ANÁLISIS

Los miedos audiovisuales de antes y ahora: lo que Calviño y Miró predijeron sobre el presente televisivo

Sólo en las salas de cine las historias siguen controlándonos a nosotros, en lugar de nosotros a ellas.

Pilar Miró en el programa 'De Cerca' de 1981.
Pilar Miró en el programa 'De Cerca' de 1981.
Borja Terán

El 19 de enero de 1981, Pilar Miró explicaba a Jesús Hermida en el programa 'De cerca': "A los niños de hoy les da igual ir al cine o no, pero porque están acostumbrados a ver ficción permanentemente en casa". En esos comienzos de los ochenta ni siquiera se atisbaba la televisión bajo demanda y las plataformas, pero la sabia primera realizadora y directora de Televisión Española daba en la diana del eterno debate que no ha cambiado tanto en estas cuatro décadas: temores cíclicos por la evolución en el modo de ver la ficción, aunque el interés por descubrir historias siempre permanece.

Lo que ha cambiado es la forma de consumir historias con la llegada de nuevas ventanas, así como la pérdida progresiva de paciencia y atención de un espectador ante tantos impactos audiovisuales de los que dispone, con redes sociales incluidas. Y esto último sí puede ir peligrosamente unido a la vez a una disminución de calidad de la ficción. Dicen que en estos años vivimos la era de las series. Se estrenan muchas series cada semana, pero ¿cuántas de esas series trascienden? ¿Cuántas no son de usar y tirar? ¿Cuántas resultan realmente memorables para el espectador que las devora ávidamente y luego pide más? ¿Cuántas nos retratan, nos desafían y no dan ese plus de disfrute de la experiencia que cala y se queda en nosotros? De estas no hay tantas. Quizá hagan falta pocos dedos para contarlas.

Es paradójico que cuanta más variedad de producción sentimos que tenemos, la diversidad de autores se va constriñendo. Tiempos difíciles para los autores con miradas de verdad aplastantes e independientes. Aunque esta tendencia creciente tampoco es nueva. Ya en los ochenta, José María Calviño, director general de TVE antes que Miró, se dejaba entrevistar por la inteligencia de Rosa María Sardá en 'Ahí te quiero ver'. Y ahí defendió que la televisión pública nos debía retratar pero que, ante la llegada de nuevos operadores, asumía que el crecimiento de competencia no aseguraba una mayor pluralidad real de contenidos y miradas: "Lamentablemente. la industria televisiva, sobre todo la norteamericana, trabaja sobre unas pautas muy seguras y muy rentables y en general las series se parecen bastante unas a otras". Se refería a los 'Dinastías', 'Dallas', 'Falcon Crest' y compañía. No había algoritmos, pero ya las teleseries intentaban reproducir los moldes de éxito. Calcados.

En esta entrevista del 25 de marzo de 1985, Calviño reconocía que, cuando había que salir al mercado a comprar ficción, este tipo de series estaban a precios muy competitivos, así que eran las más rentables de adquirir. Y con esa experiencia de análisis del sector televisivo global, Calviño vislumbró con acierto un futuro audiovisual en el que el aumento de la competencia "no trae más imaginación precisamente". Una charla en la que, además, recalcaba que "la utopía es la televisión a la carta, que cada ciudadano se programase lo que quisiera, todavía no hemos llegado, pero todo llegará", concluía en ese visionario encuentro con Sardá. Y vamos que si llegó...

Calviño y Miró eran de ese tipo de directivos que, cuando hablaban de televisión, convencían porque argumentaban con conocimiento de causa. Incluso adelantándose al futuro, entendiendo las necesidades de cada pantalla y lo que hace especial a cada manera de emisión. Porque el bajo demanda no va a matar a la televisión tradicional, igual que la televisión no acabó con la radio o el cine. Aunque ahora parezca que las series lo fagociten todo. Sólo hay que saber cuidar los valores que diferencian a cada entorno audiovisual del resto de maneras de ver ficción.

Respecto a las salas del cine, ya en los ochenta, Miró lo tenía claro y se lo dijo a Hermida: "Una de las magias del cine es ese poder del aislamiento que, por ejemplo, no tiene la televisión". Esa cualidad sin rival a la que se suma el consumo en grupo. La risa, la emoción o los sustos no se sienten igual en la individualidad del visionado en una tablet que en la colectividad de una sala. Y menos ahora, en un presente lleno de distracciones.

Sólo en las salas de cine las historias siguen controlándonos a nosotros, en lugar de nosotros a ellas. Porque en casa, la ficción compite con tu móvil, con las redes sociales y con las toneladas de otros productos a los que podemos dar 'play' cuando han pasado dos minutos de algo que no nos gusta lo suficiente. Hasta parece que lo que se demanda a las plataformas es que nos ofrezca contenidos tan ligeros y absurdos que podamos seguirlos mientras no dejamos de mirar Twitter o Tik Tok en nuestro smartphone.

Así es 2020. Y a saber lo que viene. Las historias, seguro, se seguirán abriendo paso, en unas pantallas o en otras. Aunque, en gran parte, los problemas clave de la cultura audiovisual ya se sentían en los ochenta. Porque siguen siendo los mismos de los que hablaban Calviño y Miró: el temor a la pérdida de diversidad de autores, la disminución de imaginación autóctona, la colonización norteamericana y homogeneización del producto, el miedo a fomentar pensamiento crítico para que tu obra no ofenda a nadie en un mundo cada vez más fácilmente susceptible... Y lo peor es que todo esto continúa vigente ahora de forma más sibilina, porque el marketing de las plataformas invierte millones en hacernos creer constantemente lo contrario: que nos brindan diversidad, transgresión y atrevimiento. Sus algoritmos les aseguran que somos fáciles de convencer.

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