OPINION

Los programas matinales y el sensacionalista tratamiento de los sucesos trágicos

Caso Gabriel, programa de Ana Rosa
Caso Gabriel, programa de Ana Rosa
Caso Gabriel, programa de Ana Rosa
La reportera como protagonista de la información en 'El Programa de Ana Rosa'

El terrible desenlace del caso del pequeño Gabriel se ha convertido en el tema central de los magacines matinales e incluso de programas del corazón como Sálvame. Espacios como El programa de Ana Rosa Quintana o Espejo Público, con Susanna Griso al frente, han informado durante maratonianas horas del terrible suceso.

La audiencia demanda información constante del caso pero, al mismo tiempo, las cadenas no cuentan con demasiadas novedades y la duración de los programas obliga a dotar de nuevas informaciones su extenso tiempo de emisión. Como consecuencia, los magacines corren el peligro de caer en la especulación.

Estos programas van más rápido que la información contrastada. Lo que propicia un problema que se repite, desde hace años, especialmente en los magacines de mañana, donde los sucesos se han transformado en una especie de reality que comentar como si fuera un espectáculo de entretenimiento o una teleserie de personajes ficticios. Muchas veces con tertulianos todoterreno que hablan de cualquier historia, desde el procés catalán hasta un asesinato, y sin demandar el conocimiento de expertos que entiendan con perspectiva el tema.

En los últimos años, los programas cambian la parrilla no tanto por servicio público, sino por aumentar su audiencia. Y, para aguantar el interés, se busca el giro dramático con poca o ninguna ética. Así ha sucedido en casos como el de Diana Quer, que han llevado a culpabilizar a la familia e incluso a la propia víctima.

La obsesión por alimentar aquello que da audiencia rápida, aunque sean con temas tan dolorosos, ha propiciado nefastos contenidos televisivos de los que se ha aprendido mucho. Ahora los programas matinales intentan ser más cautos. Pero sólo lo intentan, pues siguen necesitando que no cambie de canal ese espectador que demanda más información aunque no exista más información.

En el tratamiento del caso del pequeño Gabriel se ha evidenciado como los magacines repetían, en voz de sus presentadoras, que no querían especular y, al mismo tiempo, abrían mesa de debate a la especulación.

Puede parecer contradictorio, pero es parte del show. La dignidad profesional que se recalca, en directo, también se desvirtúa como un ingrediente más del espectáculo de una realidad que la televisión envuelve con músicas de fondo de culebrón y vídeos con grandes rótulos que, a modo de cebo, aparecen en pantalla con efectismos como si de un polígrafo de formato del corazón se tratara ("¿por qué?, ¿por qué?, ¿por qué?", repetía un gran rótulo en un vídeo-cebo de El Programa de Ana Rosa). Es el sensacionalismo, que no pretende informar, busca crear sensaciones instantáneas: de la pena al cólera, del miedo al odio. Y eso no representa el significado del periodismo. El rimbombante show no puede ganar siempre la batalla a la información. Sobra intensidad morbosa y falta profundidad que explique, analice y enfoque con datos contrastados una información  en la que no todo vale.

Las víctimas nunca deben de transformarse en personajes como si se tratara de un reality-show. Pero, en ocasiones, no hay prácticamente diferencias entre las prácticas de las mesas camillas de las tertulias de la tele-realidad del corazón o el reality show con las mesas camillas de las tertulias de la realidad, en las que se abre camino el titular en busca de impactar al espectador, aunque no esté del todo contrastado. Porque lo que de verdad importa es la audiencia, no la información y el servicio público, y este lunes todos los magacines rompieron en audiencias.

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