OPINION

Los mitos a derribar de 'Eurovisión'

Miki ensayando en Eurovisión
Miki ensayando en Eurovisión

Nació como una competición entre televisiones públicas europeas hace 63 años y se ha terminado convirtiendo en el talent show más grande del mundo. Seis largas  décadas después, Eurovisión sigue en buena forma, sus altas audiencias -es la emisión no deportiva más vista del año- y la expectación social que genera cada año lo corrobora. Pero sobre el eurofestival aún pesan mitos falsos que derribar.

1. "Eurovisión es una merienda de intereses políticos entre países amigos". Falso.

Lejos quedan aquellos años que los países hermanos se votaban entre sí, dejando fuera a aquellos estados que no tenían 'tantos' amigos en el mapa. Un mito este de la estrategia geopolítica en Eurovisión, pues es evidente que cuando existe una buena candidatura, gana. Y poco importan los países vecinos. Pero ser buena candidatura significa contar con una representación de calidad musical y, también, escénica.

Porque Eurovisión no es un festival sólo de canciones, es una competición entre televisiones. Lo que se traduce en que cada canción debe ir unida de un buen concepto escénico que impulse a través de la tele el mensaje de los intérpretes. Así lo evidenciaron las representaciones ganadoras de Turquía en 2003 con Sertab Erener - cantó "Everyway That I Can"- o Loreen de Suecia, con su "Euphoria" en  2012.. No triunfó por amigos, ganó porque atesoraba un producto de éxito global. 

2.“Eurovisión hunde carreras”. Falso.

Eurovisión no destruye la carrera de ningún artista. Al contrario, puede ser una oportunidad redonda para lanzar o relanzar una trayectoria artística si se acude a la cita con un buena candidatura.

La actuación en Eurovisión de Pastora Soler, vista por casi 6 millones de españoles, sirvió como estímulo a su carrera. Tampoco quedar en mal puesto afecta. La visibilidad tiene más fuerza que el resultado. 

3. "Eurovisión es una horterada". Falso.

Es la crítica más fácil a Eurovisión. Siempre se repite: es una horterada. Aunque, la realidad, es que el eurofestival se mantiene en buena forma porque ha sabido actualizarse con intuición a los tiempos. Incluso adelantarse a los derroteros que ha ido tomando la televisión.

Mientras otros festivales como la OTI se quedaron desfasados, Eurovisión ha sabido experimentar con los últimos adelantos tecnológicos e incorporar nuevas narrativas audiovisuales. Así se ha ido actualizando y enriqueciendo su fórmula de base como concurso, que sigue intacta y no tiene fecha de caducidad: con su desenlace de emoción con un tenso televoto dosificado por países y público, con su desfile de actuaciones que buscan narrar una historia a través de la música.

Y, claro, cuando se cuenta una historia, como en una serie o cualquier creación artística, se puede incorporar un giro dramático o un golpe de efecto. Esa libertad de creación que fomenta Eurovisión algunos han confundido con horterada. Pero si analizamos el grueso de participantes de su historia, en general, Eurovisión cobija más vanguardia que horterada. O si no recordemos Bélgica en 2015 con Loïc Nottet y su televisiva"Rhythm Inside".  

4. "En Eurovisión gana lo excéntrico, no la música". Falso.

En la línea de la horterada, muchos interiorizaron el prejuicio que coarta la libertad creativa de que para ganar Eurovisión había que llevar un tema 'festivalero'. De esta forma, se creó un término que, en verdad, no sirve para nada: ¡Festivalero!

Lo malo es que el 'brilli brilli' por sí mismo no se sostiene. Por eso lo excéntrico no suele ganar Eurovisión si existe una buena propuesta. En Eurovisión triunfa el buen producto, que fusiona cualidad musical e inteligencia televisiva. Al final, lo importante es plasmar y proyectar el talento y la emoción a través de la realización televisiva. Por eso mismo, uno de los ganadores más carismáticos y más recordados de Eurovisión será siempre Salvador Sobral. No tenía parafernalias excéntricas, pero sí contaba con una sensible canción y un apabullante carisma que la delegación de Portugal supo envolver para impulsarlo.

Porque aunque el propio Salvador Sobral diga que su música no es fuegos artificiales, lo cierto es que su puesta en escena en Eurovisión fue decisiva para que su canción trasmitiera tanto.

En vez de dejarle a Sobral en el escenario principal, se optó con ingenio con ponerle en una plataforma entre el público del auditorio. Se huyó de aderezar la interpretación con la obvia pareja de bailarines, por ejemplo, que hubiera roto el clímax de 'Amar Pelos Dois', para situar al cantante rodeado del emocionado calor del auditorio. La energía del público fue lo que dinamizó sin necesidad de figurantes. De esta forma, se potenció la sensibilidad del tema junto a una realización de cámaras que retrataba con tal armonía que transformó la hipnótica expresividad de Sobral en los mayores fuegos de artificio posibles.

Eso es Eurovisión: el ingenio de la televisión que huye de etiquetas para atreverse a emocionar con la creatividad al servicio de la música. Crear arriesgándose, pensando en grande e incluso lanzándote a la imaginación con la posibilidad de equivocarse, por eso no todo el mundo entiende, a veces, la esencia del festival. Pero, eso sí, al final, aunque no lo comprenda y lo critique, siempre se termina quedando a verlo.

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