OPINION

Los Oscar en crisis: los errores de Hollywood en la búsqueda de frenar la sangría de espectadores

Gaga y el camino a los Oscars
Gaga y el camino a los Oscars

Los Oscar inventaron las galas de premios y el glamour allá por 1929, cuando se celebraron por primera vez. Mucho ha llovido desde entonces pero a día de hoy sigue siendo la gala de las galas, la ceremonia en la que se han fijado todas las que vinieron después. Pero ahora parece que los norteamericanos también han perdido el rumbo a la hora de concebir esta celebración que homenajea, promociona y divulga la industria de Hollywood sin perder esa aureola de evento de ensueño al que aspirar.

Este año se está desvirtuando la gala desde el inicio de su gestación. La crisis está motivada por los malos resultados de audiencia de los últimos años. Es un hecho que los Oscar han empezado a dar progresivos síntomas de desgaste. Y ante la crisis, han decidido hacer cambios para acortar la gala y hacerla más interesante, pero estos cambios no han sido precisamente bienvenidos. Todo lo contrario. Primero quisieron introducir un Oscar para "la mejor película popular", haciendo una terrible distinción clasista entre películas "prestigiosas" y películas destinadas a gustar a la masa. Después decidieron que, de las canciones nominadas, sólo se cantarían en directo las de las películas 'Ha nacido una estrella'  y 'Black Panther', pues son las conocidas y cantadas por artistas famosos, algo que evidentemente no gustó a los artífices de las canciones ninguneadas ni tampoco a los elegidos para actuar, con Lady Gaga a la cabeza mostrando su solidaridad hacia sus compañeros.

Y, entonces, llegó la decisión más polémica: para que la ceremonia dure menos, nada como entregar algunos premios durante la publicidad. Se decidió así que los Oscar de montaje, fotografía, maquillaje y peluquería y mejor corto de ficción (donde está nominado el corto español 'Madre') se otorgarían en las pausas publicitarias de la gala, ofreciendo al volver de publicidad un rápido resumen de imágenes donde se mostraría al ganador pero no su discurso. Inaudito, y media industria de Hollywood no tardó en poner el grito en el cielo ante semejante atrevimiento y el desprecio que supone a estas cuatro categorías esenciales. Hace apenas unos días, en los británicos Bafta, coronaban su ceremonia con un destacado y aplaudido premio honorífico a la montadora Thelma Schoonmaker. Pero, mientras, los Oscar se atrevían a esconder uno de los eslabones cruciales en la creación de una película, como es el montaje.

Ante lo escandaloso de sus decisiones, la Academia de Hollywood ha tenido que recular en todo: ni habrá Oscar popular, se cantarán todas las canciones nominadas y las cuatro categorías despreciadas se entregarán finalmente durante la gala y no en publicidad. Han rectificado, sí, pero han evidenciado que navegan a la deriva, perdidos, tomando decisiones delirantes que son incapaces de mantener ante el clamor de las críticas. Un pitorreo.

Aunque son maestros en las galas de premios, los norteamericanos también se equivocan en la difícil tarea de crear una televisiva ceremonia en estos tiempos en los que el espectador tiene menos paciencia porque cuenta con más contenidos que nunca. Como consecuencia, ni siquiera los Oscar sobreviven a las decisiones nerviosas que, al final, no dan en la diana de la realidad de la crisis de esta emisión y generan una debacle de proporciones mayores.

"Los agradecimientos de los premiados no son el problema"

La bajada de audiencia de los Oscar no radica en la mayor o menor popularidad de quien recoge el premio. Los agradecimientos de los premiados no son el problema, todo depende de cómo sea el agradecimiento. En los últimos Goya, por ejemplo, el discurso más emocionante fue el de Jesús Vidal, actor de 'Campeones'. No era el más popular, pero logró transmitir como nadie sin cortarse en su duración. Porque la emoción del agradecimiento no siempre depende de la fama de quien lo recoge, tiene más que ver con el carisma de los premiados y su capacidad para comunicar y lanzar un mensaje que capte la atención.

En realidad, los Oscar han bajado su audiencia porque desde la última gala de Ellen DeGeneres, no han conseguido sorprender. La sombra de DeGeneres es larga y se ha intentado reproducir su fórmula, si bien no es fácil. Ella logró transformar los Oscar en su propio show de televisión, con pizzas, selfies y diversión genuina. Pero no todos los presentadores son Ellen. De hecho, este año ni siquiera la gala tendrá maestro de ceremonias por la baja causada por Kevin Hart, que renunció tras salir a la luz unos tuits homófobos publicados por él en el pasado. Otra polémica, por si fueran pocas este año.

Si quiere mejorar la audiencia de los Oscar, la Academia de Hollywood deberá hacerlo con la creatividad que trasciende las nuevas ventanas de consumo, no creando premiados de primera y segunda. Porque entonces se rompe la esencia de una gala en la que el espectador no debe sentir que se ha perdido algo. Porque la imprevisibilidad del mejor discurso que puede pasar a la historia no se puede calcular, igual lo lleva a cabo el ganador de montaje o quien gane el Oscar al mejor corto. Y es atroz que nos roben ese momento. A nosotros como espectadores y a los ganadores.

"El espectador no puede sentir que se ha perdido algo"

La Academia de Hollywood necesita, por tanto, reinventarse de un modo profundo, asumiendo que cumple 90 años en un mundo que avanza a velocidad de vértigo y en el que el acceso a la información y los contenidos no tiene nada que ver con el que era hace unas décadas. Ni los espectadores son ya los mismos que aguantaban estoicamente ceremonias de cuatro horas sin rechistar.

La industria del cine inventó las galas de premios tal y como las conocemos. Quizá es momento de volver a inventarlas, de hacer algo radicalmente distinto, de crear un nuevo concepto que nos deslumbre, reseteando el glamour del tío Oscar.

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