OPINION

Martes y Trece: cuando la Navidad no era un trámite televisivo

Pantoja y Encarna parodiadas por Martes y Trece.
Pantoja y Encarna parodiadas por Martes y Trece.

Televisión Española finiquita en estos días la grabación de sus especiales de Navidad desde el Estudio 1 de Prado del Rey, reabierto para la ocasión tras años de rehabilitación. Aunque la Navidad ya no es el evento de antaño en televisión.

Las cadenas no quieren arriesgar grandes gastos en Nochebuena y Nochevieja. Se prefiere rellenar estas franjas con programas low cost y sólo TVE aprovecha las fiestas para cubrir el cupo que debe a la música con especiales que ponen banda sonora a las cenas navideñas.

Ya parece que no se aprovechan las fiestas para potenciar la imagen de los canales con formatos especiales, que despiertan la ilusión del espectador. Incluso cuando se reúne a los rostros del canal ya no aporta nada, pues se reproducen a medio gas formatos que ya han quedado atrás.

Como sucede a TVE con el mítico Telepasión, que ha ido desvirtuando su esencia inicial como espacio que contaba con mucha crítica social y autocrítica a la propia televisión. Ahora ya sólo es de gente de la cadena cantando. El problema es que TVE ni siquiera ha construido un elenco de rostros que conecten con la complicidad del público. Invierte en grandes programas de prime time pero no cimenta una programación que se asocie a TVE.

La televisión generalista ya no se "ilusiona" con la Navidad como antaño. Es un trámite desaprovechado. Lejos queda aquella programación navideña que era importante en la competencia entre las cadenas porque visibilizaba la relevancia de la emisora. Una influencia social que se conseguía con especiales que se sustentaban en una emoción que crecía en el riesgo. Ese riesgo que hizo que las nocheviejas de Martes y Trece marcaran tanto a varias generaciones, pues ejemplificaban un humor irreverente que se atrevía con una corrosión social tan inconsciente como transversal. Era desternillante para todos, más allá de ideologías.

El humor no llegó para pedir permiso. Y Martes y Trece no lo pidieron. Su despiadada comedia unió a España frente al televisor con unos especiales que, quizá hoy, nos hubieran separado. Monográficos que brillaban por su capacidad de narrar una historia más allá de los sketches. Con arranques dignos de película de suspense, dejando tiempo al tiempo para que el espectador se sumergiera en la intensidad de la trama y hasta divagara sobre quiénes eran los protagonistas del programa.

Así sucedió con El 92 cava con todo (Nochevieja de 1991 a 1992), donde los primeros minutos del programa son un largo camino, remarcado por el ruido de pasos, para ir presentando lo que será imitación para la posteridad: Encarna Sánchez e Isabel Pantoja de viaje a una Mallorca de lluvia y truenos.

Con esta larga caminata en el que no se descubre el rostro de las protagonistas, Martes y 13 sembraba la curiosidad de un espectador abierto a la sorpresa y, probablemente sin pretenderlo, resumían tres factores de la televisión de éxito que no siempre se recuerdan.

Primero, no quedarse en lo evidente: un especial navideño no debe girar entorno a lo ñoño de lo navideño. Segundo, presentar a los personajes principales con la trama, el tiempo y hasta la intriga que merecen. La prisa no suele ser buena aliada. Y, tercero, arriesgar. En este caso, atreviéndose a una controvertida parodia en prime time. Porque las parodias suelen incomodar a alguien. Ese es el problema que ha convertido a José Mota en una olvidable cita por inercia en Nochevieja: su humor empieza a ser previsible, porque no quiere molestar. No vaya a ser que algún tuitero se ofenda.

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