Factor. Un formato sin el golpe de efecto de las sillas giratorias. Un formato sin un academia con emisión 24 horas para tener tiempo de conocer a los concursantes. Un formato que, si no promueve grandes puestas en escena que impacten por lo artístico, su premisa se ha quedado floja para un espectador que cree que se las sabe todas y ha tenido mucha dosis de talent shows musicales. Estamos inmunes a jurados enfadados y clichés. Al final, el espectador premia cuando se inspira con autenticidad inesperada y constructiva.

También hemos analizado los vaivenes televisivos del año en Julia en la Onda con Carmen Juan:
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